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OBITUARIO

John Arden, dramaturgo que combinó poesía, política y pasión

Sus piezas utilizan el pasado colonial británico como metáfora crítica

John Arden, dramaturgo, en 1998.
John Arden, dramaturgo, en 1998.RICARDO GUTIÉRREZ

John Arden (Barnsley, Yorkshire del Sur, 1930), uno de los más importantes dramaturgos británicos de finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, murió a finales de marzo a los 81 años de edad. Aunque al final de su vida fue una figura teatral prácticamente olvidada, la reposición en los escenarios ingleses en 2003 de su clásico temprano, Serjeant Musgrave’s dance [La danza del sargento Musgrave] fue un sorprendente recordatorio de su rico talento para la poesía teatral y la metáfora política.

La obra relata la historia de unos desertores del Ejército victoriano que llegan a una ciudad minera del norte de Inglaterra para vengarse de un acto de violencia colonial. Arden se inspiró en un incidente ocurrido en 1958 en Chipre, en el que soldados británicos mataron a cinco personas inocentes en una represalia antiterrorista. La época de Arden había vuelto en un ambiente de inquietud por la implicación británica en la guerra de Irak, a la que Arden se oponía de forma inflexible. La recuperación de la obra de Arden hizo que la mayor parte de los dramas contemporáneos recientes parecieran endebles.

A partir de 1957, año en el que se casó con la actriz y escritora irlandesa Margaretta D’Arcy, Arden adoptó un compromiso político y se radicalizó teatralmente. Sus dramas invocan constantemente la leyenda, el precedente histórico, las políticas del colonialismo en Irlanda y Escocia, y emplean toda una panoplia de formas de versificación, música, variedades y recursos oratorios y satíricos. El resultado es ese embriagador combinado que buscaban otros hombres de teatro de los años cincuenta —como el director Joan Littlewood y el escritor Brendan Behan— y que le convierte en uno de los escasísimos dramaturgos del siglo XX que cabría mencionar al lado de Shakespeare, Molière y Brecht sin forzar en exceso los paralelismos.

Como estos tres gigantes, el propio Arden se vio desde muy temprano como un hombre de teatro, aunque acabara escribiendo historias breves y voluminosas novelas. Arquitecto experimentado, solvente intelectual marxista y sagaz historiador del arte, Arden era una rara avis en un panorama teatral poblado de muchos colegas comprometidos pero pocos verdaderamente entregados.

Arden empezó a escribir obras dramáticas mientras estudiaba Arquitectura y siguió haciéndolo mientras trabajaba en un estudio londinense hasta que el director George Devine aceptó representar sus obras en el Royal Court. Aunque hubo quienes consideraron que la escena teatral inglesa había encontrado una voz que tomaba el testigo de John Osborne, el autor emblemático de la generación de los “jóvenes airados”, en general cosechó un resonante fracaso de crítica y de taquilla. Entre las piezas respresentadas en el Royal Court cabría destacar Vivir como cerdos (Cuadernos para el diálogo, 1968), estrenada en 1958, una comedia sobre el estado de bienestar intercalada con canciones escandalosas, que versa sobre un grupo de vagabundos que viven hacinados en una casa sufragada por el Ayuntamiento.

Sin embargo, el derecho a equivocarse nunca tuvo una justificación tan clamorosa como el trabajo de Arden en el Court. Aunque el público siguiera rechazando sus obras, su reputación creciente le llevó a ver representada su obra The Workhouse Donkey [El burro del asilo-taller] en el National Theatre en 1963: un épico caleidoscopio centrado en la figura de Napoleón. El decano de la crítica teatral británica, Michael Billington, aclamó la pieza como una “obra maestra” en la que Arden demostraba que “era perfectamente posible unir pasión, poesía, sexo y canción en una pieza teatral viva”.

El National presentó el siguiente título de Arden, El último adiós de John Armstrong (1964), drama histórico inspirado en los enfrentamientos entre Escocia e Inglaterra en el primer tercio del siglo XVI. Se trata de una pieza escrita en un falso dialecto escocés —“un discurso teatral espinoso, con rebuscadas imágenes, con fuerza, duro y elástico como lana cruda”, comentó el crítico Ronald Bryden— si bien con algunas concesiones en aras de su inteligibilidad.

Al margen de sus deslumbrantes obras maestras para el escenario, Arden escribió numerosas piezas para la radio y para el público infantil y publicó también historias cortas y ensayos, en los que volcó sus agudos comentarios sobre el teatro de su tiempo, la política, la guerra y los escritores que admiraba, entre los que se contaban Federico García Lorca, Bertolt Brecht y el irlandés Seán O’Casey.

Guardian News & Media 2012.

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