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Barcelona y Teruel

Puigdemont quiere ser, junto con Wifredo el Velloso y Jaime I, uno de los tres grandes personajes de la historia de Cataluña

Carles Puigdemont.
Carles Puigdemont.TOBIAS SCHWARZ (AFP)

El problema político de Cataluña que vivimos ahora tiene un trasfondo tan claro como olvidado en muchos comentarios que deberían tener mayor calado. Los datos nos los ha dado a conocer la prensa estos días atrás. Son las noticias opuestas de dos capitales de provincia españolas. Una de ellas, Barcelona, se ha situado a la cabeza de Europa en organización de grandes eventos internacionales habiendo incluso, desbancado a París. Otra, Teruel que, por el contrario, clama por que se saque a su provincia de la profunda desertización que la destruye.

Importante contraste ciertamente, pues mientras en Barcelona son 720 los habitantes que hay por km2, en Teruel solo hay 9. Con un abismal poder diferencial de influencia de imposible corrección. El discordante dato, sin embargo, no es tan importante como el hecho de que no se trate de dos situaciones aisladas sino que cada una de ellas ejerza de polo en más amplias geografías. Barcelona se siente guía de unas provincias en las que su estilo emprendedor y creativo se repite. Me refiero a las provincias que existen en las comunidades de Cataluña, Valencia y Baleares. Ello no tiene que ver con la pluralidad ideológica de sus poblaciones. Estoy hablando exclusivamente, del hecho constante y sonante del crecimiento y del progreso.

Teruel, aunque inconscientemente, viene a ser como el polo líder de unas veinte provincias, y parcialmente de otras más, en creciente despoblación. Polo que muestra por dónde puede avanzar con el tiempo, la corriente demográfica.

El hecho no puede menos que tener unas grandes consecuencias en la organización del país. Son rasgos de dos realidades: un desarrollo de grandes proporciones en sentido creciente junto a un atraso crónico tendente a la mayor degradación. La zona desarrollada muestra su pesada molestia de tener que convivir dependiendo en parte, de una comunidad que tiene, entre sus rasgos esenciales, el de la decadencia. Y es explicable que quiera modificar su relación con ella.

¿En qué sentido? ¿Fraccionamiento independentista? ¿Creación de cocapitalidad del Estado? ¿Tenemos ya elementos suficientemente profundos para decirlo? Los líderes que encabezan las dos tendencias Puigdemont y Rivera son catalanes. Es cierto que entre ese mar interior de vacío al que nos venimos refiriendo surge Madrid con rasgos demográficos superiores a los de Barcelona. Pero está rodeado de un amplio cinturón de despoblación que empieza desde sus mismos dinteles y llega a Lugo, a Huesca, a Albacete, a Huelva. Un área de 287.963 Kmts2. en la que, la ciudad más grande, Zaragoza, solo consigue elevar la densidad de su territorio provincial a 55 habitantes por Km2. España debe reestructurarse de nuevo. Son los hechos los que lo piden. No queremos añadir nada a la realidad que por sí misma se impone.

¿Cómo se sitúan frente a tal situación los dirigentes políticos? Unos quieren conservar la convicción que sintetizaba nuestra historia con aquel aforismo tantas veces repetido “Castilla hizo a España”. Y desde dicho núcleo roqueño extienden la defensa de una Constitución inmóvil, a la ley, a los tribunales, a la administración. Sienten la decidida necesidad de quedarse parados en el tiempo. No caen en la cuenta de que la corriente de la historia seguirá impasible su caminar.

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Otros, por el contrario, en lugar de confiar en que la ola de la historia les lanza necesariamente hacia adelante aunque evidentemente, a su paso y con grandes matices, quieren correr demasiado e imponer desde hoy su solución. Puigdemont ambiciona ser, junto con Wifredo el Velloso y Jaime I el Conquistador, uno de los tres grandes personajes de la plurisecular historia de Cataluña.

La realidad global de un conjunto es más importante que el deseo personal o grupal. Quererla sustituir por un afán no deseado por una mitad nos empequeñece. Son los pensadores, los intelectuales imparciales quienes deben buscar el camino más profundo que el devenir histórico nos marca y que pueda satisfacer a una amplia mayoría.

Ante los movimiento sociales que ahora contemplamos, no debemos encresparnos. Todo lo que hay se viene cociendo desde muy atrás. Cada vez que un emigrante del polo turolense emigraba de su nada emprendedor ámbito al polo del desarrollo, daba a la cuestión que hoy nos ocupa, un voto histórico. Voto histórico que, por su naturaleza, siempre ha sido sereno. ¿No podemos dejarnos influir por la serenidad siempre tan llena de quilates? 

Santiago Petschen es catedrático emérito de Relaciones Internacionales.

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