_
_
_
_
_

Sebastián Cordero convierte al público en las ratas de una casa en su debut teatral

El cineasta ecuatoriano lleva su película ‘Rabia’ a un escenario no convencional

Sebastián Cordero presenta la obra en el Centro Cultural Ecuato Norteamericano de Guayaquil.
Sebastián Cordero presenta la obra en el Centro Cultural Ecuato Norteamericano de Guayaquil.

Cuando le propusieron adaptar al cine la novela Rabia del argentino Sergio Bizzio, Sebastián Cordero no dijo que sí hasta que visualizó una de las escenas: un criminal prófugo escondido en la casa donde su novia trabaja como empleada interna llama por teléfono desde un armario a la segunda línea que tenía el hogar para poder escuchar a hurtadillas la voz de su amada.

En la película, esa escena inicia con un plano del hombre dentro de un armario que sigue con una secuencia de cámara persiguiendo, con un movimiento serpenteante, el sonido de la llamada por toda la casa hasta encontrar el otro teléfono y la voz de la chica al otro lado de la línea. Ocho años después, el cineasta ecuatoriano no decidió embarcarse en la adaptación teatral de su exitosa película hasta que supo cómo resolver en el escenario esa parte de la trama. La solución que encontró ha definido todo el concepto de la obra Rabia, que se ha estrenado el 26 de abril en Guayaquil con 32 funciones previstas.

Esta vez, en lugar de una cámara que persigue el ruido telefónico, será el público el hilo conductor. Las 50 personas que asistirán a cada representación estarán en ese momento de la historia separadas en dos habitaciones: unos con el protagonista y los otros con su enamorada. El público, recalca Cordero, se filtra en la obra como parte de la historia. Para su debut en el teatro, escogió como escenario no convencional la Casa Cino Fabiani, una de las viviendas patrimoniales del histórico barrio de Las Peñas de Guayaquil. “La gente se irá moviendo de sala en sala, desde el sótano a la buhardilla. A veces solo se moverán un par de metros dentro de la misma habitación para poder ver el mejor ángulo de la actuación”, cuenta el cineasta en una entrevista con EL PAÍS. “Pero esto no es como la casa del terror; se trata de integrar a los espectadores dentro de la historia. Es como si fueran ratas escondidas de la casa”, aclara, tomando la metáfora que le sugirió una de las primeras personas que vieron la obra en su etapa de ensayo.

La idea es similar a la propuesta de Sleep no more, obra sin butacas a la que asistió Corder en Nueva York donde el público recorre un tétrico hotel. Pero da un paso más. “Yo sentía que la gente tenía que ser parte de la historia, quería ahondar más en el rol voyeurista”, matiza, para hacer coincidir el espíritu de la película con la obra. En el filme, que ganó el máximo galardón del Festival de Málaga en 2010, un albañil e inmigrante comete un crimen por celos y se esconde sin que nadie lo sepa en una casa durante meses, observando todo lo que pasa con los dueños de la vivienda y con su novia, sin que ellos sean conscientes de la invasión.

Al también director de Sin muertos no hay carnaval o Ratas, ratones y rateros, le fascina ahora la idea de experimentar en el teatro. “Eso es lo que más envidia me da de la música. Los grandes compositores crean una obra y pueden interpretarla cientos de veces y extraer versiones maravillosas de cada una, pero en el cine solo grabas la mejor versión una vez y ya”. Con Rabia tiene 32 fechas aseguradas y la opción de ver evolucionar su creación. “Cuando estás rodando una película, eliges la línea del diálogo que más transmite, la que resulta más genuina y esa es la que queda fijada para siempre. Con la obra, hemos ensayado y repetido hasta hacer mecánica la interpretación y, así, una vez dominado el papel, poder sacar la esencia de cada personaje. Eso se intensificará cuando haya gente mirando e interactuando”, espera, emocionado, a sabiendas de que la relación del público con los actores genera una atmósfera especial y diferente en cada función.

“Mi personaje tiene tres escenas muy marcadas que hemos repetido y repetido hasta llegar al espíritu de lo que debería reflejarse. Yo vi la película hace años y no he querido volver a verla para que no me influya en la interpretación del personaje. Después de los ensayos y de interiorizar esos momentos trascendentales ya casi no recuerdo cómo era en la película”, añade el actor local Víctor Aráuz, aliado de Cordero esta vez en las tablas. Le acompañan como protagonistas Alejandro Fajardo, en el papel del criminal invasor José María, y la debutante en las tablas, Cilia Figueroa que interpreta a Rosa, su novia y empleada de la casa ocupada.

La conversación atropellada y los gestos del director delatan cierto nerviosismo, entusiasmo y curiosidad por esta nueva vis creativa. Pero eso, aclara desde ya, no significa que vaya a dejar o aparcar temporalmente la carrera audiovisual que le ha colocado entre los nombres más reconocidos de la industria ecuatoriana. El cineasta de 45 años está trabajando en un nuevo guion de un proyecto que espera terminar en un año y medio. No da más detalles.

 

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_