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Crónica
Texto informativo con interpretación

¿Qué pone en tu DNI?

Barcelona acoge una exposición del 75 aniversario del extraño plástico que rige nuestras vidas y que fabricó una empresa catalana

Rebeca Carranco
Recreación de una oficina donde se expedían los primeros DNI.
Recreación de una oficina donde se expedían los primeros DNI. Albert Garcia

El DNI es ese plástico de uso obligatorio que no se quiere sacar nunca de la cartera. Ya sea por la foto horrenda, porque está enterrado en el bolso, bajo otro millón de trastos, o porque demuestra que aún no se tiene la edad para hacer ciertas cosas: comprar tabaco, alcohol, o entrar en una discoteca. También puede demostrar algo aún peor: que ya se ha tenido la edad para hacerlo casi todo.

Entre las pocas incursiones en el lado salvaje de la vida que recuerdo está un intento de falsificación del DNI. Rasqué la segunda joroba de un 3, le puse un poco de tipex, le dibujé barriga y lo convertí en un 2. Plan infalible para entrar en la discoteca un mes antes de lo que tocaba. El portero se apiadó (y se debió echar unas risas), fingió que no vio el pegote blanco y me abrió las puertas de la fastuosa Pacha de Platja d’Aro, de la que ya solo queda un edificio en ruinas.

Hubiese sido una tragedia quedarse fuera del edén de hormonas, música y alcohol. Todo lo importante que debía pasar un sábado noche ocurría allí. Mientras se esperaba en la cola, conteniendo los nervios, con ese documento pseudofalsificado en las manos, se tenía claro que no entrar en Pacha supondría la exclusión de cualquier conversación interesante en los pasillos del instituto el lunes. El ostracismo. El destierro social.

En otras épocas, un carné falso podía mejorarte o complicarte mucho la vida. Domingo Malagón ayudó a decenas de sus camaradas durante la dictadura franquista. Las falsificaciones que hizo para militantes del Partido Comunista de España “llegaron a la excelencia”. El mérito se lo reconoce la Policía Nacional, que ha organizado una exposición para conmemorar el 75 aniversario de la creación del DNI. La muestra, discreta, se puede ver en la oficina de documentación de la calle de Trafalgar de Barcelona, en uno de esos lugares a los que solo se va cuando toca pasar por el tedioso trámite de renovación del DNI o del pasaporte. Casi siempre se hace a las puertas de las vacaciones, de un viaje importante o de cualquier cuestión urgente. Entonces la burocracia se venga sometiéndonos a sus tiempos.

El 2 de marzo de 1944 se aprueba el decreto que crea el DNI. La idea la pergeña un médico especialista en anatomía, antropología y criminología, Federico Olóriz Aguilera, que idea acreditar la identidad a través de la huella dactilar. Pero la gente no la acoge con mucha alegría. “La primera percepción social del nuevo documento identificativo fue negativa, como posible herramienta de control en aquel oscuro entorno social”, recoge uno de los plafones explicativos de la muestra, que está abierta todos los días hasta las nueve de la noche, en un cierre poco europeo.

El DNI irrumpe en la posguerra, con una sociedad que “sufre transversalmente el miedo, la represión, el hambre, la escasez y la pobreza endémica. Es la España de las cartillas de racionamiento, de las colas para recoger comida y en la Gota de Leche, del estraperlo, de la mendicidad, de la atención sanitaria y escolarización precarias o de los comedores de auxilio social...”. Era obligatorio para las personas de 16 a 35 años. En 1962, el Régimen lo amplía a todo el mundo. Franco se otorga a sí mismo el número 1 y reserva a su familia los números siguientes, hasta el 9. El entonces rey Juan Carlos recibe el 10, su esposa, la reina Sofía, el 11. La infanta Elena el 12, el 13 se anula por superstición, Cristina obtiene el 14, y el actual Rey, Felipe VI, el 15. Se dejan vacíos el resto de números hasta el 100. Entre el 100 y el 158, se dan a unos “pocos elegidos del círculo de confianza” de Franco. A partir del 1000, se distribuye entre las personas anónimas. “No sabe” consta en la firma de aquellos sin alfabetizar.

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La exposición dibuja la evolución del documento a lo largo de los años, y alardea de las mejoras técnicas. Con el nuevo DNI se pueden “realizar multitud de trámites administrativos” desde casa. No hace referencia al misterio de los lectores del chip electrónico, por qué unos sirven y otros no, a los programas que hay que bajarse y a la desesperación que acaba en derrota e impotencia ante una burocracia omnipotente e implacable, que siempre vence. La versión 3.0 del Vuelva usted mañana de Larra.

También sostiene que el DNI es “uno de los documentos personales más seguros del mundo”. Es inevitable pensar en Nestor Anibal, un septuagenario argentino, el nuevo Malagón del siglo XXI, pero más centrado en ganar dinero que en eliminar la propiedad privada. La Policía Nacional le detuvo hace un año en Rivas Vaciamadrid y comprobó que lo había falsificado casi todo, empezando por él mismo, que tenía cuatro identidades simultáneas. Le bautizaron como el mayor falsificador de los últimos tiempos.

El DNI va, en teoría, a misa. “Antes no se le daba tanta importancia, ni había tanto control”, alega un Carranco con hermanos apellidados Carrasco (el primero es el bueno, qué duda cabe). Otros admiten que han borrado de un plumazo el Cortés de su apellido compuesto, sin trabas ni remordimiento. Pero nada de eso impide que el DNI se blanda como la prueba definitiva. “¿Qué pone en tu DNI?” es el colofón de las discusiones del asunto catalán. Sin ánimo de herir almas sensibles, señalar que la primera empresa que fabricó el DNI fue la catalana gráficas Rieusset. Su responsable, Aquilino Rieusset, ocupó casi todos los cargos importantes del momento: miembro del consejo de administración de Ferrocarriles de Catalunya, vicepresidente de la Unión Náutica de Barcelona, presidente del consejo de administración de Ferrocarril de Sarrià, vicepresidente del Club Republicano... Un ingrediente más del extraño plástico que rige nuestras vidas.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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