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UNIVERSOS PARALELOS

Las muchas vidas de Jorge Álvarez

Paladín del rock underground en Argentina, en España se recicló en Maquiavelo del pop

Diego A. Manrique
Jorge Álvarez.
Jorge Álvarez.

Son admirables y, aún más, resultan envidiables. Me refiero a esos empresarios polivalentes que –por ejemplo- saltaron sin esfuerzo del libro al disco, que fueron capaces de reinventarse en diferentes países. Estoy pensando específicamente en Jorge Álvarez, que murió en su Buenos Aires natal hace dos semanas, a los 83 años.

En España, Álvarez fue el productor oficial del sello CBS durante los ochenta, con licencia para fichar talento e inventar nuevos proyectos. Con diseños de Juan O. Gatti, concretó un pop rutilante y sexy, de estética new romantic: los primeros Mecano y Olé Olé, allá por la Era del Fairlight.

Por su posición, Álvarez trabajó igualmente con los cantautores fichados por CBS: Pulgarcito, Joaquín Sabina, Javier Krahe (incluso, hizo La Mandrágora). Una puntualización: más que un productor musical (labor que dejaba a sus instrumentistas), era el delegado de la multinacional, el hombre de olfato que determinaba si aquello era vendible. Se notaba más su presencia en artistas inseguros, como el primer Antonio Flores, al que proporcionó excelsas canciones brasileñas.

Invitación para la exposición que le dedicó la Biblioteca Nacional de Argentina a Jorge Álvarez.
Invitación para la exposición que le dedicó la Biblioteca Nacional de Argentina a Jorge Álvarez.

Aquel Jorge Álvarez, adalid del pop comercial, tuvo que jurarme que era el mismo Jorge Álvarez que había revolucionado los gustos literarios y musicales de la Argentina en los sesenta y setenta. En Editorial Jorge Álvarez salieron obras de Manuel Puig, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Leopoldo Torres Nilsson y Quino (las tiras de Mafalda); podían ser textos marxistas pero llevaban portadas muy pop. Fundó -¡en 1968- el sello independiente Mandioca y fue elemento esencial en lo que se terminaría llamando el “rock nacional”. Con su exigencia de que cantaran temas originales en castellano, potenció la creatividad de Moris, Tanguito, Spinetta, Sui Generis (Charly García y Nito Mestre), Pappo, Vox Dei.

Se largó en 1977, expulsado por la violencia de los montoneros y los militares. Unos le pedían colaboración activa y los otros le amenazaban por “subversión ideológica”. Tras un exilio perezoso, por Río y Nueva York, terminó en el Madrid de la transición.

 Pero eso distingue a los supervivientes: la habilidad de encarnar perfiles tan diferentes, de paladín del rock underground a Maquiavelo del pop de consumo. Aún tendría nuevas reencarnaciones: puso piso en Miami, donde supervisó el Sangre española, de Manolo Tena, y pretendió integrarse en el naciente rock latino.

 De vuelta en España, gastó mucha energía en el sueño de una obra musical que “necesariamente” debería estar protagonizado por Concha Velasco. Energía y dinero. Terminó arruinado (pero no lo reconocía). Volvió a la Argentina en 2011.

 Acogieron cálidamente al hijo pródigo. Reconocido como generador de cultura durante los años duros, le montaron una exposición en la Biblioteca Nacional, un canal gubernamental financió una serie de ocho programas televisivos sobre el sello Mandioca, le dieron bolilla. Octogenario, Jorge Álvarez incluso editó su autobiografía. Lo repito: una trayectoria pasmosa.

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