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Chrissie Hynde, dentelladas de feminidad

La carismática líder de The Pretenders se hizo con el escenario de Cap Roig

Chrissie Hynde, en Cap Roig.
Chrissie Hynde, en Cap Roig.DAVID BORRAT (EFE)

Estaba en Cap Roig entre perfumes, camisas de lino, zapatos de tres cifras y un olor general a amarre en el puerto deportivo que combinaba con las fragancias de los jardines, los vapores de las cocinas y los brillos de las joyas y de los relojes con caja de titanio. En las colas de acceso a las butacas una espectadora se quejaba “fíjate, no me dejaron entrar el gin-tonic en la platea, y ¡¡era Hendrick's!!”, mientras que ellos comentaban temas de próstata aguardando turno en los lavabos –hay pocos y antes de ser usados, elegantes–. La burguesía más acomodada de la costa iba a ver a Chrissie Hynde y ella, ajena a todo, parecía estar tocando en cualquier tugurio. Tejanos y camiseta de Elvis negra, calzado de fantasía y un tono directo y sin ambages que no diferenciaba a aquel personal del que pudo encontrarse al llegar a Londres a finales de los setenta para hacerse un hueco entre tanto macho encuerado. Incluso Martin Chambers, su eterno batería, salió a hacer los bises arrojándose por encima una cerveza en plan punk. Hay cosas que ni el tiempo cambia.

Chrissie Hynde es una de ellas. Mujer de coraje y humor capaz de evaluar el interés de los miembros de una pareja que estaba en primera fila, ella le pareció mejor que él, pareció decir, siempre protagonista de unos comentarios que sugerían que trabajar con tanto hombre en el grupo tiene algo de regentar un jardín de infancia. Medio en broma o en serio dijo no saber dónde tocaba, dijo varias veces Barcelona pese a preguntar al respecto a un espectador que le contestó que aquello era Calella. Dio igual, ella está donde quiere. Artista dominadora nadando en su piscina de seguridad y autoconfianza, mantiene además una voz inmarchitable y una pose que sugiere no andarse con bromas si ella no da lugar. De tanto en tanto, en su gesto más juvenil y despreocupado, se subía los tejanos por detrás con ambas manos ya que el peso de la petaca del micro tendía a bajárselos. Es ya un gesto tan propio de ella que el día que no se precise petaca se pondrá plomo en los bolsillos para no perder ese ademán. Una personalidad tan carismática como franca. Un torbellino de andar seguro y paso firme tan natural que en ningún momento pareció sobreactuada a sus sesenta y cinco años, buscando extraviada una juventud que se fue.

Lógicamente ella fue el espectáculo, mascarón de proa de pelo cayendo en cascada sobre unos ojos eternamente sombreados por el negro. Ella y un cancionero con bastante edad que exprimió con la inclusión de algunas canciones nuevas sin demasiada historia, y una versión de Kinks reapropiada, “Stop Your Sobbing” más otra para abrir los bises, “I Go To Sleep” en un repertorio que quiso variar sobre la marcha introduciendo “I Hate Myself” en lugar del tema previsto. Está viva, no todo es inmutable. Y por encima de todo, temas que no sólo son brío y que denotan que en Chrissie hay también mucha ternura –“Don’t Get Me Wrong”, “Back On The Chain Gang”-. The Pretendres no vinieron a cambiar el mundo con su música, sólo a sobrevivirlo. Y en ello siguen, no diferenciando un tugurio de un fino festival de costa. Ella es siempre el elemento común.

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