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Columna
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Los cinco años de parto del cine peruano

Los cineastas sudamericanos invierten gran parte de su tiempo en la búsqueda de fondos

Fotograma de 'La última tarde', ganadora del premio del público en Lima.
Fotograma de 'La última tarde', ganadora del premio del público en Lima.

Muchos cineastas peruanos se ganan la vida como profesores universitarios, realizadores de videos por encargo, actores de telenovelas u otras ocupaciones. No pueden vivier del cine, una actividad que en 1992 fue afectada por la derogación de una ley que obligaba a salas y distribuidores a exhibir cine nacional y que destinaba parte de los impuestos municipales de los boletos a las productoras. Además, facilitaba la importación y exportación de equipos y copias de películas. En el Festival de Cine de Lima, que concluyó ayer sábado, la mayoría de directores ha coincidido: toma cinco años terminar una película en Perú y se invierte mucho tiempo en buscar financiamiento.

Joel Calero, director de La última tarde, un largometraje que cuenta la historia de un par de exmilitantes de izquierda radical al reencontrarse casi 20 años después para firmar un divorcio, estrenó su filme en el Festival. Sin embargo, no tiene fecha para la distribución comercial.

Pese a los magníficos comentarios que recibió la película, ganadora del premio del público, el eco no es igual en las empresas que operan las salas de cine. “Ya hubo alguno que considera que la película no tiene potencial comercial”, comentó Calero en una entrevista reciente, en la que destaca las actuaciones de Katerina D’Onofrio y Lucho Cáceres. El director ha tenido suerte en que su película no haya quedado desfasada por el paso del tiempo: la moda, la música y las locaciones elegidas no se han desgastado en un lustro y podría haber sido filmada ayer, con un tema que estará vigente por muchos años en Perú: las consecuencias de la violencia que vivió el país entre 1980 y 2000, a raíz de que el grupo subversivo Sendero Luminoso declaró la guerra al Estado.

Los realizadores suelen postular no solo a apoyos para la producción sino también para la distribución y los gastos de la campaña publicitaria del filme. Y después sigue el difícil trance de buscar salas. Por ejemplo, el filme El candidato, de Alvaro Velarde, intentó ser exhibido en mayo, entre la primera y segunda vuelta de las elecciones generales. Solo llegó a las salas a fines de julio porque los distribuidores no le daban fecha. La cinta de humor político fue también muy elogiada, pero el timing fue pésimo. Se estrenó cuando el nuevo presidente estaba por asumir el cargo. 

Las condiciones en las que los peruanos hacen cine se comparan a las del cine brasileño en la década de los 60, antes del golpe contra Joao Goulart. En una grabación de archivo recogido en el documental Cinema Novo dirigido por Eryck Rocha -hijo del cineasta brasileño Glauber Rocha- el crítico Paulo Emilio Salles decía: ”el cine brasileño es marginal en su propio territorio”.

La directora de la película Fruta seca, Ana Caridad Sánchez comentó a EL PAÍS que la nueva ley que el Ministerio de Cultura plantea llevar al Congreso debería "facilitar formas de mecenazgo y de estímulos tributarios para aquellos que inviertan en cine, tal como lo hacen las leyes de Colombia, Chile y República Dominica. Yo no pensaría sustentar el Fondo de Fomento solamente con el impuesto producto de la entrada al cine”. El filme de Sánchez logró en 2011 una ayuda de Ibermedia para la fase inicial de desarrollo del proyecto y la cineasta participó en el Festival de Lima en un espacio de contacto con programadores de festivales, para ir adelantando la complicada fase de distribución de una película terminada.

Largo es el camino para una nueva ley y distribuidores que confíen en la producción nacional en Perú.

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