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Frío recorrido por el mapa del desamor

‘Furiosa Escandinavia’ cuestiona el valor y la veracidad de los recuerdos

Rut de las Heras Bretín
Desde la izquierda, Francesco Carril; David Fernández, 'Fabu'; Sandra Arpa e Irene Ruiz, en 'Furiosa Escandinavia'.
Desde la izquierda, Francesco Carril; David Fernández, 'Fabu'; Sandra Arpa e Irene Ruiz, en 'Furiosa Escandinavia'.Jaime Villanueva

¡Qué complejo puede ser leer un mapa! No, no solo interpretarlo, para eso hay personas más o menos hábiles, también desplegarlo. Desdoblar esas grandes láminas, buscar un camino y que vuelva a su estado inicial es en muchas ocasiones un imposible, no queda igual. Lo que en un principio cabía en un bolsillo acaba pareciéndose a un papel estrujado. Esto plantea Furiosa Escandinavia, la pieza dirigida por Víctor Velasco, con texto de Antonio Rojano, que se estrena este jueves en el Teatro Español (Madrid). Cada personaje se ha doblado y desdoblado varias veces buscando un camino, un lugar, a lo largo de sus veintimuchos/treintaitantos años —la edad por la que rondan todos— y ya solo son parte de lo que eran.

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El amor, más bien el desamor, forma parte de esos pliegues, que bien podrían ser cicatrices con las que el corazón se va deformando. A Erika, interpretada por Sandra Arpa, la ha abandonado su pareja de la noche a la mañana, sin explicación. Y precisamente esas ausencias, la de explicación y la que hace la cama más ancha, conllevan una falta de aire, irreal, obvio: el aire no desaparece cuando una pareja se rompe, pero Erika la siente real. Entre esos mundos se mueven los protagonistas: la ficción, lo real y la imaginación, entre los recuerdos pasados, la inestabilidad del presente y la construcción de un futuro incierto en el que lo establecido anteriormente se está dinamitando.

La obra es un laberinto visto a través de un caleidoscopio: un puzle de innumerables piezas, con muchas lecturas, en las que articulador del drama —al que no le faltan toques de humor— es la pérdida de la pareja. Una situación que los treintañeros en la actualidad han vivido, “llevan varios cadáveres a cuestas", señaló el día de la presentación Irene Ruiz, que interpreta a Sonia. “Puede que sea la primera generación con esas experiencias a esta edad, la de nuestros padres elegían una pareja para toda la vida”, añadió. Esa es otra manera de llevar lastre. Erika no puede soportar más carga, por tanto decide contrariar a Proust y a su magdalena —el autor es una constante referencia en el texto— y no evocar recuerdos, no aferrarse a la silla donde su ex se sentaba, si no tomar una pastilla para olvidar. ¿Quién no se ha obsesionado con algún objeto del pasado? ¿Quién no se tomaría ese medicamento alguna vez si existiera?

Francesco Carril, en 'Furiosa Escandinavia'.
Francesco Carril, en 'Furiosa Escandinavia'.Jaime Villanueva

Dramaturgo y director han trabajado juntos anteriormente y se conocen bien. Rojano, de 34 años, plantea retos sobre el papel —recursos literarios— que Velasco, de 40, recoge y materializa sobre las tablas. Dos lenguajes que vienen de uno en común: el que usan sus coetáneos como los protagonistas de Furiosa Escandinavia. Una generación que utilizó mapas en papel, aunque ahora no sepa vivir sin Google maps, y que usó la palabra amigo antes de imaginar que podría tener varios centenares en Facebook.

Todo ello en una puesta en escena también laberíntica y que convierte al espectador en un voyeur, el que mira desde la ventana indiscreta del patio de butacas los apartamentos de Erika, de Sonia, una habitación de hotel, un bar en Noruega... Un juego y sucesión de momentos que ocurren a la vez y que a veces no responden a la lógica, pero ¿la realidad siempre responde a la lógica, siempre se muestra sencilla? ¿Y los recuerdos? Para esto Furiosa Escandinavia recurre a una frase de Ray Loriga, en Tokio ya no nos quiere: “La memoria es el perro más estúpido, le lanzas un palo y te trae cualquier cosa”.

Un texto lírico

Furiosa Escandinavia ganó el año pasado el premio Lope de Vega, el decano de los galardones de teatro —el primero se otorgó en 1932—. Pero su autor, Antonio Rojano, no quiere quedarse en dramaturgo; se considera escritor. El texto está lleno de lirismo, de recursos con los que se ha encontrado Víctor Velasco, el director, y que ha tenido que plasmar en escena, como que una página del texto sea una página de tesis. O que un personaje apareciera tachado, mientras otro, cuando piensa, declama sin pausas o señala hasta los signos de puntuación. "El pensamiento es una larga frase subordinada", dice. Velasco disfruta estos retos. Hasta el título ha sido escogido por poético, dice Rojano.

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