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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El espectro llega a Alsasua

Ciudadanos ha convertido la Constitución en arma arrojadiza de sus rivales políticos y no solo de los enemigos de la ley

El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en un acto en Alsasua.
El líder de Ciudadanos, Albert Rivera, en un acto en Alsasua. Javier Hernández

Un espectro recorre España. La España Ciudadana, el movimiento impulsado por Ciudadanos, realiza actos por toda España desde hace unos meses en defensa de la Constitución.

Unos días atrás, el espectro se manifestó en Alsasua, Navarra. Si Cádiz fue el primer símbolo del constitucionalismo liberal español, unos cuantos matones de pueblo —que probablemente borrachos y definitivamente autodenominados “antifascistas”— propinaron una paliza a unos guardias civiles y son los responsables últimos de que Alsasua sea el lugar elegido por el espectro como penúltimo símbolo del constitucionalismo.

De sur a norte y de oeste a este, pues el espectro siempre termina apareciendo allá donde más ganas de constitucionalismo hay, Albert Rivera prosigue con su defenestración del impulso inicial bajo el cual, al menos en parte, nació Ciudadanos. Para Ciudadanos, la Constitución no es, o no sólo es, el árbitro que fija el perímetro legal dentro del cual poder tener, de forma razonable, desacuerdos políticos. La Constitución ha pasado a ser un arma arrojadiza contra sus rivales, pero no me refiero a los rivales de la Constitución —que, desde luego existen, pero que terminan siendo attrezzo para el espectáculo mayor—, sino a los adversarios electorales de Ciudadanos. El diseño del acto de Alsasua, más que vehicular una reivindicación de la Constitución, parecía una manera —literal— de marcar territorio y, con ello, de ganar peso entre potenciales votantes. No es lo mismo recordar que “aquí está en vigor la Constitución” que aseverar “esto es España”, incluso cuando con lo segundo se quiere decir, implícitamente, lo primero. El énfasis retórico de lo segundo apunta al territorio; el de lo primero, al principio de igualdad entre ciudadanos. Y el espectro decidió hace ya un tiempo apostar por la retórica del territorio. Y así, la España Ciudadana de Rivera es cada vez más España y menos ciudadana.

Por lo demás, el constitucionalismo de Ciudadanos en 2018 tampoco guarda mucha relación con el de 1978, que era apartidista y generoso. Puede que la actitud del espectro obedezca a una estrategia electoral para atraer a votantes del PP y a alguno del PSOE y, una vez amarrados esos votos, Ciudadanos se revele como un partido con vocación de Estado y no como una salvaje maquinaria electoralista. Si ello ocurre, lo sabremos porque ya no insinuará que ellos son los auténticos portadores y únicos defensores verdaderos de la bandera, de la Constitución, de la democracia, del Estado de derecho o, como hicieron sin pudor alguno en Alsasua, de la Guardia Civil.

Pero lo cierto es que, en este momento, el mensaje de España Ciudadana les viene a decir a los demás partidos —por lo menos a los de ámbito estatal— que se terminó su periodo de usufructo de los símbolos del Estado. A partir de ahora, sólo Ciudadanos, tras arrogarse el derecho, puede disponer moralmente de esos bienes comunes. Ríanse ustedes de Rosalía, ¡lo de Ciudadanos sí que es apropiación cultural!

Aunque por otro lado cuesta entender el lamento de los alsasuarras o no-alsasuarras que fueron a protestar contra el espectro. Para empezar, a diferencia del acto inaugural de España Ciudadana, ellos no tuvieron que aguantar el himno con letra de Marta Sánchez. Yo, no les voy a engañar, no tengo demasiado claro que la ausencia de Marta Sánchez en el acto sea una victoria contra el fascismo español, pero sí estoy seguro de que fue una victoria contra el mal gusto, victoria que deberían haber celebrado en Alsasua.

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En lugar de ello, algunos de los asistentes intentaron impedir el acto del espectro justificándose en ese progresista principio moral que reza “es que van provocando” y gritando “Fascistas kanpora!”, porque, al fin y al cabo, aquel era un acto fascista, ya saben, esos actos totalitarios en que Fernando Savater cita a George Brassens y Albert Rivera hace banales mítines preelectorales de sur a norte y de oeste a este.

Pero si Rivera quiso convertir a Alsasua en un nuevo Cádiz, los que protestaban contra Savater o el propio Rivera no quisieron contribuir en menor medida a la solemnidad del episodio y vinieron a alegar que Alsasua era una especie de Guernica, un nuevo símbolo del antifascismo. Un antifascismo alfa, claro, que termina marcando territorio al son del grito “Esto no es España”.

Si de algo es símbolo el episodio de Alsasua es de nuestra incapacidad para dejar a un lado tanto los intereses puramente electoralistas como la visión patrimonial (o sea, reaccionaria) del territorio. Así nos va.

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