El Escorial y otros enigmas de Felipe II
Una muestra en el Palacio Real reúne tesoros de la colección del monasterio con motivo del 450º aniversario de la colocación de la primera piedra
Conformarse con las palabras de Jehan Lhermite, un belga en la corte del rey Felipe II, sobre la pasión arquitectónica del monarca y su “natural inclinación por todos los asuntos relacionados con las construcciones” sería quedarse trágicamente cortos. Ahí sigue el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, adusto e impasible 450 años después de la colocación de la primera piedra del edificio el 23 de abril de 1563, como gigantesca prueba de sus ambiciones sin medida de proyectista. La efeméride se celebrará con algo de retraso a partir de mañana y hasta enero en el Palacio Real de Madrid con la exposición De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial.
De todas las lecturas posibles sobre el inagotable monumento y sus tesoros, los enigmas que le rodean y las variadas exégesis de las intenciones con las que se construyó, el comisario Fernando Checa ha optado por una de las menos obvias, que arranca precisamente con una sala en la que la arquitectura se coloca en primer plano. Reciben al visitante las láminas efectuadas por Pedro Perret a partir de los diseños de Juan de Herrera, hombre de grandes dotes como dibujante técnico pero escasa experiencia práctica cuando Felipe II lo escogió como sucesor de Juan Bautista de Toledo, autor de la traza original, al frente de una construcción que se prolongaría durante 21 años. Una asombrosamente corta cantidad de tiempo en vista de los resultados. Una serie de recreaciones digitales llaman en este espacio la atención sobre la combinación de perfectas formas prismáticas y circulares que se reiteran en los 11 diseños sucesivos.
Lo que sigue después es la reunión de 155 obras de una colección tan superlativa como el lugar que la alberga, con sus 2.675 ventanas, 1.200 puertas, 88 fuentes, 16 patios y 89 escaleras. Checa ha optado para la selección por un triple punto de vista, al considerar El Escorial como “una manifestación más, aunque muy importante, del concepto renacentista de maravilla y ‘cámara de maravillas”, como la sublimación de la “sabiduría divina”, “ya que todo el edificio fue visto entonces como trasunto de la misma” y, por último, como “un archivo sacro”.
El propio Felipe II aspiró a hacer del conjunto lo que hoy se conocería algo pomposamente como un edificio multiusos (probablemente porque lo sigue siendo): convento jerónimo (y después agustino), lugar para el enterramiento de la dinastía de los Habsburgo, colegio y escolanía, además de monumento (que recibe medio millón de visitas anuales), resumen de las virtudes austeras de la contrarreforma y depósito tallado en piedra de granito del Guadarrama de las pasiones coleccionistas del monarca.
Más allá de la pintura, una de sus más desarrolladas aficiones fueron los relicarios, según señala Carmen García Frías, conservadora de pintura de Patrimonio Nacional y una de las más atentas estudiosas del monasterio. “En tiempos de novedad protestante, muchos conventos de Alemania y otros países se deshacían de sus reliquias", explica. Y ahí estaba Felipe II para rescatarlas y, de paso, aumentar su leyenda negra. En la exposición se muestran algunos de los más bellos e inquietantes ejemplos, como esos bustos milaneses de las once mil vírgenes con el pescuezo rebanado. Muchos de ellos no se muestran al público en El Escorial, como tampoco son accesibles las Auténticas que los acompañan, algo así como los certificados de procedencia -santa, claro- de las piezas, guardados en condiciones óptimas de conservación en la biblioteca del monasterio por su director, el agustino José Luis del Valle.
No son los únicos entresijos que salen a la luz en una muestra, patrocinada por la Fundación Banco Santander y que tiene algo de vistazo a la trastienda: los bocetos de decoraciones para la basílica, los enormes cantorales, las glorias heráldicas (como esa genealogía de los Austrias en pergamino miniado de 30 metros prestada por la Biblioteca Nacional) o los ternos, bordados en el obrador del Escorial, se suceden durante el recorrido. Lo que uno esperaría del título de la muestra llega en el último tramo, cuando el visitante ya ha tomado plena conciencia de que esta no es otra exposición sobre los tesoros pictóricos en tiempos de Felipe II.
Y no es porque falten precisamente: la sala dedicada a Tiziano, favorito del rey, que sin embargo nunca se avino a mudarse desde Venecia a la corte madrileña, es todo un acontecimiento, y no solo estético. Cristo camino del Calvario (1560) se reúne por primera vez desde que saliera en 1845 del Oratorio Privado de Felipe II camino del Prado con viejas compañeras de monasterio como La Adoración de los Reyes, San Jerónimo o Cristo crucificado, todas de Tiziano. El pintor será, con motivo de la exposición, tema de un congreso mundial de especialistas encaminado a aventurar hipótesis sobre las circunstancias de su estilo tardío; dónde empezaba su taller lo que el longevo artista se veía obligado a dejar. La ocasión se aprovechará también para editar los libros de entregas de El Escorial, “base científica de la muestra”, donde se inventariaron las obras adquiridas por Felipe II durante su construcción.
Las salas dedicadas a la pintura sirven de somero tributo a las manías del monarca como mecenas: su gusto por Michel Coxcie, flamenco, aunque “imitador de los valientes de Italia”, según el Padre Sigüenza; su fe en Juan Fernández de Navarrete el Mudo, truncada por la muerte de este; sus frustrantes desencuentros con El Greco, y la devoción por El Bosco, que aporta la insuperable pareja formada por Cristo coronado de espinas y Cristo camino del Calvario.
Aunque para hacerse con el cuadro completo, lo mejor será continuar la visita por el museo de pinturas, la basílica y las salas capitulares del monasterio, que, lejos de languidecer estos días menguadas por los préstamos, siguen luciendo llenas de tesoros. Para ello, Patrimonio Nacional ha establecido un régimen que facilita a los que compren una entrada a la muestra del Palacio Real la visita al monumento de San Lorenzo de El Escorial… y viceversa.
Babelia
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