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Las pistas que hundieron por contrabando al armero más famoso de Chile

Ennio Mangiola criticaba en los medios la venta ilegal de armas. La policía lo considera “uno de los principales proveedores de municiones en las poblaciones de Santiago”

Ennio Mangiola, presidente de la Asociación de Armerías de Chile
El presidente de la Asociación de Armerías de Chile.RR. SS.
Ana María Sanhueza

En el centro de Santiago de Chile, a pocas de cuadras del palacio presidencial La Moneda y más cerca aún del edificio institucional de Carabineros, hay una calle, Zenteno, muy sombría por sus edificios grises y antiguos. Zenteno es desde hace décadas la escogida de las armerías. Y precisamente allí, en el número 175, está la Armería Mangiola, conocida no solo porque es la primera que se fundó en el país, en 1902, sino porque su dueño, Ennio Mangiola, es el presidente de la Asociación Gremial de Armerías, Pesca, Caza y Camping de Chile.

“Tenemos la capacidad de ayudarlo a definir sus necesidades, tenemos las mejores marcas del mercado. Conocemos la actividad, porque practicamos las distintas disciplinas del tiro. Sabemos de lo que hablamos”, publicita la armería en la web.

El cargo de dirigente ha catapultado a Mangiola, un ingeniero de 51 años, como un entrevistado habitual en los medios de comunicación en calidad de experto y defensor de la tenencia legal de armas. Pero también para analizar la criminalidad, por ejemplo, al asegurar que las armas que tienen hoy los delincuentes en Chile se deben “al comercio ilegal que viene del exterior”. “Es algo que el Estado de Chile, llámese Gobierno o las policías, no le han puesto el ojo en investigar”, solía decir.

En junio de 2022, en una entrevista, criticó la promesa del presidente, Gabriel Boric, de avanzar hacia la prohibición total de armas y la lucha contra el tráfico. “Yo creo que tiene una visión errada el presidente. Las armas civiles no son el problema, sino que existe un fuerte aumento del contrabando a nivel exterior, una baja fiscalización por parte de las Fuerzas Armadas y las policías. Antes de pensar en un desarme, tenemos que enfocarnos en el principal problema, que son las armas ilegales”, dijo Mangiola.

Poco más de un año después, sin embargo, Mangiola está en prisión por lo mismo que denunciaba con tanto ímpetu: tráfico de armas. Específicamente, por dos fusiles que, según estableció el Ministerio Público, eran comercializados por Gustavo Vera, de 33 años, en la calle. Un tercer involucrado, Sergio Bezanilla, de 64, es un coleccionista que conoce a Mangiola al menos desde 2006, el año en que su armería abrió en Santiago (el negocio familiar comenzó en San Antonio, una ciudad costera a 100 kilómetros de la capital). Bezanilla está acusado de ser el proveedor de Mangiola.

Los tres abultaban el precio del fusil para quedarse con ganancias, ha revelado la indagatoria: el importador Bezanilla vendía cada fusil Mangiola por 5 millones de pesos chilenos (unos 4.000 dólares); Mangiola cobraba al vendedor Vera 7 millones de pesos y Vera los ofrecía en la calle, a su vez, a 9 millones.

El agente encubierto

La proliferación de armas en manos de la delincuencia es un problema en alza en Chile. Y aunque los fusiles no son usuales, se han incautado algunos, entre ellos M16, dice el jefe de la Brigada del Crimen Organizado (BRICO) de la Policía de Investigaciones (PDI), Juan Pablo Pardo. Es un tipo de armas que, agrega, las bandas las usan no solo para cometer algunos delitos (aunque por su peso, más de un kilo, prefieren los revólveres), sino también para mostrar poder de fuego ante grupos rivales. En marzo, ejemplifica, se desbarató una red que tenía dos impresoras 3D para confeccionar partes y piezas.

El fiscal Guillermo Adasme añade que la baja incautación de fusiles “quiere decir que es una situación bastante peligrosa” y que “estamos frente a un enemigo poderoso que maneja este tipo de armamento”. Y recuerda que, en casos complejos, lo primero que ocultan las bandas son las armas. En una ocasión, hallaron un fusil enterrado en una casa.

Sobre la oferta en la calle, Adasme dice que es un fenómeno relativamente nuevo. “Si en la pandemia se pusieron de moda las armas de fogueo modificadas, después pasamos a otro nivel, como las impresiones 3D. La percepción es que ha habido un crecimiento exponencial de la venta de armas”.

En el caso de Mangiola, su nombre apareció tras el trabajo de un agente encubierto de la PDI, que permitió, primero, llegar a Vera, quien vendía las armas en la calle. Les llegó información de que un hombre ofertaba dos fusiles en la población El Castillo, en La Pintana, en el sector sur de Santiago.

Entre Vera y el agente encubierto hubo tratativas presenciales y por Whatsapp. Pero Vera no parecía ser un experto, lo que levantó las sospechas de que alguien podría estar detrás. Así, el 27 de julio, el día en que se concretaría la transacción de uno de los dos fusiles que ofrecía, la PDI lo siguió con sigilo, en una maniobra que se inició tan temprano que se le bautizó como Operación Amanecer: arrancó a las seis de la mañana, cuando Vera salió de su casa, en el municipio de Conchalí, rumbo a la calle Zenteno. El sol aún no salía.

Aunque el horario de atención inicia a las 8.30, ese día Mangiola subió la cortina metálica de su armería, tranquilamente, a las 7.00. El vendedor Vera entró con un sobre pequeño y salió con un estuche color café, grande, que guardó en su auto. Iba ser un gran negocio, pero cuando regresó a su casa la PDI ya estaba tras sus pasos. Allí, dice el subprefecto Pardo, las pruebas estaban a la vista: además del fusil, encontraron alrededor de mil balas que no eran coincidentes con la munición del fusil. “Tenía otro comprador para eso”, dice Pardo.

Vera también tenía inscritas tres armas adquiridas, justamente, en la Armería Mangiola. Pero solo le quedaba una. Dijo que una se la habían robado y otra la había perdido.

Mangiola estaba aún en su armería cuando llegó la PDI. Le mostraron las pruebas: las imágenes de Vera saliendo de la casa y a él abriendo su negocio. “No hizo uso al derecho de guardar silencio”, agrega el subcomisario. Él mismo les contó que un segundo fusil estaba en una bodega de un departamento de su propiedad. Luego llegaron a Bezanilla, el vendedor de los dos fusiles. Fue el tercer nombre que entró, en ese momento, a la investigación. “Era la trilogía del tráfico de armas: estaba quien traía las partes y armaba; el intermediario, Mangiola, y él que vendía en las poblaciones [las barriadas]”, explica en policía.

Pardo dice que no esperaban que “fueran los dueños de las armerías quienes estuvieran detrás del mercado ilegal”. “El discurso público que tenía Mangiola era un distractor. Él daba la señal de que era una persona transparente, con un buen negocio en un mercado legal, pero atrás tenía un mercado ilegal”, dice el subprefecto. Y agrega: “Nosotros estimamos que Mangiola podría ser uno de los principales proveedores de municiones en las poblaciones de Santiago”.

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Sobre la firma

Ana María Sanhueza
Es periodista de EL PAÍS en Chile, especializada en justicia y derechos humanos. Ha trabajado en los principales medios locales, entre ellos revista 'Qué Pasa', 'La Tercera' y 'The Clinic', donde fue editora. Es coautora del libro 'Spiniak y los demonios de la Plaza de Armas' y de 'Los archivos del cardenal', 1 y 2.

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