Imagine un piano sin macillos
El estadounidense Richard Goode cierra hoy el ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo en el Auditorio Nacional
Richard Goode (Nueva York, 1943) suele figurar como el primer estadounidense que grabó el ciclo de las 32 sonatas de Beethoven. Pero sus raíces artísticas provienen de Europa. “Todos mis maestros fueron de origen húngaro, ruso, alemán, austriaco o polaco”, recalca a EL PAÍS este hijo de un afinador de pianos de familia ucraniana que creció en el East Bronx neoyorquino. Sus profesores forman parte de la pléyade de exiliados en EE UU. por el régimen nazi y la Segunda Guerra Mundial. “Rudolf Serkin fue para mí el más determinante de todos; le debo mi reverencia hacia lo escrito por el compositor”, reconoce. A continuación, cita una frase de Mieczyslaw Horszowski: “Uno es mejor músico cuanto mejor lee una partitura”. Pero aclara que ambos le enseñaron también a ver dentro del papel pautado. A desentrañar lo que anida detrás de las notas.
Aparte de su formación en el Curtis Institute de Filadelfia, Goode frecuentó el Marlboro Music Festival, en Vermont, del que ha sido recientemente director artístico. Allí se curtió como músico de cámara y, en 1960, llegó a acompañar al mismísimo Pablo Casals. “Fue durante los ensayos del Concierto para violonchelo, de Dvorak. Nunca me perdía sus clases magistrales y enriqueció notablemente mi universo expresivo”, admite. Cinco años más tarde, el pianista norteamericano se convirtió en partenaire de otra gran violonchelista: Jacqueline du Pré. “Tocamos juntos en el Festival de Spoletto, en Italia, y nunca podré olvidar su impresionante combinación de vitalidad y fantasía”, recuerda.
Cultivar la música de cámara le ayudó a sentirse cada vez más cómodo en el escenario, aunque su definitivo despegue como solista no llegaría hasta los años ochenta con su primer ciclo de las 32 sonatas de Beethoven en concierto. “En realidad, nunca he dejado de hacer música de cámara o de acompañar cantantes. Y esa capacidad camaleónica es lo más maravilloso del piano. Puedes hacer casi cualquier cosa. Es el actor de carácter de los instrumentos”, afirma. Como intérprete, Goode evita pensar en sentido pianístico, como si cantase o tocase otro instrumento. Imagina el sonido de un piano sin macillos.
Su discografía como solista es fiel reflejo de su repertorio. A la integral de sonatas y conciertos de Beethoven se suman los de Mozart, pero también obras de Bach, Schubert, Schumann, Chopin o Brahms. “Para mí cada interpretación es una experiencia definitiva. Y la grabación es la más perentoria de todas al plasmar la forma en que imaginas que debe sonar una pieza”. Reconoce no escuchar nunca sus registros, pues uno cambia mientras el disco permanece, aunque ha tenido alguna divertida excepción. “Hace poco mientras estaba en el dentista sonó en la radio un intermezzo de Brahms que me gustó mucho. Pensé que sería Radu Lupu, pero era yo”, explica entre risas. La música contemporánea no se encuentra entre sus prioridades, aunque ha estrenado alguna obra, como Ballade, de George Perle. “Se debe a que necesito escuchar tonalmente todo lo que toco”, confiesa.
Para su concierto de hoy que cierra la 21ª temporada del Ciclo Grandes Intérpretes de Scherzo ha diseñado un programa que confronta a Bach con Chopin. “Son dos compositores conectados por la claridad de las voces y la transparencia del contrapunto. Emocionalmente son diferentes, pero en cierto modo tocar Bach te puede conducir a Chopin”. Lo ejemplifica al comparar las invenciones del alemán que tocará en la primera parte con las mazurcas del polaco en la segunda: “Son composiciones de una duración similar que concentran gran intensidad musical en corto espacio de tiempo”, asevera. Su paso por Madrid le permitirá también dar clases magistrales, una actividad que adora. “Para mí enseñar es dar pero también recibir. Ver lo que los alumnos ven y compararlo con lo que veo yo. La docencia me ha hecho crecer”, admite.
Goode visita Madrid dentro de una gira europea que le llevará a Londres y continuará por Estocolmo y Budapest. Está inmerso en la grabación de su nuevo disco en Nonesuch Records centrado en Schumann con Kreisleriana, Davidsbündlertänze y Arabeske. Pero siempre encuentra tiempo para cultivar su pasión por los libros y la lectura. “Reconozco que soy un lector voraz y tengo una inmensa biblioteca en mi apartamento de Nueva York”. Siempre viaja con libros y esta ocasión no es excepcional. “Para esta gira había pensado en releer algunos autores rusos del siglo XIX que hacía mucho que no frecuentaba y por eso he venido con varios libros de Iván Turguénev”, concluye.
Babelia
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