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Las carpetas de la revuelta del Pi

El archivo de la Basílica del Pi muestra por primera vez los documentos que conserva del encierro de inmigrantes de hace 15 años

Cristian Segura
Jordi Sacasas, archivero de la Basílica del Pi.
Jordi Sacasas, archivero de la Basílica del Pi.ALBERT GARCIA

El archivo de la Basílica de Santa María del Pi conserva documentos desde el siglo XI. Hay partituras únicas en el mundo de compositores locales y universales “por las que han mostrado más interés en Oxford que aquí, lamenta Jordi Sacasas, el archivero de la basílica. Sacasas está ahora catalogando los documentos del siglo XIX que conserva la parroquia. Todavía no ha llegado a los 48 días del invierno de 2001 que sacudieron la historia del lugar. Es la primera vez que alguien echa un vistazo a los documentos que guardan de la revuelta de cerca de 350 inmigrantes que aquel año se encerraron en la iglesia en señal de protesta por la ley de Extranjería del gobierno de José María Aznar. Cuatro carpesanos, sin ordenar, que son un viaje en el tiempo y al mismo tiempo una visión que recuerdos en muchos aspectos a la actual crisis de refugiados.

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Rashid Wari Abubakar cree que hoy hay tantos motivos como entonces para una protesta com la de la iglesia del Pi –y la de ocho templos más que se añadieron: “Pero hoy no se reproduce nada igual porque hay más control policial. Se ha intentado en dos ocasiones; la primera fue tres años después del Pi, en la Catedral de Barcelona, y la policía nos desalojó como en las películas, entrando en el templo bajando con cuerdas por la azotea. La segunda fue en la Boquería, pero no conseguimos ni entrar”. Abubakar tiene 42 años y es de Ghana. Vive con su pareja y sus dos hijos. Conoció a su chica en el año 2000, cuando él dormía en la plaza Catalunya con medio centenar de subsaharianos. Ella era una voluntaria que enseñaba castellano a los recién llegados. Aquel grupo de africanos encendieron la revuelta, con asambleas en la plaza y la posterior implicación de lo que sería la asociación Papeles para Todos. De los 48 días que duró el encierro y la huelga de hambre de muchos de ellos –del 20 de enero al 7 de marzo–, Abubakar solo conserva en Barcelona a dos miembros del grupo de ghaneses que llegaron a Cataluña procedentes del Centro de Internamiento de Extranjeros de Fuerteventura –llegaron a Canarias en patera, desde Marruecos–, el resto han marchado a otros países europeos o han vuelto a Ghana. El último ghanés de aquel grupo inicial que ha marchado, volvió a Ghana hace menos de un año porque lo habían desahuciado y vivía en la calle, explica Abubakar. Él también volverá a Ghana, dice, cuando sea viejo: “No cobraré ninguna pensión y no quiero acabar en un centro de asistencia social, están llenos”.

Abubakar está en el paro, atiende cursos formativos de la Generalitat. Lidera la ONG Cehda, que asiste a ghaneses que aterrizan en España y explica en su país la realidad de Europa. También es el cantante del grupo Barcelona Ghana Revolution, música fusión que suena genial, aunque “ahora con la crisis no nos salen muchos bolos”, dice Abubakar. “Vivir aquí es una lucha contínua”admite. Los acuerdos en marzo de 2001 con la Delegación del Gobierno para que los manifestantes abandonaran el encierro sirvieron para que Abubakar tuviera el permiso de residencia; 15 años después, todavía pelea con la burocracia para obtener la nacionalidad española. 

Testimonios perdidos

Quiero entrevistar a más veteranos del Pi que vivan en España. Abubakar me sugiere contactar con Papeles para Todos, que desde aquel enero de 2001 encabezan la activista Norma Falconi y su marido Enrique. Enrique solo me puede facilitar el número de teléfono de dos personas, pero los números no están actualizados. La comunidad pakistaní era mayoritaria en la Basílica del Pi –eran cerca del 60% de los encerrados, según Sacasas–, pese a ello, la Asociación de Trabajadores Pakistaníes de Barcelona asegura que quien tiene los contactos es Papeles para todos. La Fundación Ibn Battuta tuvo un papel clave durante las protestas de 2001 atendiendo a manifestantes marroquíes y musulmanes. Mohamed Chaib, presidente de la entidad, lamenta que no conservan ningún contacto de entonces.

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Encierro en huelga de hambre de inmigrantes en situación ilegal en la Basílica del Pi en 2001.
Encierro en huelga de hambre de inmigrantes en situación ilegal en la Basílica del Pi en 2001.CARLES RIBAS

Para acceder al archivo de la Basílica del Pi hay que subir por una estrecha escalera de caracol que lleva a la última planta del templo. El archivo ha sido rehabilitado y reabierto al público este 2016 bajo la dirección del párroco actual, Gaietà de Casacuberta, otro veterano del encierro de 2001. Justo encima del archivo estaban las cisternas de agua que reventaron después de que el consumo se disparara con la llegada de más y más inmigrantes. El archivo se salvó in extremis. Las cuentas de la parroquia de 2001 indican que Aguas de Barcelona tuvo que multiplicar por diez la potencia de agua que recibía la iglesia. Las obras para habilitar el Pi para los manifestantes costaron 1,01 millones de pesetas –6.060 euros–.

Sacasas fue uno de los empleados del tempo que estuvieron en todo momento al lado del párroco Josep Maria Vidal. Sacasas tampoco mantiene ningún contacto con los manifestantes, era Vidal quien mantenía la relación. Venían a saludarle, sobre todo los pakistaníes. “Los pakistaníes eran los que tenían más respeto por la iglesia, los que entendían mejor que era un lugar sagrado; había organizaciones que no lo tenían tan presente”, dice Sacasas. Al entierro de Vidal, en 2003, volvieron muchos de los que encontraron cobijo en el Pi. Sacasas destaca que esta basílica tiene una larga tradición de puertas abiertas a los desfavorecidos, y se remonta al sitio de Barcelona en 1714, cuando allí se refugiaron muchos de los que huían de la guerra. También es conocida la protección que Vidal dio durante la dictadura franquista a los miembros fundadores de Comisiones Obreras.

En uno de los archivadores, el más interesante de los cuatro, se conservan dos folios con una lista de incidencias, un centenar personas no llenaron adecuadamente unos cuestionarios o que su situación legal era extrema. De la lista llama la atención que había más mujeres implicadas de lo que podía parecer repasando las noticias de la época, sobre todo latinoamericanas y de la Europa del Este. Uno de los nombres que aparece es el de un joven de Ucrania que todavía hoy reside en Barcelona tras haber cursado estudios de ingeniería aeronáutica. Esta persona no ha respondido a la petición de entrevista de este periódico. Hay un archivador que recopila recortes de prensa. Una decena de entrevistados por los medios entonces continúan viviendo en Cataluña, entre Barcelona, Badalona y Tarragona, pero o bien no han contestado a la solicitud de EL PAÍS para ser entrevistados o han cambiado de domicilio.

Sacasas no menciona a los ciudadanos del Este. Tampoco recuerda que hubiera chinos o filipinos en el encierro: insiste que la mayoría y los mejor organizados eran los pakistaníes, y que los subsaharianos “eran los que estaban más perdido y que dependían más de las ONG”. Las carpetas del Pi guardan algunos carteles escritos con rotulador, en urdu o árabe, que comunicaban las normas que se debían seguir. También hay trípticos que convocaban a la ciudadanía para movilizaciones o una nota de una “misa interreligiosa” que se celebró el 11 de marzo, cuatro días después que finalizara el encierro.

771 personas atendidas por Cruz Roja

Entre los documentos que se conservan en el Pi hay un informe de Cruz Roja con las cifras de su actuación durante el encierro en todas las iglesias de Barcelona que se sumaron a la protesta: “771 personas diferentes atendidas. 675 historiales clínicos abiertos. 1.966 asistencias. 60 evacuaciones. 380 pruebas de detección de tuberculosis PPD. 273 personas trasladadas para realizar radiografías. 238 voluntarios y personas de Cruz Roja. 118 facultativos voluntarios. 5.810 horas de trabajo”. También se guarda el informe de una inspección sanitaria del Ayuntamiento en el Pi que solo reporta algunos brotes de piojos.

Muchos documentos son cartas de apoyo a Vidal. Una religiosa de las Hermanas de la Asunción le envía un talón de 75.000 pesetas –450 euros– “para el fondo de inmigrantes” que abrió la parroquia; un joven musulmán explica a Vidal que Cataluña tendrá un presidente musulmán en 2050, y que por entonces, la catedral será una mezquita. Más interesantes son los comunicados internos de la Diócesis de Barcelona en los que se invita a sus parroquias a acoger inmigrantes si estos lo solicitan. Hay faxes de la Delegación del Gobierno respondiendo a Papeles para Todos sobre el seguimiento de los acuerdos con el ministerio del Interior.

El texto más significativo son las ocho páginas de apuntes escritos a mano por Vidal en los que esquematizaba su visión de lo que sucedió durante los 38 días de la revuelta: cómo fue la convivencia, qué autoridades religiosas eran más partidarias de la protesta o cómo se pudo solucionar la situación. Es un escrito que debía servir para un trabajo más extenso, un trabajo que quizá encontrará Sacasas cuando llegue el momento de catalogar el legado del siglo XXI del Pi.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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