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Grandeza e infortunio de Paco Ureña

Antonio Lorca
Paco Ureña, cogido por su primer toro.
Paco Ureña, cogido por su primer toro.Sergio Barrenechea (EFE)

Paco Ureña ha toreado en Las Ventas como una gran figura, profundo, entregado, inspiradísimo, pletórico, sublime, arrebatador y magistral.

Acababa de salir de la enfermería, con el antebrazo izquierdo y la muñeca derecha contusionados después de las dos volteretas que sufrió ante su primero. Tomó la muleta, se colocó cerca de los pitones y volvió a volar por los aires sin más consecuencias que otro testarazo en el cuerpo entero. Se recompuso, asentó las plantas de los pies y comenzó a torear. Tenía delante un buen colaborador, un toro de noble condición, y los muletazos surgieron largos, suaves y profundos en una primera tanda de derechazos de alto voltaje. Grandes y templadísimos brotaron los naturales, rubricados después con otra tanda, de frente, con la mano zurda, honda, emotiva, hermosa y magníficamente abrochada con un largo pase de pecho. Otra más, hubo, del mismo tenor, con la plaza extasiada, arrebatada y conmovida por la visión del toreo más grande siempre soñado.

Unos ayudados por bajo, largos, sentidos, eternos, fueron el punto final a una de las faenas más bellas que se hayan visto en esta plaza.

MARTÍN / RAFAELILLO, ROBLEÑO, UREÑA

Toros de Adolfo Martín, muy bien presentados, astifinos, mansos, dificultosos y broncos; destacó el sexto por su calidad.

Rafaelillo: pinchazo y estocada (ovación); pinchazo y casi entera trasera y tendida (ovación).

Fernando Robleño: pinchazo y estocada baja (silencio); estocada (silencio).

Paco Ureña: pinchazo y estocada caída (ovación); pinchazo, sartenazo _aviso_ y estocada (vuelta al ruedo).

Plaza de las Ventas. Cuarta y última corrida de la Feria de Otoño. 4 de octubre. Casi lleno.

Aquí debiera acabar la crónica porque ahí debió acabar la corrida. Un fogonazo de belleza tan deslumbrante no mereció el infortunio de un fallo garrafal con la espada, que lo emborronó todo, lo mancilló y lo oscureció. Ureña, que estaba en los cielos del arte, se despeñó de sopetón, como en otra maldita voltereta del destino para que el alma le duela hasta el aliento.

Dio una apoteósica vuelta al ruedo, con el semblante pálido, sin saber si reír o llorar, si responder al reconocimiento o darse un chocazo contra las tablas. Era el infortunio, indisolublemente unido, también, a la grandeza del toreo.

Durísimos fueron los cuatro primeros toros de Adolfo Martín, -el quinto fue un noble inválido-, complicados, orientados, listos, inciertos, bruscos…; y los tres toreros fueron tres valentísimos jabatos de la lidia, que se jugaron el tipo en cada cite, que nunca volvieron la cara y sortearon las tarascadas y las miradas de toros que los radiografiaban en décimas de segundo. Y a todos les robaron capotazos y muletazos de categoría.

El propio Ureña lanceó a la verónica a su primero maravillosamente bien, jugando los brazos, apretado el mentón, embraguetado… Después, le dio todas las ventajas a un oponente muy dificultoso, de corto recorrido y rápido aprendizaje, se llevó dos volteretas y el respeto del tendido.

Grande, grande, Rafaelillo, hecho un torerazo con el brusco primero, ante el que derrochó valor e inteligencia. Una gran media firmó ante el cuarto, al que robó muletazos muy estimables. La misma suerte tuvo y las mismas agallas derrochó Robleño. Los tres merecieron la puerta grande, sin trofeos, como en los viejos tiempos.

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Sobre la firma

Antonio Lorca
Es colaborador taurino de EL PAÍS desde 1992. Nació en Sevilla y estudió Ciencias de la Información en Madrid. Ha trabajado en 'El Correo de Andalucía' y en la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA). Ha publicado dos libros sobre los diestros Pepe Luis Vargas y Pepe Luis Vázquez.

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