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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

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Todo indica que hay mucho menos distancia ideológica entre todas las derechas en comparación con sus pares de izquierda

Jose Antonio Kast y miembros del Partido Republicano de Chile reaccionan tras la derrota de la opción a favor de la propuesta de nueva Constitución el 17 de diciembre 2023.
Jose Antonio Kast y miembros del Partido Republicano de Chile reaccionan tras la derrota de la opción a favor de la propuesta de nueva Constitución el 17 de diciembre 2023.CRISTIAN SOTO QUIROZ

Tras el fracaso del proceso constituyente que se inició, con el acuerdo del 12 de noviembre de 2022 para canalizar el estallido social, llegó la hora de los balances políticos. Uno de ellos se refiere a las relaciones entre los partidos que se encuentran en ambos lados del espectro político: cuatro partidos por el lado de la derecha y 10 partidos por el lado de la izquierda. Es tal la cantidad de fuerzas involucradas (muchas de ellas en forma de mini-partidos), que no resulta fácil parametrizar equilibrios que optimicen la eficiencia electoral y programática de coaliciones complejas.

Lo singular de la política chilena es que, de modo desfasado en el tiempo, irrumpieron por los dos lados extremos del eje derecha/izquierda fuerzas nuevas que desbordaron a los partidos tradicionales. Es así como, desde el año 2017, emerge como fuerza impugnadora del modo de hacer política en los últimos treinta años una federación de partidos conocida como el Frente Amplio, cuyo éxito fue tan explosivo que en tal solo cuatro años lograron alcanzar la presidencia de Chile a través de Gabriel Boric. Pues bien, el mismo fenómeno se produjo cuatro años después en la derecha del espectro: es así como el candidato presidencial del novel Partido Republicano, José Antonio Kast, ganó la primera vuelta presidencial, lo que se tradujo en mayo de 2023 en un inmenso éxito para ese partido al obtener el 35% de los votos en la elección de consejeros constitucionales.

Pero la singularidad de la política chilena no se detiene allí. De modo completamente inesperado para los partidos que llegaron al acuerdo del 12 de noviembre de 2019, el proceso constituyente colapsó en dos oportunidades, golpeando rudamente a las izquierdas en el primer proceso (2021-2022), y a las derechas en el segundo proceso (2023). Si en el primer proceso fueron las izquierdas las que fueron derrotadas en un primer plebiscito de salida para aprobar una nueva Constitución (en una Convención Constitucional que fue hegemonizada por elementos ultra, a la que se sumó con entusiasmo el Frente Amplio y a regañadientes el socialismo democrático), en el segundo fueron derrotadas las derechas (en un Consejo Constitucional dominado por la extrema-derecha encarnada por el Partido Republicano, la que arrastró al resto de la derecha).

El paralelismo es sorprendente desde todo punto de vista, lo que nos habla de un fenómeno muy profundo, tectónico, que está afectando al sistema de partidos. No puede entonces sorprender que izquierdas y derechas se encuentren enfrentadas a un mismo dilema y al mismo tiempo, esto es dirimir sus propias hegemonías.

Este dilema comenzó a ser enfrentado por todas las izquierdas una vez consumada la derrota, aplastante, en el plebiscito de salida del 2022, lo que se tradujo en el liderazgo del Gobierno del presidente Boric por parte del socialismo democrático, al ocupar las principales carteras ministeriales: Interior, Secretaría General de la Presidencia, Hacienda y Relaciones Exteriores (entre varias otras). ¿Significa esto que la hegemonía se resolvió por la vía de los hechos? La respuesta es no, ya que aun falta el momento electoral para consagrar, o modificar, una forma de hegemonía en el Gobierno que se instaló, de modo pragmático y realista, por voluntad presidencial. Esto no es todo. Nada de estas decisiones presidenciales nos habla de convergencias programáticas y políticas duraderas, dadas las recurrentes divergencias en diversas materias (como en la reforma previsional, la condonación millonaria del crédito con aval del Estado, la reforma de las Isapres, áreas de política pública esenciales para plasmar algo del programa de gobierno con el cual Gabriel Boric llegó a La Moneda).

Este mismo dilema se ha instalado por estos días en las derechas, con dos importantes diferencias: la primera, evidente, es su común condición opositora, y la segunda el favoritismo del que estas derechas gozan de cara a la elección presidencial de 2025. Es una figura de la centroderecha liberal del partido Evopoli, Hernán Larraín, quien abrió los fuegos, criticando la conducción del segundo proceso constituyente por el Partido Republicano, apelando a la necesidad de la derecha tradicional de diferenciarse de la extrema derecha (la “mimetización” es una mala idea, ya que siempre es mejor el original que la copia), y la constatación del fracaso del “proyecto de reemplazo” de las derechas clásicas por una nueva derecha radical. Nos encontramos tan solo en el inicio de luchas hegemónicas al interior de las derechas, que solo una elección dirimirá quien es quien y cuantos pares son tres moscas.

Una vez más, los paralelismos son sorprendentes, en este caso respecto del lenguaje utilizado para definir lo que se encuentra en juego. En efecto, la centroizquierda también denunció, cuando irrumpió el Frente Amplio y derrotó al socialismo democrático a través de una alianza con el Partido Comunista (“Apruebo Dignidad”) en la elección parlamentaria de 2021, un proyecto de reemplazo del viejo Partido Socialista y sus aliados de centroizquierda por una joven nueva izquierda. Asimismo, se ha hecho evidente que el socialismo democrático también busca diferenciarse de la nueva izquierda frenteamplista, apelando a su experiencia en gestión gubernamental y capacidad política, lo que constituye en sí mismo una crítica al carácter experimental del primer y fallido gabinete del presidente Boric (totalmente hegemonizado por la coalición “Apruebo Dignidad”).

Es este paralelismo el que marcará el tono de las disputas entre partidos del mismo lado del espectro, y en seguida entre coaliciones de izquierdas y derechas. El problema radica en que buena parte de estas disputas no solo se juegan en el plano electoral, sino también en la dimensión programática y de proyecto político. En tal sentido, todo indica que hay mucho menos distancia ideológica entre todas las derechas en comparación con sus pares de izquierda. Pero, sobre todo, no deja de ser llamativo que lo esencial de la política chilena gira en torno a un eje derecha/izquierda en vías de mutación interna…como si este eje que es tan significativo para los partidos, también lo fuese para los chilenos comunes y corrientes.

El desafío no es nuevo y lo están enfrentando derechas e izquierdas de todo el mundo. ¿Cómo conectar, políticamente hablando, con los intereses prácticos y urgentes de los ciudadanos, quienes no leen la realidad desde las categorías del eje, sino más bien desde sus experiencias vitales? ¿De qué modo político organizar las enormes mutaciones de la tecnología y del capitalismo como, por ejemplo, la automatización del trabajo y la irrupción de la inteligencia artificial en zonas insospechadas de la vida cotidiana?

No me parece evidente que los partidos sean capaces de plantearse preguntas de esta magnitud, en la medida en que sus problemas hegemónicos se juegan en el corto plazo, mientras que las transformaciones del capitalismo y sus diversas crisis ya tienen expresión en presente, aunque sus efectos se juegan en el largo plazo.

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