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Obituarios

Muere el director teatral valenciano José María Morera

Era un gran seductor, formado en la producción y dirección teatrales, y tenía el don de crear equipos para conseguir el éxito del público

Los primeros años de la década de los sesenta, Valencia, heredera de una rica tradición teatral, renunció a tener una oferta dramática estable. Hicieron crisis todas las posibilidades escénicas, tanto el teatro comercial como el de aficionados y el universitario. Muchas salas cerraron o se transformaron en cines. Los aficionados que querían dejar de serlo emigraron a Madrid para hacerse profesionales. Así, entre otros, se fueron los actores Pedro del Rio, Antonio Ferrandis, la actriz Lola Cardona, el crítico José Monleón y el director José Maria Morera. El éxodo fue notorio y Valencia tardó décadas en recuperarse. Morera (Valencia, 1934) falleció el pasado lunes a los 83 años en la localidad alicantina de Ondara.

Desde los veinte años, Morera, hijo de la reputada relojería de la calle Ruzafa, simulaba que estudiaba Derecho en la vieja universidad de la calle de la Nave, pero en realidad se dedicaba a organizar lecturas dramatizadas de Alfonso Sastre (Escuadra hacia la muerte) y de Mihura (Tres sombreros de copa). Para producir montajes, el paso siguiente consistió en aprovechar las plataformas del régimen: el SEU (Sindicato Español Universitario), que en 1955 había abierto en la calle de las Comedias un Club Universitario que tenía un teatro de bolsillo, en el que solían hacer representaciones los estudiantes aficionados. Aquí se fundó el Teatro Club (1956), que trató de divulgar el teatro europeo contemporáneo, tal como se hacía en las salas Dido de Madrid y Windsor de Barcelona (que dirigía Adolfo Marsillach).

Si en el SEU coincidió con Vicent Ventura, fue en otras instancias proclives a la renovación de la escena valenciana, como el Ateneo Mercantil, la Sección de Teatro de Lo Rat Penat y el Aula Ausiàs March de la Universidad de Valencia, donde Morera se curtió, en colaboración con otros jóvenes inquietos como Josep Alarte Querol, Frederic Martí, Rafael Llorenç Romaní, Tomàs Abad y Eduard Lloret.

Hasta 1960, este ambiente fue su caldo de cultivo y, a medida que ganaba prestigio como director, se atrevía cada vez más con obras críticas y novedosas. Sin dejar de recorrer a Alfonso Sastre (Cargamento de sueños, 1955, con Sanchis Sinisterra), introdujo a Jean Cocteau (La voz humana, 1958), a Agustín Cuzzani (El centro forward, murió al amanecer, 1958), Seis farsas famosas (Teatro Principal, 1959, en que actuaron los jóvenes Raimon, Andreu Alfaro, Eliseu Climent y Antonio Díaz Zamora).

Por indicación de Manuel Sanchis Guarner, su punto de inflexión fue la puesta en escena de Los misterios del Corpus de Valencia, que entusiasmó al público de la plaza de la Almoina y del Teatro Principal (1959). Aquí, al año siguiente, mientras dirigía la farsa El juego de Patelin y la estrella para el público infantil, coincidió con Armando Moreno, gestor entonces de la sala, en la que su esposa, Núria Espert, interpretaba exitosamente la comedia de Jacques Deval El comprador de horas. Y Morera se fue con su compañía como ayudante de dirección durante tres años hasta que en 1964, decepcionado por el ambiente valenciano, donde le resultaba imposible dejar de ser considerado un buen aficionado y ser apreciado como profesional, se estableció definitivamente en Madrid, donde llegó a situarse como director de actores. Formó, entre otros, a Gema Cuervo, Fernando Guillén, Carlos Larrañaga, María Luisa Merlo, Josep Maria Pou, Vicente Parra y María Luisa Ponte. Tanto José Sacristán como Juan Echanove se lo han agradecido públicamente. En 1974 dirigió en el Liceo Vinatea, ópera de Matilde Salvador con libreto de Xavier Casp.

Cuando volvió a Valencia (1987), durante la alcaldía de Clementina Ródenas fue nombrado director de la Fundación Municipal de Cine, lugar del que dimitió cuando, siendo ya alcaldesa Rita Barberà, mantuvo fuertes discrepancias con Vicente González Lizondo sobre la orientación de la Mostra de Cinema Mediterrani. Poco después le recuperó la Consejería de Cultura, Educación y Ciencia, donde fue director general de Patrimonio, y posteriormente de Cultura, donde se enfrentó con el reto de dar sentido al renovado Teatro Romano de Sagunto, a través del Centro Dramático que sustituyó al IVAECM.

En 1994, siendo ministra de Cultura Carmen Alborch, se repuso en el María Guerrero la obra de Buero Vallejo El sueño de la razón, con el fin de llevarla a Estocolmo para apoyar una exposición de Goya. Como la obra había sido una producción del Centro Dramático de la Generalitat Valenciana, Morera, entonces director general de Cultura, asistió. Tuve ocasión de acompañarle y pude comprobar el gran afecto y reconocimiento que le demostraron todos los actores que asistieron al estreno. En la cena posterior que la ministra ofreció a la compañía, Buero, que quiso sentarse a su lado, no cesó de conversar con él.

José Maria Morera era un gran seductor. Formado en la producción y dirección teatrales, tenía el don de crear equipos para conseguir el éxito del público. En la consejería armonizó un buen grupo integrado por Vicent Todolí, Rodolf Sirera, Luis Quirante, Paco Tamarit, Toni Pastor, Rosa Enguix, Julián Esteban Chapapría, Ricardo Sicluna, Arturo Zaragozá, Paquita Aleixandre, Rafael Coloma y algunos profesionales más que trabajaron en sus respectivas áreas con ilusión y coraje. Allí dirigió su última obra, formando para la escena política su última gran actriz, la escritora Pilar Pedraza, que era la titular de la consejería. Fue en aquellos años cuando, siendo yo director de la consejería en Castellón, más le traté; a menudo solíamos comer juntos, me hacía confidencias sobre el oficio teatral y me refería los planes que urdía para salvar los escollos de la administración. Morera no daba un paso sin haberlo meditado antes, o haberlo consultado con su hermano, a quien dedicaba las mañanas dominicales.

Cuando aquella etapa terminó, se recluyó en el Consejo Valenciano de Cultura donde, colaborando estrechamente con Santiago Grisolía y Jesús Huguet, organizó las entrevistas en las que numerosas asociaciones valencianas plantearon su punto de vista sobre la controvertida cuestión lingüística, con el fin de tener la autoridad adecuada para poder aprobar el dictamen que dio lugar a la creación por las Cortes de la Academia Valenciana de la Lengua.

Residente en Ondara desde que se jubiló definitivamente, hace cinco años cedió su voluminoso e interesante archivo al Ayuntamiento de Denia, compuesto por 63 cajas de libros, diarios de ensayos, dibujos, esbozos de escenografías y de vestuarios, cartas, fotografías, premios y distinciones. A partir de entonces todo su pasado fue ya solamente recuerdo. En mayo de 2015 se hizo en Dénia una exposición muy completa de todo este legado y allí nos reunimos con él por última vez. De hecho, ya había hecho mutis por el foro con discreción y elegancia, dos de sus muchas calidades.

Josep Palomero es vicepresidente de la Acadèmia Valenciana de Cultura.

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