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Sobrevivir a las citas navideñas

Sigo admirando a quienes son capaces de juntarse con gente distinta, incluso con quienes no tienen nada en común y llegan a acuerdos

Rosa Cullell

Con los años, se aprende. A salir viva de las reuniones navideñas, sin enfadarte con nadie ni siquiera con las cuñadas o los hijos adolescentes. Si sale bien, al llegar la madrugada abandonas el portal de tu suegra con dolor de cabeza, empachada y contenta de no haber dicho una palabra de más ni dado tu opinión sobre el horrible regalo anual de la “tieta”. Confieso que unos días antes de la Navidad, cuando falta poco para los múltiples encuentros, noto un malestar en el estómago y pienso en largarme, en salir pitando hacia una isla cualquiera, pero desierta. Las citas, a veces, las carga el diablo y todos tenemos ejemplos de verdaderos desastres junto al belén. Entiendo, pues, que Pedro Sánchez y Quim Torra, que no han dialogado nunca, que no son familia, ni siquiera amigos, deben hoy estar preguntándose: ¿Quién nos manda pasar por esta cita prenavideña?

Hay personas con una especial capacidad para conseguir que todo salga bien; con otras, en cambio, sabes, en cuanto entran por la puerta, que no llegas a los villancicos. Pepe Cullell, mi abuelo catalano-manchego, era de los primeros, de los que consiguen crear el ambiente adecuado; incluso sus nietos menos dotados para la música cantábamos para conseguir el aguinaldo y desafinábamos felices. Daba igual si aquel año el negocio no había ido bien y el dinero escaseaba, en su casa del Ensanche, la Nochebuena se celebraba a lo grande, con zambombas y panderetas.

Esas cenas de mi infancia estuvieron llenas de gritos que salían de la cocina, de marisco comprado a buen precio en el mercado de la Boqueria y de chuleticas de cordero llegadas de Albacete. Las reuniones, además, duraban lo justo; cuando querías, o te llamaban tus amigos, salías por la puerta sin que nadie se enfadara. Mi abuelo lo organizaba todo con gran antelación, escuchando y atendiendo a los gustos de todos, asegurándose que mi madre, esa nuera que no comía percebes y hacía ascos a las cañaíllas, tuviera su tortilla de patatas y su pan con tomate. Cuando falleció, las nochebuenas familiares se torcieron. Una de las últimas de mi juventud, en plena transición democrática, acabó con mi padre gritando, yo respondiendo y mi madre intentando templar gaitas. Mi padre era de los segundos, de los que nunca acaban una fiesta en paz.

Sigo admirando a quienes son capaces de juntarse con gente distinta, incluso con quienes no tienen nada en común y llegan a acuerdos

Ahora proliferan las citas de todo tipo. Vivimos tiempos de cumbres organizadas con muchos recursos, pero poco cuidado, con demasiados gestos inútiles y frases rimbombantes, citas para la foto más que para la conversación. Ni en diciembre, podemos estar tranquilos y en familia. Hace unos días, acabó la última gran cumbre del Clima, con representantes de 197 países y la participación de un total de 30.000 personas. Por qué fueron tantas es un misterio. Discutieron durante dos semanas y, al final, un señor polaco leyó el acuerdo, en el que se aseguraba que el importante trabajo realizado por los participantes se había guiado “por un sentido de responsabilidad con la humanidad y con el bienestar del planeta”.

Más allá de la palabrería, sigo admirando a quienes son capaces de juntarse con gente distinta, incluso con quienes no tienen nada en común y llegan a acuerdos, aunque sean de mínimos. Me gustan los hombres y mujeres que no salen a tu encuentro con el insulto en la boca o la ofensa ya pensada; los que te invitan a su casa porque tienen ganas de verte y a su despacho porque están dispuestos a negociar. Por el contrario, confío poco en las convocatorias de última hora.

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Creo que a Sánchez y Torra les asaltan también las dudas. Hay que reunirse, pero no pueden acabar tocando la pandereta ni pegando gritos. El Gobierno socialista de Pedro Sánchez llegará a Cataluña muy protegido por las fuerzas de seguridad y, a su vuelta, deberá poder justificar el viaje. Una negociación, incluso el simple apretón de manos con el independentismo, puede quitarle a la socialdemocracia los votos de quienes, en la izquierda o el centro, quieren una España unida. El Gobierno de Quim Torra, el presidente que propuso hace pocos días la vía eslovena, necesita ahora -tras las múltiples críticas recibidas- mostrarse como un anfitrión formal, contrario a la violencia. Pero recibe, y lo sabe, sin contar con el apoyo de su propia familia política, parte de la cual promete salir a la calle a defender a los catalanes del mismísimo estado de derecho. Torra no puede decir ni hacer nada que entorpezca su principal objetivo, que no es el PSOE de Sánchez, sino ganar a ERC en las próximas elecciones. En esta cita prenavideña, como en tantas otras, el objetivo común es sobrevivir.

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