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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No me consta

La clase política emplea sistemáticamente latiguillos para expresar su visión del mundo

Carlos Boyero
El extesorero del PP Luis Bárcenas.
El extesorero del PP Luis Bárcenas.CRISTÓBAL MANUEL

Nadie sabe con certeza quienes son los genios lingüísticos relacionados con el futbol que inventan frases hechas, tópicos emparentados involuntariamente con el surrealismo, sonrojantes lugares comunes y que, posteriormente, van a ser repetidos por la mayoría del gremio durante dos o tres temporadas cada vez que les preguntan, no ya sobre su profesión, sino sobre todas las cuestiones humanas o divinas.

Esos latiguillos para expresar su visión del mundo también los practica asiduamente la clase política, especializada en algo tan arduo como intentar dotar de fuerza y comprensión a parlamentos huecos que no significan nada, pero no existe un lenguaje común para todos ellos. Cada grupo practica escrupulosamente el lenguaje de su tribu. Por ejemplo: resulta transparente a que partido pertenecen todos aquellos que inevitablemente comienzan su perorata con el entre intimidatorio, pedagógico y despreciativo: “Mire usted”.

Sospecho que esa perdurable moda expresiva va a sufrir alteraciones a partir de ahora en el partido que se está partiendo el alma por sacar a la pobre España del desastre y al que los desagradecidos jueces se atreven a pedirle explicaciones por unos inocuos sobres repletos de vil metal que les entregaba puntualmente el único malvado de la película, esa exclusiva manzana podrida que responde al satanizado nombre (antes sus colegas declaraban santo al repartidor de billetes anónimos) de Bárcenas.

Sí, el mismo repartidor de billetes caídos del cielo al que antes sus entrañables colegas de partido y trapicheo habían declarado santo. Esas palabras que van a servir en el futuro para explicar todos los interrogantes sobre los turbios comportamientos de la condición humana cuando se trata de economía, de la ancestral afición de tantos conductores de patrias a meter con naturalidad su codiciosa manita en la caja, se limitan a un difuso y escapista: “No me consta”.

Se supone que no es un invento propio de Cascos, Arenas y Cospedal, que la consigna se la habrá susurrado al oído algún sofisticado especialista en leyes. Pero es devastador el efecto que provoca en cualquier receptor que haya abandonado el limbo ese melifluo “No me consta”. O sea, te consta que todo dios estaba pringado hasta el cuello.

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