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Macron y los antisistema

¿Un antisistema del sistema para reforzarlo? La experiencia española con los antisistema ya incorporados al sistema obliga a preguntare si su presencia es suficiente para reformarlo

Josep Ramoneda

La democracia en Europa está estancada. Por mucho que los poderes establecidos se nieguen a aceptarlo hay sensación de que estamos apurando un sistema agotado. Personajes como Barroso o Juncker se han convertido en iconos de una destructiva promiscuidad entre política y dinero. El excanciller alemán Schroeder, hoy en Gazprom, o el inefable Tony Blair, símbolos de la pérdida de rumbo de la socialdemocracia, hablan por sí solos de las peripecias de un sistema en deterioro entre el asalto al poder de los expertos, la ruptura del vínculo representativo, la pérdida de poder ciudadano y la falta de expectativas que sumen. Autoritarismo postdemocrático, posdemocracia, cultura de la indiferencia, son expresiones para indicar que la democracia necesita reactivarse si no quiere ver sus días contados. Crisis de representación y bloqueo del sistema son discursos recurrentes.

En este contexto de insatisfacción se multiplican los movimientos destinados a introducir cuñas en los instalados sistemas de poder. Podríamos encuadrarlos en dos tipos: la fuga o ruptura respecto de los marcos territoriales y sociales (como el Brexit inglés, las tentaciones rupturistas holandesas o los movimientos independentistas escocés y catalán); y la aparición de proyectos políticos resucitados del pasado o surgidos de los nuevos conflictos: retorno de ideas y propuestas que habían sido desplazadas a los márgenes (especialmente desde la extrema derecha), aparición de movimientos antisistema de perfiles políticos imprecisos, ya sea desde la apelación al barullo (como las 5 Stelle italianas) o desde la confrontación entre el pueblo y las élites (como en el originario proyecto de Podemos), o proyectos construidos sobre la filosofía de lo común a partir de los movimientos sociales.

En plena emergencia de estas tentativas, acaba de surgir en Francia, donde la contestación de los partidos del régimen parecía exclusiva de la extrema derecha, un insólito movimiento antisistema surgido del corazón del propio sistema y sin apearse de él. Emmanuel Macron, 38 años, enarca, es decir, fruto del aparato genuino de formación de cuadros para la República, ministro de Economía del gobierno actual, después de constatar que “nuestro sistema y nuestras instituciones no están a la altura de los franceses” y de haber “comprobado hasta qué punto el sistema no quiere cambiar”, sin bajarse del cargo, ha movilizado a miles de ciudadanos con el objetivo de alcanzar la presidencia de la República, sin el apoyo de ningún partido político.

Como es habitual en la derecha y últimamente también en la izquierda, su punto de partida es el rechazo por obsoleta de la distinción derecha/izquierda. Pero él no la sustituye por la apelación al pueblo frente a los élites, sino a los ciudadanos que quieren el progreso contra los inmovilistas. La política es así, todos dan por superadas las contraposiciones clásicas, pero la sustituyen por un juego binario tan viejo como el que niegan. ¿O acaso hay algún momento en la historia en que no se haya evocado la oposición entre antiguos y modernos?

Un antisistema de centro, esta es la contradicción que nos aporta Macron, cuando es lugar común entre las élites decir que en el centro está el equilibrio del sistema. Macron señala a los partidos como obstáculo sin que sepamos en que se diferencia de ellos su movimiento. Y su revuelta contra el sistema empieza con un solo objetivo: asaltar la pieza angular de este sistema, la presidencia de la República. Lo que inevitablemente suena a despotismo ilustrado, el gran hombre al que la ciudadanía lleva a la cumbre para reformar el sistema desde arriba. En cualquier caso, Macron es hoy uno de los políticos más populares de Francia (sólo Juppé está a su nivel de reputación) e independientemente de a dónde llegue su aventura, contribuye a avivar la necesidad de afrontar las deficiencias de una política que no se ha ajustado a las nuevas escisiones sociales.

Macron, ¿un antisistema del sistema para reforzarlo? En cualquier caso, la experiencia española, con los antisistema ya incorporados al sistema obliga a preguntare si su presencia es suficiente para reformarlo. Nuestras democracias necesitan ser restauradas. Y como dice Pierre Rosanvallon, su restauración “no es sólo una cuestión procedimental, no es sólo la designación de los representantes, es la manera como ellos conducen la acción política bajo la mirada vigilante del público”. Y eso significa empoderar a la ciudadanía.

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