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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Pasando páginas

Hoy hace un mes ni el mismo Pedro Sánchez se hubiera creído al profeta que le advirtiera de su entrada en la Moncloa como presidente

Josep Cuní
Mariano Rajoy sale de su puesto de trabajo en Santa Pola.
Mariano Rajoy sale de su puesto de trabajo en Santa Pola.Mònica Torres

Quienes repiten que en España nunca pasa nada andan superados. No ha transcurrido ni siquiera un mes desde la caída del gobierno Rajoy y ya todo parece de lo más normal. Incluso él ha buscado en el baúl de los recuerdos su normalidad profesional recuperando su plaza de registrador de la propiedad. Atrás han quedado su dilatada carrera política repleta de cargos, su acta de diputado y un partido inmerso en un proceso de primarias inédito en la derecha española. En su intimidad y en homenaje a María Dolores Pradera podría entonar “que gano en decir que un hombre cambió mi suerte, se burlaran de mí. Que nadie sepa mi sufrir”.

Es como si estos escasos treinta días hayan dejado sólo un vago impacto de aquella sacudida política que dio un respiro, insufló nuevos ánimos y marcó un imprescindible momento de descompresión. Será por las ganas de verano que ayudan a relativizar, será por la capacidad de asimilación por acumulación de sorpresas e indignaciones, será por la facilidad con la que se nos escapa el tiempo vivido con intensidad y narrado con impaciencia. Será. Pero han pasado demasiadas y muy destacables cosas como para reducir su memoria a mera anécdota y permitir que la importancia de los hechos de hoy se desvanezca ante los de mañana por muy ligeros que sean los unos comparados con los otros. Indistintamente.

Hoy hace un mes, España tenía un gobierno del PP que se las prometía muy felices por la aprobación de los presupuestos generales del Estado gracias al voto favorable del PNV. Tanto para el gobierno como para su partido, o al revés, el resto eran minucias y las críticas envidia. Cataluña tenía un nuevo president pero sin gobierno como si el levantamiento del 155 no acuciara.

Hoy hace un mes ni el mismo Pedro Sánchez se hubiera creído al profeta que le advirtiera de su entrada en la Moncloa como presidente. Le hubiera visto quizás como un idólatra, quizás como un soñador, quizás como el fanático que confundía los deseos con la realidad. Y no porque el secretario general del PSOE no lo anhelase. Ya lo pronosticaba cuando llegó al cargo por primera vez pensando que todo el monte era orégano. “Yo seré presidente del gobierno”, advertía entonces ante sus incrédulos oyentes en un despacho presidido por un ficus símbolo de la soledad y sin un libro en los estantes, señal de su precariedad. Luego vendrían las espinas clavadas por las rosas rojas de los enemigos auténticos, como describió Churchill a los compañeros de partido. La travesía del desierto le sirvió para comprender y enmendar. Dudó de sus propias palabras advirtiendo de su regreso pero se impuso a su lógica melancolía y resucitó al tercer día. Volvió a ganar más por coraje que por convicción y se desdibujó en la oposición que es aquel lugar que desgasta más que el gobierno, evocando de nuevo a Churchill.

Cataluña y el 155 que no supo reprimir le sumieron en una obligación constitucional a la que esperaba no tener que recurrir pero los días aciagos que promovían el independentismo por un lado y el gobierno popular con la presión electoral de Ciudadanos aupados por las trincheras socialistas del sur no le dejaron mayor opción. Y ahí está hoy, sentado al lado de Angela Merkel en las reuniones europeas, en la escalinata del Elíseo abrazando al Emmanuel Macron que flirtea con Albert Rivera sin saberse aún si lo hace a través de Manuel Valls. O recibiendo a Íñigo Urkullu en la Moncloa como primer símbolo de la España plurinacional tanto para agradecerle su apoyo en la investidura tras cambiar de pareja de baile y llevándose un buen pellizco presupuestario como para dejarle claro al independentismo catalán que puede hacerse política sin desmelenarse.

Apenas ha pasado un mes de todo esto y mucho más. Porque todo lo narrado anteriormente ha sido fruto de una sentencia judicial, Gürtel, sobre la que José Ricardo de Prada, uno de los magistrados que la dictó, ha reconocido que en tres años ha recibido más ataques como juez desde la política que en los casi treinta que lleva de titular en la Audiencia Nacional. Pero la suerte está echada, como la de Iñaki Urdangarin, hoy en prisión a pesar de sus pesados vínculos familiares. Al revés que en el caso de La Manada hoy excarcelados para oprobio de una sociedad tan asqueada como indignada. Sorprendente fue el fichaje del entrenador de la selección española a las puertas del Mundial de Rusia por parte del Real Madrid. De eso se habló casi tanto como de todo lo demás durante las últimas tres semanas. Mientras, la opinión pública reorientaba sus parámetros de entonces porque entiende que al ser el tiempo limitado no puede malgastarlo viviendo la vida de otro. Lo dijo Steve Jobs.

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Josep Cuní es periodista.

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