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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El horror

Hay que ser una bestia para no conmoverse e indignarse cuando ves niños, forzosamente inocentes, masacrados por la guerra

Carlos Boyero

Cuesta imaginar cómo pudieron sobrevivir durante una década la gente del Vietcong que hizo la guerra ocultándose en las toperas, túneles a lo largo de kilómetros, cercanos a Saigón, en los que vivían permanentemente y desde los que acosaban al Ejército norteamericano en plan guerrillero, apareciendo para golpear con las trampas más sofisticadas y desapareciendo inmediatamente bajo tierra. Esos túneles eran tan estrechos que no concebías que seres adultos y con unos kilos de más pudieran moverse por ellos. Cuando visité las toperas solo los niños podían introducirse en ellas. A un aparatoso y exhibicionista señor porteño que se empeñó en meterse en ellos para hacerse la fotito verificadora, hubo que sacarlo con esfuerzos proteicos, casi con polea.

 Pero después de constatar la heroica capacidad de resistencia de esos soldados, sobreviviendo como topos, buscas datos sobre los muertos en ambos Ejércitos y deduces que fue una guerra excesivamente descompensada. Murieron 58.000 soldados norteamericanos y tres millones de vietnamitas. Una victoria muy cara. Sospecho que lo que movilizó a la opinión pública de cualquier parte del mundo contra esa interminable masacre, más allá de las atroces estadísticas de muertos, fue el masivo impacto emocional que provocó la fotografía de una desvalida niña vietnamita corriendo por una carretera después de haber sido abrasada con napalm. Hay que ser una bestia para no conmoverse e indignarse cuando ves niños, forzosamente inocentes, masacrados por la guerra, eso que los cínicos denominan como inevitables daños colaterales.

La espeluznante imagen de montones de críos sirios en estado convulso, gritando como poseídos, después de haber sido machacados con gases tóxicos, haciendo tan real como entendible la desolada certeza de Kurtz desde el corazón de las tinieblas (“El horror, el horror”) tal vez sirva para que la ONU y EE UU se tomen en serio lo de detener esa salvajada.

Es curioso que Estados Unidos se escandalice por el uso de armas químicas. Que incluso lo utilizara como falso pretexto para invadir Irak. No tuvieron el menor escrúpulo para hacerlo en Vietnam. Y no sé si las bombas atómicas sobre Japón tenían componentes químicos o físicos. Sospecho que a las infinitas víctimas, incluidos los niños, les da igual.

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