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La caída de la casa Wenner

Una biografía alentada por su protagonista termina mostrando el perfil más antipático del creador de la revista ‘Rolling Stone’

Diego A. Manrique
Bono, Jann Wenner, Mick Jagger, Bruce Springsteen
Bono, Jann Wenner, Mick Jagger y Bruce Springsteen, fotografiados por Mark Seliger en 2009.

Este es un libro de encargo. Jann Wenner, fundador de Rolling Stone, conoció a Joe Hagan, periodista freelancer, y hubo un flechazo: consideró que era el hombre perfecto para escribir su biografía. Esperaba, cabe imaginar, una nueva celebración de su gran hazaña: convertir un periódico underground de San Francisco en un medio mainstream, capaz de influir en el devenir político de Estados Unidos (en 2010, una entrevista con el general Stanley McChrystal le hizo perder su puesto de comandante en jefe en Afganistán).

Y el triunfo personal. Wenner, un mal estudiante en la Universidad de Berkeley, tenía las puertas abiertas a la Casa Blanca (cuando está ocupada por demócratas) y todos los signos exteriores de los multimillonarios: casa en los Hamptons, esquí en Aspen, avión privado, vacaciones en yate.

Joe Hagan refleja todo eso, a la vez que retrata despiadadamente el groupismo de Jann, incapaz de negar nada a Bono, Springsteen y demás luminarias (hasta pueden supervisar sus portadas y sus entrevistas). Aunque no es muy musiquero, funciona como cuidador del canon del rock: maniobrando con el disquero Ahmet Ertegün, se apropió del Rock & Roll of Fame -una idea ajena- y usa ese puesto para premiar a sus favoritos y mortificar a sus enemigos.

No se molesta en ocultar sus fobias. In illo tempore, Paul Simon se encaprichó de una novia y, más adelante, de su mujer. Wenner le castigó con el ninguneo, mientras daba cancha al menos talentoso Art Garfunkel, una de esas peculiaridades editoriales que desconcertaban a los lectores. Caso especial es Mick Jagger. Desde siempre, Wenner ha deseado neutralizar la amenaza de litigio que suponía bautizar su quincenal con un nombre tan cercano al conjunto británico. En vez de pactar, Jagger ha preferido ir extrayendo concesiones. Un ejemplo: a principios del siglo, Wenner quería abrir un Rolling Stone Hotel en Las Vegas y se le ocurrió ofrecerles tocar allí una vez al año, como si los Stones necesitaran bolos; astutamente, Jagger negoció un bonito porcentaje de los futuros beneficios del establecimiento. Que, de todos modos, nunca se llegó a construir, víctima del crash de 2008 que tantos sinsabores le causaría al ciudadano Wenner.

¡Por cierto! Gracias al acceso total facilitado por Jann, Hagan destapa un episodio de 1975, cuando Jagger está a punto de morir por sobredosis, quebrando la cuidada imagen del cantante como hedonista moderado, en contraste con los excesos de Keith Richards. Hagan es un periodista riguroso, pero en algún momento decidió que la biografía respondería a los parámetros de la era del famoseo: es decir, abundante carnaza sobre drogas, sexo y dinero. Wenner cojeaba por las tres patas.

Durante décadas, ejerció una homosexualidad vergonzante. Salió del armario en 1995, tras emparejarse con el modelo Matt Mye. La heroína del libro es Jane Schindelheim, esposa de Wenner: su familia aportó financiación cuando Rolling Stone boqueaba; ella misma impuso algo de cordura a un marido que cedía a demasiadas tentaciones.

Vean que hablamos de estilos de vida. Hagan no está excesivamente interesado por la evolución estética de Rolling Stone o el abandono de aquellos críticos y periodistas que dieron consistencia cultural al proyecto. Para los que quieran conocer ese apartado, busquen Rolling Stone: an Uncensored History, de Robert Draper, un libro que Wenner detesta.

Hagan puede argumentar que no es necesario enfatizar méritos de Wenner como la apuesta por el nuevo periodismo, con especial apoyo a Tom Wolfe y Hunter S. Thompson. La novedad: el biógrafo retrata la decadencia de Wenner como empresario. En 2006, el grupo Hearst estaba dispuesto a comprar Rolling Stone y su rentable semanario de cotilleos, US Weekly, por unos 1.100 millones de dólares. Incapaz de renunciar a los privilegios inherentes a su posición, Wenner rechazó el trato.

Sería un maravilloso gesto quijotesco si, a continuación, hubiera logrado enderezar la caída en picado de su criatura. Y no. Perdida ya su alma, Rolling Stone renunció también a su empaque: se redujo a un boletín multicolor, con una plantilla escasa. Entrampado, los bancos exigieron que Jann prescindiera de su Gulfstream y demás caprichos de nuevo rico. Finalmente, US Weekly fue engullida por un incondicional de Trump; la joya de la corona se vendió por una fracción de lo que le ofrecía Hearst.

El nuevo Rolling Stone ha recu­perado el porte de los viejos tiempos. Es una revista mensual de 9,99 dólares (8,72 euros) que intenta compaginar la hagiografía de vistosas estrellas actuales con el antiguo menú de belicosa información política y reporterismo duro. El nombre de Wenner todavía figura en mancheta como “fundador y director editorial”, pero, me temo, ya no requerirán sus ardientes misivas indicando a quién votar en las elecciones presidenciales.

Sticky Fingers. Joe Hagan. Traducción de Ainhoa Segura Alcalde. Neo Person, 2018 700 páginas. 24,90 euros.

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