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Constanza Michelson, psicoanalista: “En Chile hay una necesidad de hacer duelo”

Los incendios en la región de Valparaíso y la repentina muerte del expresidente Piñera encadenaron una semana de luto nacional en un país acostumbrado a las catástrofes

Constanza Michelson, psicoanalista y columnista chilena
Constanza Michelson en Santiago.SOFIA YANJARI
Antonia Laborde

La ubicación de Chile en el llamado cinturón de fuego del Pacífico, que concentra una intensa actividad telúrica y volcánica, lo sitúa en el puesto 35 de los 194 países más peligrosos para habitar, según el Reporte Mundial de Riesgo de Desastres Naturales de 2023. La frecuencia de terremotos, erupciones volcánicas e incendios forestales, como los que ha sufrido el territorio en las últimas semanas, lo han obligado a convivir con la catástrofe. Las 132 muertes producto de las llamas en la región de Valparaíso impulsaron al presidente Gabriel Boric a decretar un duelo nacional de dos días. En ese contexto se registró otro tipo de tragedia: el repentino fallecimiento del expresidente Sebastián Piñera en un accidente aéreo, por el que se dictaminaron otros tres días de duelo. La psicoanalista y ensayista Constanza Michelson (Viña del Mar, 46 años), analiza este jueves en su casa ubicada en el sector oriente de Santiago cómo lidia la sociedad chilena con la muerte.

Pregunta. Han sido semanas duras para Chile. ¿Cómo está el ánimo?

Respuesta. Después de esta melancolía por los dos intentos fracasados de cambiar la Constitución hay una especie de hastío, de desinterés en la política, de que es lo mismo de siempre. Pero también está la postura de que la política no nos puede no importar porque existe el incendio, es decir, necesitamos que la política actúe, que las ayudas funcionen, que haya prevención. Creo que ha vuelto el interés de que hablemos todos en torno a algo. Es mucho más fácil deconstruir algo que hacer algo y en eso estamos. Hay una necesidad justamente de hacer duelo. Un duelo no es que uno supere algo totalmente. Es difícil, es cómo hacer algo con lo que hay y con lo que no hay.

P. Había una necesidad de hacer un duelo, dice.

R. Esto lo reveló. Hay personas a las que les sale más fácil y a otras que les resulta mejor melancolizar, o ser fanático o paranoico. Las personas públicas, los líderes de opinión, los intelectuales, tienen la responsabilidad de ver si van a contribuir a inflamar o regenerar, que es mucho más complejo. Las venganzas no sirven para nada. Lo que ayuda es permitir que la gente pueda simbolizar los conflictos para que no se transformen en ataque. Eso requiere mentalización. Las instituciones y los discursos pueden aportar a eso o a lo contrario.

P. ¿Cómo se vive un duelo nacional, más allá de la palabra?

R. Hay que hacer un duelo de que no existe algo como un duelo nacional. La tendencia del ser humano contra el duelo es fijar las cosas, estas se llamen nacionalismo o plurinacionalismo. Las palabras son engañosas, lo que importa es cómo se pongan a funcionar. Si van a ser abiertas o van a cristalizar los procesos. Cuando se cristalizan, no viene el conflicto saludable, sino la violencia. A propósito de vivir con la sensación de una catástrofe inminente, hay que preguntarse qué nos queda.

P. ¿Qué nos queda?

R. Más que nunca la cosa está puesta en el testimonio. Estamos acostumbrados a que hoy se puede decir cualquier cosa, también de manera anónima, y eso va rompiendo el mundo. Por eso es muy importante la responsabilidad de lo uno dice. Básicamente tienes que sostenerte en tu palabra. En el cotidiano seguramente es minúsculo su efecto, pero la sumatoria de esos minúsculos van creando mundo, atmósfera. Vinculado con los duelos, estos se favorecen cuando la sociedad y las instituciones generan espacios de simbolización para reparar, pensar, resolver, luchar.

P. ¿En qué espacios está pensando?

R. En las instituciones, los clubes, los colegios, etcétera. Necesitamos relacionarnos, tener intercambios que favorezcan el respeto, incluir la palabra del otro. Las formas gentiles permiten que uno vaya digiriendo el odio, el dolor y se pueda hacer algo vivificante y no destructivo. Hoy no hay espacio para que uno se construya en su propio cotidiano. El psiquiatra Jean Oury cuenta en La Decisión los efectos que tuvo construir un hospital de enfermos psiquiátricos junto con ellos. La inclusión dignifica y permite que pasen cosas. Antes del estallido social apareció un estudio que revelaba que lo que más resentía la sociedad era el trato, por sobre las diferencias materiales. El trato es nuestro alimento simbólico, de eso nos nutrimos o envenenamos.

P. ¿Cómo forja el carácter vivir en un país marcado por los desastres naturales?

R. Hay una práctica usual en la sociedad chilena de que cuando te vas a vivir a un sitio siempre te preguntas cuál es el lugar más seguro para pasar un terremoto. Estamos acostumbrados a la idea que cada cierto número de años eso va a ocurrir y eso es bien particular. De todas formas, un paisaje no necesariamente define de manera homogénea el carácter. Cuando Albert Camus vino a Chile en 1949 escribió que sus anfitriones, una pareja francesa, le dijeron que los chilenos tenían un carácter inestable por los terremotos. Pero a él le pareció gente amable y se dio cuenta de algo: los volcanes pueden ser tiernos. Nosotros no rechazamos lo que es propio de la naturaleza. Es parte de nuestra historia, las biografías están cruzadas por eso.

P. ¿Cuánto pesa ese contexto en la presencia de la idea de la muerte?

R. Me parece que no está en el discurso general. No se puede vivir con la idea de que siempre va a venir un desastre. Las cosas también han cambiado. La idea de que vivimos en una crisis permanente y con un desastre inminente no es una particularidad chilena. Hasta los 90 había una idea de que iba a haber un futuro y que iba a ser como Los Supersónicos. Hoy la palabra futuro es algo que apenas quieres nombrar porque inmediatamente te imaginas una catástrofe y el fin del mundo. Tal vez Chile dé un ejemplo de que gente que siempre ha vivido con el conocimiento de que la tierra te puede traicionar, aún así construye edificios.

P. ¿La sensación global de desastre inminente pilla mejor parado a los chilenos por su historial?

R. Uno nunca puede estar preparado para una catástrofe. Una cosa es saber y otra es la experiencia psicológica. El cambio climático, por ejemplo, es una angustia global que debe ser síntoma de otras cosas. Como escribió la filósofa Susan Neiman, en la Ilustración aparece el proyecto de que el ser humano puede dominar sus condiciones de existencia con la naturaleza. Tras el desastre de Lisboa en 1755, Niemann dice que se pierde la fe en esta idea, pero que continúa la fe en la ingeniería humana. Luego, los campos de concentración de Auschwitz destruyen esta segunda idea. Hoy se piensa si el ser humano es una catástrofe también. Siempre hemos estado bajo amenazas, la diferencia es que cada vez sabemos más, pero nuestros saberes profundizan la incertidumbre porque no podemos controlar nuestras condiciones de vida.

P. ¿Hay más oportunidades para volver a creer en la humanidad cuando un país sufre catástrofes?

R. Cuando hay una catástrofe, como cuando hay una guerra o un enemigo, nos unificamos. Eso hace que se facilite la aparición de un aspecto fraterno del ser humano. Pero de alguna manera la democracia es lo que viene después. Es lidiar con la vida cotidiana, no con los momentos de excepción. En esos grises es cuando la ciudadanía forja un carácter. Donde puede decir: esto es lo que he hecho. Lo mismo un país. La gente que inventó la Ilustración dijo ‘vamos a inventar leyes, instituciones’. Nuestro tiempo es el de decir: todo eso era mentira, no sirvió para nada. Algunos le llaman deconstruir, pero nunca se sabe bien qué se construye después. Otros dicen que se queme todo. Las leyes son buenas porque son leyes, no porque sean buenas, decía el escritor Montaigne. Es decir, la fe humana es sobre nuestros pactos, por ejemplo, las instituciones.

P. En el contexto político, Chile ha vivido otro tipo de duelos en los fracasos constitucionales. Hay gente que tras la derrota de su opción dijo que ya no creía en la política.

R. Esa es la melancolía que, según el psicoanálisis, consiste en congelarse en la pérdida y morirte con el muerto, aunque esté vivo. El duelo es un proceso más largo, más doloroso, se te rompe el corazón, pero puedes hacer la pérdida y decir perdí, pero algo hay. Es, claramente, lo que se demuestra en los incendios o en los protocolos por la muerte de un exmandatario. Lo interesante es que el desierto es florido, precisamente, por esos gestos que dicen que sí hay algo en la humanidad. Hacer un duelo significa darte cuenta de que la vida es una mierda, pero no toda. Alineado con nuestra amenazada democracia, hacer un duelo es darse cuenta que las verdades son a medias. Que nadie tiene toda la razón ni es el malo o bueno absoluto.

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Antonia Laborde
Periodista en Chile desde 2022, antes estuvo cuatro años como corresponsal en la oficina de Washington. Ha trabajado en Telemundo (España), en el periódico económico Pulso (Chile) y en el medio online El Definido (Chile). Máster de Periodismo de EL PAÍS.
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