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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El universo paralelo de Raphael

El cantante hizo un amplio repaso a toda su discografía ante un público entregado

Raphael en el concierto en el Sant Jordi de Barcelona.
Raphael en el concierto en el Sant Jordi de Barcelona.XAVI TORRENT/GETTY

Fue como vivir dos horas y cuarto en un universo paralelo. Un universo tan conocido y asumido como disparatado y desconcertante, tan real como alejado de la realidad. Un mundo dentro de una inmensa burbuja en el que el paso del tiempo solo podía deducirse por la abundancia de canas, arrugas y michelines, fuera de eso nada había cambiado.

El concierto de Raphael en el Sant Jordi podía haberse celebrado en los años noventa, ochenta, setenta, sesenta... e incluso antes si el divo de Linares ya hubiera estado en activo. El mismo repertorio con sabor a televisión en blanco y negro, el mismo vozarrón desde la tarima y el mismo público enloqueciendo en la pista y las gradas. Solo alguna guitarra eléctrica trastocaría un poco la imagen, aunque probablemente no sería fruto de la modernidad sino de que los tiempos ya no dan para ir arrastrando una orquesta sinfónica todos los días.

En el interior del Sant Jordi el tiempo se había detenido en un momento indeterminado de nuestro pasado reciente. Es decir que Raphael, tal como él mismo cantó, sigue siendo aquel, sigue conservando todo su carisma escénico, que es mucho, y una voz que sorprende a sus 74 años que, aunque no le duró todo el concierto, le puso la carne de gallina al personal en los momentos decisivos. Sigue dominando a la perfección esa gestualidad histriónica que es su marca de fábrica y esos bailes chulescos y desvergonzados que sus seguidores gustan de aplaudir. Y su mano derecha sigue siendo un espectáculo en sí misma, explicando o puntuando cada frase y convirtiéndose en protagonista cuando el momento lo requiere.

Raphael triunfó por todo lo alto en su primer Sant Jordi, eso sí: convenientemente adelgazado para la ocasión (su capacidad máxima de 17.950 personas se redujo a 7.500 y quedaron algunas butacas sin venderse). Su público en una franja de edad parecida a la suya enloqueció una vez tras otra, se alzó de sus butacas al final de casi cada canción, agito brazos, bailó y cantó a voz en grito como si de un concierto de quinceañeras se tratara. En realidad se trataba de un concierto de quinceañeras, nadie era consciente de haber envejecido.

Dejando clara su total desconexión con el mundo exterior, Raphael prácticamente no dijo ni palabra. Su habitual locuacidad se resumió a casi pedir perdón por haber comenzado el espectáculo con tres canciones nuevas y decir que lleva cincuenta y cinco años viniendo todas las temporadas a Barcelona (alguno de sus seguidores/as sufrió un amago de apoplejía ante la cifra). Los que esperaban alguna cita de actualidad se fueron chasqueados.

Vestido totalmente de negro, ante cinco inmensas pantallas de vídeo y al frente de siete músicos sumisos y eficaces, Raphael comenzó con lo más nuevo pero pronto se zambulló en un repertorio a prueba de bombas en el que tanto caben Manuel Alejandro o Armando Manzanero como Violeta Parra o Los Olimareños, un villancico a ritmo de marcha militar (iluminado por miles de espontáneas lucecitas de teléfono móvil) o citas a los Stones y las discotecas setenteras. Todo pasado por la personal, muy personal, batidora del linarense que consigue unificar y hacer creíbles (para su público) las mayores disparidades.

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De la casi inicial Mi gran noche, que ya puso el ambiente en ebullición, hasta el Como yo te amo final con coletilla dedicada a la ciudad (Barcelona te amo tanto, tanto, tanto,...). Y entre medio todo lo que se podía esperar: La quiero a morir, Adoro, Cuando tú no estás, Provocación, La noche, Escándalo y, por supuesto, Yo soy aquel en una versión algo forzada rítmicamente y sin el desenrosque de bombilla final que todos esperábamos.

Raphael sigue siendo aquel y su público también.

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