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Trepidante Mago Pop en su estreno en su Teatre Victoria

Primeros días, y primeros llenazos, del espectáculo ‘Nada es imposible’

Tomàs Delclós
Arnold Schwarzenegger fue sorprendido por el Mago Pop el viernes en el Victoria.
Arnold Schwarzenegger fue sorprendido por el Mago Pop el viernes en el Victoria.Joan Valls (GTRES)

Una hora y cuarto después de haber empezado el espectáculo, 1.200 personas, el aforo del teatro Victoria, en pie, aplaudían este jueves a Antonio Díaz, el Mago Pop. Era la segunda función en Barcelona de Nada es imposible, un espectáculo que viene avalado por un éxito de dos años en el Rialto de Madrid. Cautelarmente, el estreno oficial será en octubre, pero el montaje que presenta Antonio Díaz no da la sensación de necesitar ningún rodaje preventivo. La compleja maquinaria teatral y humana del espectáculo funciona, no tiene fallos de engranaje, es trepidante y logra el asombro de la platea. El asombro es el estado de ánimo que define la magia, según Díaz.

El argumento de la función tiene un insistente leitmotiv: los sueños pueden realizarse, sobre todo si no se impide soñar. Y el sueño que Díaz nos cuenta en el espectáculo es poder volar. Es obvio para todos que el mago está anunciando durante toda la función cómo terminará el crescendo escénico, aunque hay una vuelta de tuerca final. Díaz vuela incluso dentro de una caja de metacrilato cerrada. Este efecto lo vimos en Barcelona con David Copperfield en 1998. Díaz lo recoge en una ejecución con elegancia y precisión.

El espectáculo presenta otros efectos más conocidos aunque el atrezo es renovado, como el que emplea los disfraces dalinianos de La casa de papel. Hay teletransportación; apariciones; un feed-back en el que todo regresa al lugar donde estaba inicialmente y… pequeños momentos de auténtica prestidigitación con la manipulación y multiplicación de cartas. Alguno procede de otros espectáculos, como el que induce los movimientos de una espectadora simplemente acariciando su sombra que se proyecta en una pantalla. Un efecto de una enorme belleza teatral, aunque levanta una lógica desconfianza sobre su técnica.

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Díaz ha conseguido algo que parecía inalcanzable para un mago español: disfrutar de las posibilidades que da una producción millonaria. Detrás hay un concepto empresarial nada desdeñable que le ha permitido la compra del Victoria. En la fachada del teatro hay una definitoria frase de la revista Forbes: “El ilusionista europeo más taquillero del mundo”. Otras revistas han publicado reportajes menos halagadores. Genii, el año pasado, lo acusaba duramente de emplear trucos de otros colegas sin permiso.

Acudir a efectos de cámara y montaje en sus programas de televisión -lo que no es un truco, propio de la magia, sino una trampa- y el empleo, también en los teatros, de numerosos compinches mezclados con el público… no pertenece a la pureza del arte. En el Victoria, cuando, al final, hace subir a los espectadores que han intervenido, y pide un aplauso “para todos los que han contribuido al espectáculo”, parece hacer un imperceptible homenaje a los compinches. En cualquier caso, nada de todo eso estaba en el ánimo de los espectadores sinceramente agradecidos por una noche de ilusión.

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