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Los frijoles perdidos de los incas se resguardan en el Valle del Cauca

El Centro Internacional para la Agricultura Tropical inaugura un banco de semillas con la mayor colección de fríjol, yuca y forrajes tropicales en el mundo

Semillas del Futuro, en el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), en Colombia
Semillas del Futuro, en el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), en Palmira, en el departamento del Valle del Cauca, ColombiaLUIS ROBAYO (AFP)
Santiago Torrado

Aunque no se trata formalmente de una universidad, los terrenos son un campus en toda regla. En este paraje campestre del oeste de Colombia, un hervidero de investigadores de distintas nacionalidades desarrollan respuestas a uno de los desafíos más graves que puede enfrentar la humanidad: la destrucción masiva de cultivos clave, bien sea por una plaga o por la crisis climática. Para llegar al Centro Internacional para la Agricultura Tropical (CIAT) hay que recorrer una autopista que corta un paisaje con extensas plantaciones de caña de azúcar, características del Valle del Cauca, a ambos lados del camino. Allí, en Palmira, a seis kilómetros del aeropuerto internacional que sirve a la cercana ciudad de Cali, la cuarta urbe colombiana, se pulen los últimos detalles de Semillas del Futuro, un edificio de última generación que se inaugura este martes, y sustituye al banco de germoplasma original que alberga las mayores colecciones en el mundo de frijol, yuca y forrajes tropicales, reunidas en las últimas cuatro décadas en distintos rincones del planeta.

Con una estructura de cuatro módulos, abierta al paisaje, a la luz, al aire y la lluvia, el flamante edificio intenta en muchos sentidos emular el cobijo de un árbol, o un bosque. Se erige en medio de la sede de la Alianza de Biodiversidad Internacional y el CIAT, con la expectativa de que obtenga certificaciones de sostenibilidad inéditas para unas instalaciones de su tipo. Está diseñado para tener más ventanas que paredes, pero detrás de una de esas paredes se guardarán las muestras que, después de ser seleccionadas, secadas e identificadas, se convierten en un tesoro resguardado con celo, parte de la memoria vegetal de la humanidad.

No todas se quedan ahí, como recuerda un mapa en esa pared. Cada año, el CIAT envía copias de seguridad a la Bóveda de Semillas de Svalbard, el banco de germoplasma universal, conocido como el banco de semillas del fin del mundo, en un archipiélago de Noruega, cerca del Polo Norte. Si Svalbard es una suerte de arca de Noé de las plantas que alimentan al planeta, una nave nodriza, Palmira lo es también a menor escala. Aunque esa es la primera metáfora que viene a la cabeza, basta recorrer el actual banco de germoplasma, con sus cámaras a temperaturas de 18 grados bajo cero, para asemejarlo más a una enorme biblioteca con decenas de miles de volúmenes.

“Una biblioteca de cultivos, en el trópico, para mejorar la seguridad alimentaria en el contexto del cambio climático”, asiente Joe Tohme, director del área de investigación en agrodiversidad de la alianza, durante el recorrido que hizo EL PAÍS por invitación del CIAT. “El edificio es solo el punto de partida”, señala sobre unas instalaciones de 17 millones de dólares que buscan fomentar la interacción científica y capacitar a la próxima generación de investigadores sobre agricultura, nutrición y medio ambiente.

Semillas del Futuro, en el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), en Palmira, en el departamento del Valle del Cauca, Colombia
Semillas del Futuro, en el Centro Internacional de Agricultura Tropical (CIAT), en Palmira, en el departamento del Valle del Cauca, ColombiaCIAT

En un edificio con décadas de servicio, concebido originalmente como un matadero de ganado, se ha resguardado hasta hoy la colección de frijol. Las paredes están forradas por variedades del grano, y las revisiones de las semillas para seleccionar las idóneas concentra una buena parte de los esfuerzos. En el lugar se secan y se empacan, de manera que pueden conservarse por décadas a bajas temperaturas. En esos cuartos fríos reposan más de 300.000 bolsas de frijol. El número total de semillas termina por desbordar cualquier cálculo. Mientras enseña la colección, Peter Wenzl, líder del programa de recursos genéticos, explica que es muy difícil predecir cual variedad entre miles va a tener alguna característica importante más adelante. Por eso define el banco como “un seguro genético para el futuro”.

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Los once bancos de germoplasma internacionales están ubicados estratégicamente en centros de diversidad de cultivos. Mientras México concentra las colecciones de maíz, por ejemplo, el frijol se domesticó tanto en Los Andes como en Mesoamérica, y Colombia está a medio camino. El Valle del Cauca es además uno de los grandes proveedores de alimentos de América Latina. El CIAT conserva aquí 67.000 materiales, entre ellos unas 38.000 variedades de frijol, además de los pastos clasificados como forrajes tropicales y la yuca, que no se puede almacenar como semilla y requiere un proceso in vitro más complejo. Desde Palmira se han enviado más de medio millón de muestras de semillas (o plantas de yuca) a más de 140 países.

La colección es deslumbrante. A través de los cristales se observan desde variedades silvestres hasta otras que se remontan a los incas y estallan al calor como si fueran palomitas de maíz. Algunos de esos miles de frijoles recolectados ya no existen en la naturaleza. Las amenazas abundan. Para empezar, la homogenización que deja de lado las variedades locales. La Organización para la Alimentación y la Agricultura (la FAO, por sus siglas en inglés) estima que en las últimas décadas se ha perdido el 75% de la diversidad de los cultivos que alimentan al mundo.

La colección de frijol en el banco de semillas del Centro Internacional de Agricultura Tropical es la más extensa del mundo.
La colección de frijol en el banco de semillas del Centro Internacional de Agricultura Tropical es la más extensa del mundo.CIAT

Los riesgos también corren por cuenta de calamidades como los huracanes que arrasan cultivos en el Caribe, por ejemplo, o por las guerras. Un instituto similar en Alepo, en Siria, se vio aislado por la guerra, y sus semillas de trigo, cebada, lentejas o garbanzos quedaron expuestas a la destrucción. Esa colección se pudo reponer después en Líbano y Marruecos gracias a las copias de seguridad en el depósito de Svalbard. El banco de semillas de Colombia, sin ir muy lejos, alberga 33 variedades de frijol de origen ucraniano que hoy podrían estar amenazadas. Es, en esencia, una carrera contra el tiempo para resguardar la mayor colección posible antes de que se pierdan variedades irremediablemente.

La labor de resguardar esa diversidad vegetal es vital para la humanidad. La seguridad alimentaria depende de apenas un puñado de cultivos, pero estos provienen de una enorme variedad de plantas silvestres y otras domesticadas por agricultores y científicos durante miles de años. Muchas de esas variedades ya no existen en la naturaleza, aunque pueden tener características genéticas clave —quizás ocultas o desconocidas— para enfrentar diversas amenazas, en especial en un contexto de la crisis climática. Los bancos de semillas cumplen un papel crucial. Una variedad muy particular puede ayudar a mejorar características que van desde el sabor hasta el porcentaje de hierro o la resistencia a fenómenos como inundaciones o sequías, cada vez más frecuentes.

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Sobre la firma

Santiago Torrado
Corresponsal de EL PAÍS en Colombia, donde cubre temas de política, posconflicto y la migración venezolana en la región. Periodista de la Universidad Javeriana y becario del Programa Balboa, ha trabajado con AP y AFP. Ha cubierto eventos y elecciones sobre el terreno en México, Brasil, Venezuela, Ecuador y Haití, así como el Mundial de Fútbol 2014.

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