Repensar los cuidados: la clave para la igualdad de género
Hemos aceptado esta situación como algo ‘natural’, como si los cuidados respondieran a una condición biológica de las mujeres. Sin embargo, esa idea no solo es falsa, sino también insostenible en el contexto contemporáneo

En el marco del Día Internacional de la Mujer, es fundamental visibilizar el papel que desempeñamos en el sostenimiento de la vida y de la sociedad. Para comprender la magnitud y relevancia del cuidado, basta con imaginar un escenario en el que, por un día, todas las personas que cuidan dejaran de hacerlo. La imagen resultante es apocalíptica: hogares desordenados y sucios, platos amontonados sin lavar, ropa sin doblar, jardines secos y descuidados. La situación se agrava aún más: niñas y niños abandonados en las escuelas sin nadie que los recoja, personas enfermas en consultorios sin asistencia para volver a sus hogares, otras dependientes sin atención ni cuidados. Este simple ejercicio mental nos permite dimensionar por qué afirmamos que los cuidados son el pilar que sostiene nuestras sociedades.
Considerando la relevancia de esta labor, ¿qué sabemos sobre quienes la realizan? El pasado 17 de enero, el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) presentó los resultados de la segunda Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT), confirmando lo que muchas ya sabíamos: las mujeres asumen la mayor carga del cuidado. En cifras concretas, las mujeres dedican en promedio dos horas y cinco minutos más que los hombres a actividades de trabajo no remunerado al día.
Aún más revelador es el hecho de que esta carga se distribuye de manera desigual según la situación económica. Las mujeres de los quintiles más bajos son quienes dedican mayor tiempo al trabajo no remunerado, lo que perpetúa la pobreza. Aquellas personas que pueden pagar por apoyo en las tareas de cuidado delegan estas labores a otras mujeres, pero las cuidadoras remuneradas apenas pueden acceder a apoyos similares, pues el pago que reciben por su trabajo es insuficiente para costear servicios de cuidados.
Otro elemento que aparece en este panorama es el envejecimiento de la población y el aumento de la dependencia, lo que está aumentando la demanda de cuidados y, a su vez, agudizando la desigual distribución de género de estos: las mujeres son quienes más cuidados realizan y quienes más los requieren debido a su mayor esperanza de vida en relación con los hombres.
Hemos aceptado esta situación como algo natural, como si los cuidados respondieran a una condición biológica de las mujeres. Sin embargo, esa idea no solo es falsa, sino también insostenible en el contexto contemporáneo: familias más reducidas, mujeres participando activamente del mercado laboral formal y aumento de la demanda de cuidados debido al envejecimiento de la población.
Para mejorar la calidad de los cuidados, se requiere redistribuir entre géneros, pero también entre actores: entre las familias, la comunidad, el Estado y el mercado. El cuidado debe ser entendido como derecho a través de un pacto social que reconozca protección frente a la extrema vulnerabilidad y reconozca el derecho de las personas a no hacerlo solas.
Una estrategia para redistribuir, retribuir y reconocer las labores de cuidado es la generación de incentivos a la formalización del trabajo de cuidados y la mejora en sus condiciones, como lo plantea la propuesta de FLACSO sobre el bono cuidador, una transferencia monetaria que permite mejorar las condiciones contractuales en materia de cuidados.
La forma que adquieren los cuidados en las sociedades tiene la capacidad de reproducir desigualdades o transformarlas estructuralmente. En el año 2025, no es posible conmemorar el Día Internacional de la Mujer sin poner en el centro que la distribución del cuidado es requisito sociedades que aspiran a la igualdad de género.
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