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Unión La Calera
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La ciudad chilena invadida por los argentinos

Unión La Calera juega la Copa Sudamericana en representación de Chile. Pero nueve de sus titulares, el entrenador, sus ayudantes y el dueño del club son trasandinos. Para rematar la movida, compraron también a San Luis, el club archirrival

Estadio Nicolás Chahuán de La Calera
Estadio Municipal Nicolás Chahúan Nazar, La Calera, Región de Valparaíso, Chile.Carlos Figueroa Rojas

La Calera siempre vivió de sus cerros. La ciudad, situada a una hora y media de Santiago, debe su nombre a las minas de caliza que abastecen a la fabrica de cemento que es la base central de su economía. Y ahora también los paltos que trepan por esos mismos cerros regados por el río Aconcagua. Tiene el lugar otra particularidad: su gran población palestina, determinante en la historia local.

Su estadio lleva el nombre de Nicolás Chahuán, uno de los patriarcas árabes del club de fútbol Unión La Calera, de donde también es nativo Sergio Jadue, el expresidente de la Federación de Fútbol que hoy es testigo protegido del FBI en Miami y que ha visto postergada su sentencia en 17 oportunidades en el juicio que descabezó a la FIFA y a la Conmebol por corrupción.

Con los colores caleranos jugaron Elías Figueroa, Osvaldo Pata Bendita Castro y El Fantasma Figueroa, dos de los goleadores más insignes del fútbol chileno. Allí nacieron Juan Carlos Vera, otro de sus símbolos y Julio Ponce Lerou, el yerno de Augusto Pinochet que se adjudicó Soquimich, la empresa que financió delictivamente la política chilena y que hoy posee los yacimientos más grandes de litio del país.

Este año el club es representante chileno en la Copa Sudamericana. Pero la condición está puesta en duda en la prensa continental por una razón específica: en su debut en el certamen, ante Deportivo Alianza de Colombia, saltaron a la cancha apenas dos jugadores nacidos en Chile: César Pérez y Diego Ulloa, ambos de la capital. En el plantel no hay ni un solo futbolista nativo, el club radica y entrena en el cercano balneario de Concón y sólo se acercan al estadio el día de partido, para marcharse de inmediato.

En el debut copero, en la localidad de Valledupar en Colombia, nueve jugadores eran argentinos, aunque uno de ellos, Enzo Ferrario, nació en Chicago. El entrenador, Manuel Fernández, es de San Carlos de Bolívar, provincia de Buenos Aires. Sus tres ayudantes —Mariano Felices, Jonatan Santos y Ezequiel Cacace— son trasandinos.

¿Por qué Unión La Calera puede disponer de esa dotación si el fútbol chileno permite sólo seis extranjeros en los planteles? Pues porque aprovecha una serie de resquicios que el reglamento autoriza. Luciano Aued y Matías Muñoz tienen además nacionalidad chilena, mientras Axel Encinas y Luciano Arnijas fueron inscritos como juveniles. De todas maneras, una vez aprobadas las bases del torneo, pudieron ser once, pero Augusto Max, también argentino, debió dejar el club para marcharse a Serbia.

El límite al cupo de extranjeros determinado por el Consejo de Presidentes llevó a los jugadores foráneos a presentar un recurso judicial por considerar que la medida “lesiona y vulnera el legítimo ejercicio de las garantías fundamentales de los suscritos”. El caso fue desestimado por la Corte de Apelaciones de Santiago, que determinó que “no existen vulneraciones a las garantías constitucionales” de los demandantes.

¿Por qué representa a Chile un equipo que tiene más titulares argentinos que cualquier equipo bonaerense? Pues por obra y gracia de Christian Bragarnik, el empresario más poderoso del continente, que convirtió hace años a La Calera en un club laboratorio para sus afanes empresariales. De discreto volante en equipos del montón, pasó a convertirse en el propietario de los pases de la mayoría de los jugadores argentinos, aunque no de los más destacados.

Al comienzo su vinculación con los clubes fue discreta y solapada, pero ahora no es un misterio de que sus tentáculos están afianzados en varios países. Defensa y Justicia, Rosario Central y Arsenal de Sarandí son cuadros que se vinculan a Score Fútbol, su empresa madre, desde la cual también controla al Elche en España o al Querétaro y Xolos en México, donde además tiene gran influencia en las decisiones de la Federación. En Chile, en una expresión bizarra de su poder, se hizo cargo de San Luis de Quillota, el archirrival de La Calera. Y tiene tuición sobre las decisiones deportivas en el Audax Italiano y el Fernández Vial.

Como suele ocurrir, los conocimientos, contactos y el portafolio de jugadores no garantizan el éxito. Desde el 2016 —cuando asume en la institución— hasta ahora, La Calera ha tenido quince entrenadores, en su inmensa mayoría extranjeros sin cartel, aptos para acatar las órdenes de sus empleadores. Campañas mediocres que no han servido para entusiasmar a una hinchada que se siente cada vez más ajena al club y que aún resiente simbolismos como el cambio de su insignia histórica o la ausencia de divisiones menores que capten a los talentos jóvenes de la zona. Los juveniles del club provienen de las canteras de los clubes grandes de la capital.

En el fútbol chileno el aporte de los jugadores argentinos siempre ha sido vital, al igual que el aporte de los técnicos. Desde el 2017 a la fecha, todos los campeones han venido desde el otro lado de la cordillera, con excepción del español Beñat San José. Desde el 2019 todos los goleadores del torneo son trasandinos. El entrenador de la selección es Ricardo Gareca y los títulos de Copa América La Roja los ganó con Jorge Sampaoli y Juan Antonio Pizzi. El temor es que pronto, con el respaldo de otros empresarios, la Asociación Nacional de Fútbol esté controlada por representantes trasandinos.

En Chile juegan profesionalmente al fútbol 138 argentinos, pero hasta el diario especializado Olé destaca el caso de Unión La Calera definiéndolo como “la embajada argentina en Chile”. Una experiencia única que rompe los registros históricos. Palestino fue campeón en 1955 con seis extranjeros en sus filas. Unión La Calera está lejos de aspirar a la corona, pero es el mejor ejemplo del desarraigo de un club histórico con las raíces que lo vieron nacer. A estas alturas, de cementero tiene sólo el nombre.

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