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Sin novedad en el frente

El Primavera Club pone de manifiesto la inocencia inofensiva de su remesa de propuestas

Seth Bogar, durante su actuación.
Seth Bogar, durante su actuación.Dani Canto

Cantera de su hermano mayor, el Primavera Club presenta en otoño la posibilidad de ver en sala aquellos artistas que probablemente subirán a los escenarios al aire libre del Primavera Sound de cara ya al buen tiempo. Es así una versión a cubierto que reivindica el club como espacio idóneo para asistir a conciertos, y en su deambular por diversas salas de la ciudad durante sus años de existencia, el Club ha acabado en las dos del Apolo, donde durante el fin de semana los aficionados han podido ver lo que deparará el futuro musical en el terreno indie. Y tras dos días de conciertos, y a falta de ver lo que depararía la última jornada, la respuesta es que no se anuncian nuevos vértigos.

La sensación generalizada tras las actuaciones del Primavera Club de este año es que la mayor parte de la música escuchada resulta inofensiva, canciones tocadas por un intento de recrear una belleza más bien lánguida expuestas sin especial carisma. Porque una cosa es que la música de vueltas sobre sí misma, regurgitando su propio pasado en busca de definir su futuro, y otra es que esta operación tenga lugar sin que en el escenario haya algo que llame la atención, alguien con descaro y atrevimiento para romper con tanto adocenamiento. Quizás Seth Bogart, con su aire cabaretero y procaz, fue quien más cerca estuvo del carisma. Los demás o bien parecían modositas señoritas endomingadas, Rachel Goswell de Minor Victories, o bien émulos de Spandau Ballet, cualquiera de los miembros de Youmi Zouma, o de N’Gai N’Gai, Dan Boeckner, de Operators. Sólo los melenudos, caso de Pauw, trasmitieron algo de fuerza estética, ni que fuese porque el pelo largo desmelenado siempre funciona.

Por lo que hace al sonido el primavera Club permitió revisitar los años setenta, los ochenta y los noventa, pasando por la memoria nombres que van de Joy Division a Gino Vanelli, Steely Dan o The Clash, por citar sólo alguno de los músicos referenciados por los grupos actuales. Difícil encontrar sonoridades excitantes que propongan una reinvención ni que sea divertida, picante u osada de los que el pasado nos ha legado. Sí, River Tiber encajaban alguna canción estimable en su aproximación al soul más sofisticado, pero no pasó de ahí, quedando para el recuerdo su toque sensual de raíz negra. En conjunto pues una cosecha que no parece particularmente excitante y que durante tres días ha ocupado las dos salas de Apolo con un seguimiento aceptable de público.

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