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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Esta ‘superilla’ sí que funcionará

El triángulo de Sant Antoni es idóneo para hacer avanzar la idea de un tráfico pacífico. Idea que tiene en lista de espera otros sitios correctos

El día sin coches en el barrio de Sant Antoni.
El día sin coches en el barrio de Sant Antoni.M. Minocri

Se podría hacer un mapa cronológico del proceso de gentrificación de la restauración. Lo delata la aparición del primer vermut. No se trata, claro que no, del noble sifón de vidrio del bar Versalles —un milagroso superviviente— o el Quimet de Horta —otro que tal—, sino de ese bar anodino de la esquina que de golpe cambia la carta por tapas, las mesas por artefactos de madera bruñida, los camareros por jóvenes espigados y los precios por advertencias de que el barrio va a cambiar. Bromas aparte, lo cierto es que el barrio cambia. Sant Antoni: empezó por Parlament. Y ahora, después de completar el ciclo, teniendo ya el turismo mordiendo la pantorrilla, con más bares que comercio pero con algún atisbo artístico —una galería intermitente, algún espacio con vocación cultural—, el Ayuntamiento plantea instalar una superillaque lo abrace todo.

Bravo. Vaticino que esta superilla funcionará. No tengo ni idea del grado de participación de los vecinos, aunque en todo proyecto la palabra mágica se hace presente. Da igual, porque lo importante es que los vecinos están viendo el Mercat de Sant Antoni —una mole dignísima que revitalizará lo que queda por revitalizar— como amenaza, precisamente por su poder de convocatoria. Da igual porque este el sitio ideal para poner una superilla. Vamos por partes. Primero, la visión al vuelo: este trozo de Sant Antoni es un rincón digamos periférico. La superilla no puede utilizarse —como sí pasa el Poblenou— para castigar a los conductores. Tiene que ser un instrumento de gestión del tráfico, eso sí, pero no una tortura. Por eso es importante que no sea una zona de paso, que se haya que atravesar, sino un rincón que no necesita penetración excepto por parte de los vecinos estrictos. La superilla de Sant Antoni no se pondrá delante de nadie para frenarle el paso: la Ronda, quiero pensar, seguirá haciendo su función.

En segundo lugar, funcionará por una cuestión de estética. En la ciudad, y sobre todo en la ciudad pija —la que no le gusta al Ayuntamiento—, la estética sí cuenta. Sant Antoni tiene unas sombras envidiables, tiene, creo, algún rinconcito de adoquines, tiene vocación de generar plazas, de generar espacios que se podrán pasear y permitirán practicar el arte de apamar la ciudad sin prisa y sin rumbo. No es lo mismo atravesar el desierto del Poblenou, una catástrofe que no da ningún placer, que caminar por Parlament o estirarse de La Calders a la biblioteca Joan Oliver —que vale la pena ir a ver— obra de nuestro premiado equipo de Olot RCR, con ese patio interior reflejado en una vidriera de presencia brutal, durísima. Es decir, se camina por la ciudad y, si puede ser ciudad cultural, mejor.

Y en tercer lugar, no hay intención municipal de infantilizar al personal, como sí la hay en el Poblenou. ¡Esas rayas pintadas en el suelo, por Dios! Esos juegos inducidos a los que nadie juega. Esos espacios que te indican que tienes que sonreír y darle la mano a la canalla y si hace falta ponerte de cuatro patas y jugar a algo. Eso no es hacer ciudad, eso es hacer el ridículo. La ciudad también tiene que ser una estructura adulta, que permita un uso racional y, si hace falta, ningún uso específico. Pintar pistas de atletismo en medio de una calle que fue trazada para que los coches surcaran el barrio —a la velocidad que se les diga— y salieran hacia Santa Coloma es, lo digo una vez más, un despropósito. Y por eso la superilla del Poblenou está desierta y sólo la defienden los arduos militantes de la no-contaminación, que es una causa importante pero que aquí está mal abordada.

Por el contrario, el triángulo de Sant Antoni es el lugar idóneo para hacer avanzar la idea de un tráfico pacífico. Idea que tiene en lista de espera otros sitios correctos, como Sant Ramon, en el límite entre Les Corts y L’Hospitalet, que ya estaba trabajando Antoni Vives —no sé si eso será un problema—, que comparte alguna de las características que ahora he mencionado. No estoy muy segura de que Horta sea una buena idea, pero es obvio que el antiguo municipio necesita una delicada intervención en sus partes históricas, para realzarlas y ponerlas en contacto con las necesidades presentes. Ojo, necesidades que también incluyen domesticar el tráfico, ofrecer más ciudad a los vecinos, menos intermediarios, más espontaneidad y menos dirigismo.

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