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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Secesión en el retrovisor

Aunque haya quien reclama la aplicación de medidas frontales, lo deseable es que la respuesta del Estado de derecho sea proporcionada, caso por caso y gradual para no sobreactuar al imponer el cumplimiento de la ley

Acto a favor del referéndum con Puigdemont.
Acto a favor del referéndum con Puigdemont. Andreu Dalmau (EFE)

Ahora que el presidente Puigdemont invoca sorprendentemente la gran política de Josep Tarradellas, emularla pudiera consistir en aparecer en público para decir que el desconcierto de la sociedad catalana requiere un período de reflexión por lo que el calendario de la ruptura con España se pospone “sine die” y que consecuentemente habrá elecciones autonómicas para que la ciudadanía contraste argumentos, efectos emocionales, relaciones coste-beneficio y disparidades entre mito y realidad. Evidentemente, eso tendría un coste político para Puigdemont, especialmente en el mundo antisistema que le mantiene en el poder pero, es gran política. La otra opción, de mayor coste general, es llevar a la sociedad catalana a la ficción de un referéndum sin urnas, ni junta electoral ni futuro. Ni tan siquiera existe la certidumbre de que el activismo independentista logre una reacción masiva cuando el referéndum no tenga lugar. La situación política de Cataluña es voluble e inflamable, por contraste con una Cataluña real que prefiere estabilidad, crecimiento y negociación. La unidad estratégica de todos los sectores y Administraciones en la petición de la Agencia Europea del Medicamento —con otras ciudades en liza— demuestra que hay formas más razonables de hacer las cosas. Una sociedad abierta es una sociedad bien informada. Es dudoso que sea ese el preámbulo proyectado para un referéndum unilateral. Efectismos, gestualidades, inconcreciones, irresponsabilidad extrema y grave incompetencia política conectan a Artur Mas con Carles Puigdemont. La confusión genera pasividad, desconecta y deteriora las formas de interacción social y cívica.

Es probable que acabemos viendo el intento secesionista alejándose en el retrovisor. Incluso es posible que en un futuro no muy lejano ni podamos concebir cómo se llegó a configurar lo que se aleja por el retrovisor. Pero puede suceder también que una concatenación de provocaciones y actos rupturistas empeore las circunstancias actuales. De no ser así, al final las cosas irán regresando a su cauce, es decir a las tensiones concretas, irresolubles en un día, solo conllevables, por accidentado e incómodo que eso sea. Aún así quedarían unos cientos de miles de ciudadanos desafectos a casi todo porque la política secesionista lleva demasiado tiempo entre el todo o nada y eso fatiga.

O retrovisor o faros antiniebla. Al estallar, las burbujas provocan desilusiones incuantificables, tal vez pasajeras por su propia naturaleza. Habrá desperfectos, como hay buena política y mala política. Con la visita de Alfonso XIII a Barcelona en 1902, la Lliga erró al pensar que la ciudad permanecería con las persianas cerradas para manifestar su falta de entusiasmo monárquico. Ocurrió lo contrario porque el pueblo de Barcelona expresó su satisfacción por la presencia del monarca. Entonces la intuición política de Cambó acertó dándole un giro a la situación y expresando ante el Rey las inquietudes de la sociedad catalana. Es decir: el político se adaptaba a la realidad de la sociedad y eso le convertía en su mejor representante. Fue un momento de calidad política catalanista. Por contraste, se hace penoso ver a los diputados del PDeCAT actuando desde sus escaños como si fuesen representantes antisistema. Siendo algunos de ellos parlamentarios muy cualificados, es inaudito que recurran a la pancarta cuando el Rey acude el Congreso de los Diputados a conmemorar los cuarenta años de las elecciones democráticas después de la dictadura. En la Segunda República, el catalanismo republicano se afirmó en las calles de Barcelona al grito de “¡Mori Cambó!”. Un catalanismo contra otro. Ahora es nacionalismo contra autonomismo, independentismo frente a constitucionalismo.

Los errores del secesionismo no pueden atribuirse a toda la sociedad catalana ni la sociedad tiene por qué asumirlos. Por eso, aunque haya quien reclama la aplicación de medidas frontales, lo deseable es que la respuesta del Estado de derecho sea proporcionada, caso por caso y gradual para no sobreactuar al imponer el cumplimiento de la ley. El nacionalismo secesionista ha pasado a ser una especie de régimen político. Incluso —como hizo Artur Mas— se han pedido mayorías indestructibles pero las mayorías no son destructibles ni indestructibles: pertenecen a la voluntad popular, a la decisión de los individuos y no a un arquetipo colectivo de los territorios. Eso significa respetar y fortalecer las instituciones “inclusivas”. Las concebidas por la Constitución de 1978 tienen una complexión estable, perfectible como todo, para modularse y encauzar los conflictos según la ley. A pesar de tanta agitación, al final es lo que cuenta.

Valentí Puig es escritor.

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