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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dudar ante el referéndum

No hay que olvidar que el 47,8% de los votantes que acudieron a las urnas el 27-S apoyaron opciones independentistas, de ahí arranca la debilidad democrática del proyecto

Francesc Valls

No son estos tiempos de matices. Más bien abundan los seguidores de la brocha gorda de Mateo 12:30. Hay que elegir entre la verdad de Jesús o la mentira de los fariseos. Y ahí cada uno hace maniqueísmo a medida, convencido de estar en posesión de la verdad. El destituido consejero de Empresa, Jordi Baiget, ha sido la última víctima conocida. Flaqueó su fe, asaltada por la duda, al afirmar que “el Estado tiene tanta fuerza que no podremos hacer el referéndum”. Con la palabra de Dios en la mano, le cayó encima con toda la fuerza la sentencia del evangelista Mateo “el que no es conmigo, contra mí es”. Son tiempos estos en los que creer sin obedecer es cultivar la resistencia contra Dios.

También la alcaldesa de Barcelona Ada Colau está en el pecaminoso y traidor terreno de los fariseos. En una reciente entrevista a El Periódico de Catalunya, Colau hacía un llamamiento al sentido común: “No engañemos a la población: el objetivo no es sencillo. Es irrenunciable, porque la crisis del modelo autonómico es irreversible, pero no se puede precipitar cuando no depende solo de ti. Hay que asumir la complejidad y que hay objetivos difíciles que necesitan más tiempo del que querías. Entiendo la impaciencia de algunos, porque el bloqueo del PP es exasperante, pero tirar millas con el referéndum no es eficaz. Junts pel Sí tienen prisa porque no han cumplido su objetivo electoral de proclamar la independencia en 18 meses. Les pediría responsabilidad, que no se pongan en peligro los objetivos de país ni los grandes consensos”. Colau fue lapidada en las redes sociales en el mejor estilo del Viejo Testamento, ese lado salvaje del cristianismo.

Y es que por mucho que se teorice, los referendos unilaterales de independencia hasta ahora solo han derivado de situaciones traumáticas de guerra, como lamentablemente ilustran África o la Europa poscomunista. El proyecto catalán cojea pues devalúa el referéndum y lo convierte en un simple primer peldaño instrumental. El banderín de enganche de la consulta es un mero elemento táctico, pues la vista estratégica está puesta en la secesión: ninguna formación que defienda otra opción apoya en este momento el referéndum en los términos precariamente democráticos en que se ha formulado fuera de sede parlamentaria. No hay que olvidar que el 47,8% de los votantes que acudieron a las urnas el 27-S apoyaron opciones independentistas, de ahí arranca la debilidad democrática del proyecto. El teólogo conciliar José María González Ruiz admitía en petit comité la crisis de la Iglesia católica y aseguraba que a los obispos se les habían escapado la mayoría de las ovejas, por eso no dejaban de sobar las que quedaban en el redil. La situación parece similar en Cataluña: se reconoce que hay que salir a buscar a los descarriados, pero se abunda en el error episcopal, esperando que acudan motu proprio al redil.

Por si esto fuera poco, por lo conocido y publicado por este diario sobre la ley de transitoriedad, (hasta el momento, lo único realmente existente) hay elementos inquietantes en ese día después de la independencia que tampoco permiten vislumbrar ese anhelado mundo feliz en lo que, por ejemplo, a separación de poderes se refiere o al no reconocimiento de tribunales internacionales.

Por supuesto, que el principal culpable de esta situación es la inflexibilidad del Partido Popular. Después de experiencias como Quebec o Escocia no hay argumentos ni racionales ni democráticos para negar un referéndum. Las Constituciones se cambian. Incluso en el actual marco español se pueden tomar medidas capaces de satisfacer las aspiraciones de buena parte de los ciudadanos de Cataluña. La tímida reforma constitucional sugerida por el exministro de Exteriores Juan Manuel Garcia Margallo duerme profundamente en los anaqueles del partido. El PP se mantiene inmóvil, sin hacer propuestas más allá del recurso a los tribunales. El partido de Rajoy parte del pecado original de haber convertido en arma arrojadiza la cuestión nacional catalana con la campaña contra el Estatuto. Y ha continuado por esos derroteros con la reforma exprés del Tribunal Constitucional, una iniciativa que solo contó con los votos de la entonces mayoría popular. Son réditos electorales de una taumaturgia política que ha trocado el catalanismo en independentismo. Y ha conducido a este callejón sin salida.

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