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Esclavismo omnipresente

Más allá del defenestrado Antonio López, Barcelona y toda Cataluña están salpicadas de recuerdos de las fortunas de la trata de personas entre África y Cuba

Cristian Segura
Plaza de Antonio López una vez  retirada la estatua del naviero del pedestal.
Plaza de Antonio López una vez retirada la estatua del naviero del pedestal.Carles Ribas

Eliminar el pasado esclavista de las calles de Cataluña y del conjunto de España sería una tarea extenuante. Antonio López, Marqués de Comillas, de quien el Ayuntamiento de Barcelona retiró la estatua el pasado domingo, ni siquiera es el caso más probado de la trata de personas del siglo XIX entre África y América. Grandes nombres de la burguesía amasaron fortunas como negreros, personas que tienen calles dedicadas, edificios emblemáticos y un pasado entre tinieblas.

El historiador Josep Maria Fradera publicó en 1984 La participación catalana en el tráfico de esclavos, estudio de referencia sobre la materia. Fradera determinó que a mitad del siglo XIX el capital catalán llegó a copar el 74% de la importación de mano de obra forzada a Cuba. El profesor de la Universidad de Miami Joaquim Roy apunta en el libro Cataluña en Cuba que hasta 1820, tres años después de firmarse el primer tratado entre Gran Bretaña y España para prohibir el tráfico de esclavos, los comerciantes catalanes habían introducido en Cuba el 23% del casi millón de africanos desembarcados en la isla desde el siglo XVI.

Fradera explicaba que muchos catalanes vieron una oportunidad de negocio tras la progresiva ilegalización de la trata de personas en el imperio británico y en Estados Unidos. “Una porción nada despreciable del valor añadido de nuestra sociedad está construido a partir del enorme dineral que generó el tráfico ilegal de esclavos africanos”, escribe el historiador Xavier Juncosa en el libro Negreros y esclavos. Barcelona y la esclavitud atlántica. Juncosa recuerda que el éxito de la Exposición Universal de 1888 “fue posible porque treinta años antes, tras la demolición de las murallas, un puñado de empresarios imaginaron una nueva ciudad gracias, en buena parte, a las decenas de millones que repatriaron los indianos del suculento tráfico de esclavos”. Buena parte del primer desarrollo de la Barcelona más allá de las murallas hacia el nuevo Eixample fue en parte posible por inversiones como las del capitán negrero Josep Carbó o del esclavista Agustín Goytisolo Lezarzaburu —antepasado de los hermanos escritores Goytisolo—, explica en Negreros y esclavos Martín Rodrigo, profesor de Historia de la Universitat Pompeu Fabra.

De la prohibición al 'boom' del tráfico

Liberalización del tráfico. El comercio español de esclavos de África a América se liberalizó en 1789. Entre aquel año y 1820 los barcos procedentes de puertos catalanes pasaron de introducir en Cuba del 24% al 74% de los esclavos, según Josep Maria Fradera.

Gran Bretaña presiona. España firmó en 1817 el primer tratado con Gran Bretaña para la prohibición del tráfico de personas entre África y las colonias. La marina británica actuaba como policía de los mares y estableció tribunales a lo largo y ancho del imperio para perseguir la trata.

Beneficios astronómicos. La progresiva desaparición de la competencia de los negreros británicos y norteamericanos fue aprovechada por los comerciantes y navieros catalanes. Los historiadores indican que los riesgos de las expediciones ilegales eran tan altos que solo unos beneficios astronómicos podían compensarlos.

Último barco negrero. Se considera 1873 como la fecha del último desembarco de esclavos en Cuba. Se estima que desde el siglo XVI llegaron a la isla un millón de trabajadores forzados africanos.

Más clamorosos son los casos de hombres que a mediados del siglo XIX estaban en la cúspide social de Cataluña: por un lado destaca el empresario químico y naviero Josep Vidal Ribas, que está documentado que como mínimo financió tres expediciones de esclavos. Fue accionista de referencia del Banco de Barcelona y solo en el Eixample su familia llegó a ser propietaria de catorce promociones inmobiliarias. Vidal Ribas tiene una calle dedicada en su municipio natal, Sant Feliu de Llobregat, y también en Esplugues de Llobregat. Otro referente es Jaume Torrents, portentoso industrial en Cuba que reinvirtió parte de sus beneficios en inmuebles en Barcelona, el más conocido, la actual sede del Ateneu Barcelonès, que fue su residencia. Juncosa asegura que seis de sus barcos participaron en el traslado de esclavos a Cuba. Juncosa destaca que Torrents tenía que pagar una comisión por cada trabajador forzado introducido a Cuba a la reina consorte María Cristina a través del banquero y militar Manuel Pastor.

A un tiro de piedra de la plaza de Antonio López serpentean frente al Port Vell los Pórticos de Vidal-Quadras. Fueron construidos por los hermanos banqueros Manuel y Alejo Vidal-Quadras, vinculados con el esclavismo por numerosos académicos. En Barcelona, en el barrio de Sarrià, también hay una calle Vidal-Quadras dedicada a Alejo. En Vilanova i la Geltrú se honra la memoria de uno de los nombres paradigmáticos del comercio de esclavos, Salvador Samà. Una céntrica avenida lleva su nombre en Vilanova. El colegio que regentan los escolapios en este municipio fue una donación de Samà.

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Existen reminiscencias del colonialismo pero también del esclavismo en la cultura popular catalana. En la Diagonal de Barcelona se levanta la Fuente de la Palangana, también conocida como “del negrito”, del escultor Eduard Batiste Alentorn. La escultura reproduce la escena de una niña que con una esponja quiere limpiar la cara de un niño negro. Uno de los gigantes de las fiestas de Vilassar de Mar representa a Pere Mas Roig, El Pigat, famoso capitán negrero. El Pigat era hermano del tatarabuelo del expresidente de la Generalitat Artur Mas.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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