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La Modelo abre sus puertas para siempre

Los ciudadanos ya pueden visitar, gratis y sin cita previa, la prisión barcelonesa y participar en el proceso de consulta para decidir los nuevos usos de sus espacios

Jessica Mouzo
Los visitantes pasean por las galerías de la cárcel Modelo de Barcelona
Los visitantes pasean por las galerías de la cárcel Modelo de BarcelonaJoan Sánchez

La cola se apiñaba calle abajo y daba la vuelta a la esquina, abrazando el viejo muro de La Modelo entre la calle Entença con Provença de Barcelona. Como cuando tocaba día de visita y los familiares de los presos se amontonaban en fila india —en ese caso, paradógicamente, calle arriba— para entrar a verlos. La prisión barcelonesa, que cerró sus puertas el pasado junio tras 113 años en funcionamiento, volvió a abrirlas ayer, esta vez para siempre y para todo el mundo.

Los ciudadanos podrán visitar, de forma gratuita y sin cita previa, las instalaciones del antiguo centro penitenciario, que se encuentra en pleno proceso de transformación y debate sobre el nuevo uso de sus espacios. Las visitas, que empezaron ayer,serán a partir de ahora los viernes de tres a seis de la tarde y los sábados de 10.00 a 18.00. 

Al cruzar el imponente muro de la prisión, descansa una garita de seguridad y un patio amable: asientos de madera, dibujos pintados con tizas de colores y estantes repletos de libros para intercambiar sosiegan la estampa de lo que fue la prisión barcelonesa. La cola de visitantes rodea los soportales que conducen a las primeras rejas. “Impresiona” e “impacta”, coinciden los visitantes consultados.

Hace frío en La Modelo. Fuera, se quedó buena tarde, pero ni una pizca del calor del sol se cuela entre los muros de la prisión. Los visitantes, abrigados, campan a sus anchas, cuchichean, sacan fotos. Todo está como lo dejaron sus últimos inquilinos. “Libertad, Amnistía y Estatuto de Autonomía”, se lee en las paredes de la celda 445 de la galería 5. “Aquí se dice que estaban los presos peligrosos pero bueno, eso iba cambiando y se iban moviendo”, explica una trabajadora. En ese mismo pasillo, agrega la empleada, está la celda del joven anarquista Salvador Puig Antich (la 443). También la del famoso delincuente El Vaquilla.

Las puertas del locutorio están abiertas: vidrios semirrotos, la pintura salmón de la pared desconchada por todas partes y dos pegatinas en cada puerta: prohibido fumar y prohibido usar teléfonos móviles. Queda también la placa con las normas de acceso: las comunicaciones durarán 20 minutos y, avisan, “las demoras aumentan el tiempo de espera de las familias que restan por comunicar”.

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El verdín crece sobre unas duchas destartaladas. En algunas celdas, aprovechando los relieves que deja la pintura descascarillada, se mantienen los dibujos pintados por los presos. “No se fía”, zanja un boceto a lápiz. En la biblioteca, dos tableros de ajedrez y un centenar de libros, entre ellos, de Ken Follet o de Mayra Gómez Kemp. Una nota en la puerta recuerda que el préstamo máximo era de 100 días.

“Es escalofriante. Todo está muy deteriorado”, valora Alberto González, vecino de Barcelona. “Es un lugar muy frío”, admite David, que ha venido con dos amigos. Mientras Barcelona decide, mediante un proceso participativo, en qué convertirá la modelo —”Podemos reformarla y meter a algunos políticos”, propone Javi, amigo de David—, las puertas de la prisión estarán abiertas. “Habrán venido, por lo menos, unas 1.200 personas”, dice una trabajadora a media tarde. No han cesado las visitas ni las colas desde que abrieron. “¡Y somos más trending topic que Puigdemont!”, agrega entusiasmada otra empleada.

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Jessica Mouzo
Jessica Mouzo es redactora de sanidad en EL PAÍS. Es licenciada en Periodismo por la Universidade de Santiago de Compostela y Máster de Periodismo BCN-NY de la Universitat de Barcelona.

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