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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona cocapital, un artefacto con futuro

La única manera de evitar el efecto centrípeto que ejerce Madrid es cambiar la estructura del Estado y repartir el poder y la capitalidad, no solo con Barcelona, sino con el resto de las ciudades importantes

Milagros Pérez Oliva
Ada Colau con Pedro Sánchez, el 7 de febrero.
Ada Colau con Pedro Sánchez, el 7 de febrero.m. MINOCRI

Tímidamente, sin grandes alharacas, en las últimas semanas ha resurgido una vieja idea que tiene todos los ingredientes para convertirse en un artefacto político de largo recorrido a poco que las cosas evolucionen hacia la normalidad y logremos salir de este impasse en el que solo parece posible discutir de quimeras, ya sea la unidad intangible de España o la ensoñada república catalana. Me refiero a la propuesta de dar a Barcelona el estatus de cocapital de España. Resurgió a finales de enero con una proposición del concejal Manuel Valls que se votó en el pleno del Consistorio. La propuesta recibió el apoyo de Barcelona en Comú, PSC, Ciudadanos y el PP. ERC se abstuvo. Solo Junts per Cataluña votó en contra. En ella se hablaba de “coliderazgo” y este parece ser el término elegido para no levantar suspicacias, pero su concreción solo puede significar cocapitalidad.

Por supuesto, la iniciativa fue desdeñada por quienes solo admiten como horizonte que Barcelona sea la capital de una república independiente. El presidente Quim Torra llegó a calificarla de “propuesta provinciana” en un tuit. Pero si la senda del diálogo permite reconducir la política hacia el terreno de los problemas reales, tiene muchas posibilidades de crecer y situarse en el centro del debate político. Su principal virtud es que resulta tangible y mesurable, algo que puede ser muy útil a la hora de fijar el balance de una negociación sobre el encaje de Cataluña en España.

En la negociación de una solución al conflicto catalán, la cuestión de la cocapitalidad puede jugar un papel decisivo

Después de entrevistarse con el presidente Torra para iniciar el proceso de diálogo entre el Gobierno y la Generalitat, Pedro Sánchez se reunió con la alcaldesa Ada Colau, y ahí se habló de cocapitalidad. Cultural y científica, pero cocapitalidad. De momento, en el marco de la Carta de Barcelona, que fue lo primero que enterró en el cajón del desdén el Gobierno de Mariano Rajoy. Resituar el estatus de Barcelona es una vieja reivindicación que tuvo en Pasqual Maragall y su determinación por convertirla en la capital del sur de Europa a su mejor valedor. Ahora puede cobrar nuevo impulso y el hecho de que tanto Sánchez como Colau insistieran en que no era algo simbólico —el acuerdo viene acompañado de una inyección de 25 millones— muestra la eficacia política que la idea puede tener.

El expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero recogió el guante unos días después en su visita a Barcelona para leer el pregón de Santa Eulàlia: Barcelona no necesita que se la reconozca como cocapital, porque ya lo es, dijo. “Barcelona tiene autoridad por sí misma y no porque alguien se lo imponga”, añadió. Cierto, tiene mucha autoridad. Se ha convertido en una ciudad global y es un referente en el ámbito de la cultura y la ciencia, pero también en sectores punteros como el de las nuevas tecnologías de la comunicación. Este último sector, concentrado en el área de Barcelona, ya proporciona más empleo en Cataluña que todo el sector de la automoción. Pero esos son méritos que no siempre se le reconocen y que tampoco reciben el apoyo institucional necesario. De modo que, en la negociación de una solución al conflicto catalán, la cuestión de la cocapitalidad puede jugar un papel relevante.

Pero, ¿es suficiente con reconocerle el coliderazgo cultural y científico? Evidentemente, no. Si se trata de reconocer una autoridad, el planteamiento no puede ser el de una concesión para apaciguar. La lógica debería ser otra. Barcelona solo puede ser cocapital en una España muy distinta de la actual. Y solo será creíble en una estructura consolidada que no tenga marcha atrás como la tuvo la Carta de Barcelona en cuanto el PP llegó al Gobierno.

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La cuestión no es qué papel puede jugar Barcelona sino cómo se repiensa España para que tenga el papel que merece

No se trata de plantear qué papel puede jugar Barcelona en España, sino cómo se repiensa España de manera que Barcelona tenga el papel que le corresponde. Porque el problema no es ya que Barcelona no reciba el reconocimiento que merece. El problema es que la deriva institucional y económica de la estructura estatal en las últimas décadas ha creado un monstruo con una boca tan grande que lo devora todo. El problema es que la estructura que ha colocado a Madrid capital como el centro de todo está fagocitando buena parte de la riqueza, los recursos y las energías del resto de España, de manera que si este proceso continúa, no será solo Cataluña la que quiera marcharse. La única manera de evitar el efecto centrípeto que ejerce es cambiar la estructura del Estado, establecer contrapesos y repartir el poder. También la capitalidad, no solo con Barcelona, sino con el resto de las ciudades importantes que forman la malla ibérica. Como la reparte Alemania, por ejemplo. Y el Gobierno debe dejar de ser el Gobierno de Madrid para convertirse en el Gobierno federal de España.

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