Clasicismo y experimentación
Siempre han estado presentes tanto su acentuada singularidad, como su aire permanente de clasicismo formal envuelto en oleadas de indagación sobre el medio
En el número 13 de la mítica revista AFAL, correspondiente a los meses de enero y febrero de 1958, al inicio de unas páginas dedicadas a Alberto Schommer, se incluía un significativo fragmento de una carta enviada por el autor al redactor-jefe de la publicación. Decía así: “Tengo 29 años. Trabajo en la fotografía, fotografía de estudio… y de todo. Empecé casi a la fuerza en este negocio. Siempre me gustó la pintura. Los primeros pasos en la fotografía los di influenciado por la pintura. Cambio importante el año 52. En un viaje de tres meses por Alemania. Veo las nuevas formas tanto en pintura como en fotografía. Sigo pintando. Me admiten un cuadro en la II Bienal. Es simbolista. Demasiado literario. Entonces —es el último cuadro que pinté— me vuelco en la foto. La empiezo a gustar. Por fin, el 56, es cuando de verdad, el valor humano, la vida interior, la sugerencia, toma valor para mí. Desde entonces veo todo mucho más interesante. […]La verdad es que la técnica es importantísima, pero se debe olvidar muy a menudo. […]Lo importante es el resultado. Una fotografía con vida. Un retrato con alma… y nada más”.
Las claves de una obra
En esta temprana declaración se encuentran buena parte de las claves que explican la trayectoria de Schommer. Carlos Pérez Siquier, en aquel mismo número de AFAL, alababa ya la singularidad que caracterizaba su acercamiento al reportaje documental y su capacidad incesante de renovación en el ámbito de la composición. Desde sus primeros trabajos documentales, nunca demasiado ortodoxos, pasando por los trabajos de encargo, especialmente de arquitectura, su afán por la experimentación canalizada en los setenta en el contexto de la revista Nueva Lente, o su larga trayectoria en el ámbito de la fotografía editorial, siempre han estado presentes tanto su acentuada singularidad, como su aire permanente de clasicismo formal envuelto en oleadas de indagación e investigación sobre el medio, o su capacidad para la composición y el “milagro estético”, que era como definía el resultado de su trabajo el propio Pérez Siquier.
En ese fragmento autobiográfico, Schommer apunta ya hacia el retrato, el género en el que destacó especialmente. Dos trabajos fundamentales resumen y ejemplifican su acercamiento al mismo: sus conocidos Retratos psicológicos, iniciados a finales de los sesenta, y su serie Máscaras de mediados de los ochenta. En ambos volvió a poner en juego su singularidad. En el primero, desarrollando un acercamiento psicológico al sujeto, pero no basado en la introspección sino en la interpretación simbólica a través de objetos y decorados, convirtiendo así una serie de retratos individuales en el retrato colectivo de una sociedad con sus propios fantasmas, limitaciones y expectativas.
En el segundo, Máscaras, procedió a fotografiar el rostro de un importante grupo de destacados intelectuales y artistas españoles de varias generaciones. En estas imágenes negaba el lugar de confluencia privilegiado de todo retrato, la mirada, dejando en negro, gracias a la iluminación, lo ojos de los retratados. Schommer procedía así a recuperar los atributos del rostro, a devolver la fuerza a los rasgos faciales, en un enaltecimiento de la facialidad que paradójicamente reforzaba la identidad y humanidad del sujeto. Esta serie, prácticamente cierre de su carrera, se expuso en 2014 en el Museo del Prado, justamente allí donde mejor podía dialogar con la pintura de sus orígenes y también acercarse a la escultura con la que, al igual que con la pintura, mantuvo un estrecho diálogo a lo largo de su carrera.
Babelia
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