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Universos paralelos
Columna
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Cuando el rock quiso ser jazz

Hace 50 años, se publicó 'Super session', el disco que legitimó el concepto de las 'jams'

Diego A. Manrique
Al Kooper, con blusa blanca, y Mike Bloomfield, en las grabaciones.
Al Kooper, con blusa blanca, y Mike Bloomfield, en las grabaciones.

Era un LP raro, comercialmente hablando: Super Session venía firmado por Al Kooper, Mike Bloomfield y Steven Stills, tres músicos en aquel momento sin grupo (procedían, respectivamente, de Blood, Sweat & Tears, The Electric Flag y Buffalo Springfield). La novedad, según la promoción: ofrecía una jam session.

La idea vino de Al Kooper. El teclista y cantante había fichado por Columbia como solista. Y propuso debutar con un disco sencillo y económico: una colaboración con Mike Bloomfield, elocuente guitarrista con el que había coincidido en la grabación del Highway 61 revisited dylaniano. El concepto: al estilo del sello Blue Note, juntarse para tocar, confiando en las afinidades, alternando temas ajenos con composiciones propias.

Igual que hacían los jazzmen desde siempre, los músicos de rock comenzaban a desarrollar jam sessions; generalmente partían del blues como lengua franca. Hasta ese momento, aquellas reuniones tenían un valor esencialmente social y terapéutico. Los resultados no se consideraban vendibles y no se publicaban; todavía no había salido, por ejemplo, el Electric Ladyland, de Jimi Hendrix. Kooper contrató a una sección de ritmo y reservó dos jornadas de estudio en Los Ángeles. Inmediatamente, surgió la magia. Rotundos temas de blues y soul más una audacia: His Holy Modal Majesty, un homenaje a John Coltrane, que había fallecido el año anterior, con Kooper tocando un ondioline, teclado de timbre exótico, y Bloomfield explorando escalas de raga con su prodigiosa fluidez.

Portada de 'Super Session'
Portada de 'Super Session'

Todo se complicó al día siguiente. Bloomfield desapareció, alegando problemas de insomnio (en realidad, una adicción a la heroína que, a la larga, resultaría fatal). Al borde del pánico, Kooper llamó a Jerry Garcia y otros guitarristas que, imaginaba, podían lanzarse a la piscina. Finalmente, se apuntó Steven Stills.

Para los que recuerden a Stills por las primorosas filigranas vocales de Crosby, Stills & Nash, resultará una revelación su soltura en el contexto de una jam: dominaba el folk-rock, como demuestra en la versión de It Takes a Lot to Laugh, It Takes a Train to Cry, de Dylan, pero brilla aún más en esa crónica de paranoia que es Season of the Witch, de Donovan, aquí sostenida por su guitarra con gua gua. Y se pone aún más ácido (es decir, hendrixiano) en el siguiente tema, You Don't Love Me.

El disco resultante se secuenció hábilmente: Kooper con Bloomfield en la cara uno; con Stills en la dos. Había truco, debo avisar. Como productor, Kooper añadió estratégicos arreglos de metal que disimulaban deficiencias y, caramba, funcionaban perfectamente. Su único patinazo fue atreverse con Man’s Temptation, de Curtis Mayfield (palabras mayores y, además, no encaja con el resto).

Editado el 22 de julio de 1968, Super Session consigió grandes ventas y resultó liberador para los músicos de rock. Kooper intentó prolongarlo girando con Bloomfield, unos conciertos que generaron discos en directo. Pero el guitarrista seguía lidiando con sus demonios particulares y la franquicia no prosperó. En realidad, la mitificación de los instrumentistas desembocaría en la peligrosa moda de los supergrupos. Un espejismo basado en la aritmética ingenua de sumar supuestos genios de egos inmensos.

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