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La crónica
Crónica
Texto informativo con interpretación

El peligro de una ‘aventis’

Dos niños, que hace cinco meses solo tenían cuatro años, recorrieron el centro de Barcelona, solos

Rebeca Carranco
Puerta del colegio Àngel Baixeras, de donde el jueves se escaparon dos niños de cinco años.
Puerta del colegio Àngel Baixeras, de donde el jueves se escaparon dos niños de cinco años.Albert Garcia

Una puerta abierta es lo primero que se necesita para poder salir. A partir de ahí, los dos niños de cinco años recién cumplidos que se escaparon del colegio Àngel Baixeras de Barcelona solo tuvieron que echarse a andar. Una pareja, él y ella, con un objetivo claro: coger el tren. Para ello cruzaron el centro de la ciudad, solos, y seguramente sin cogerse de la mano, que en esa época los novios no están bien vistos y los amigos no se dan la mano.

En su ruta desde la calle de Ataülf (muy cerca del Paseo de Colón) hasta la plaza de Catalunya, lo más probable es que tuviesen que esquivar a un grupo de guiris bebiendo, brindando y jaleando a uno de ellos para que se acabase la cerveza a santhilari. En la plaza del Ayuntamiento, quizá se cruzaron con algún coche de la Guardia Urbana que no alcanzó a verlos, o con repartidores estresados de DHL que sin saberlo casi les arrollan.

Con las manos cerca, pero sin tocarse, que esa edad a los niños les dan un poco de miedo las niñas, seguramente siguieron subiendo por las calles que él cada día recorre con su madre, cuando le recoge por la tarde. Probablemente esquivaron las maletas de los turistas, algunos de camino del claustro de la catedral de Barcelona, vigilado por 13 ocas blancas (¿alguien las ha visto alguna vez?) porque dicen que graznan como unas locas si alguien se acerca. Enfrente, quizá ignoraron la pelea de dos buscavidas, lanzando puñetazos flácidos al aire.

Quizá ya con la música de su aventis en la cabeza (esas aventuras imaginarias que se cuentan los niños en las obras de Marsé), llegaron a otra gran plaza, la de la Catedral, donde estos días se hace el mercado de la Primavera, con cosas tan poco interesantes a ojos de un niño como cerámicas o platería. En cambio, seguro que no se les escapó, allí a lo lejos, el señor de las pompas de jabón, o el otro señor, bastante más raro y atractivo: el hombre sin cabeza. Un tipo con una camisa lila abotonada hasta el cogote, y una americana de felpa, con 24 grados de temperatura a la sombra.

Pero vivir una aventura implica renunciar a otras. Así que los dos niños, que hace cinco meses solo tenían cuatro años, siguieron recorriendo el centro de Barcelona, solos. Quizá de camino ni viesen a dos señoras tocando “el mágico sonido del címbalo”, que dicho suena peor de lo que es en realidad como instrumento musical. Seguramente, bueno, segurísimo, la patrulla de los Mossos d’Esquadra que suele estar en el portal de l’Àngel no los vio caminar, juntos, uno al lado del otro. Ellos posiblemente sí que se fijaron en la tienda de chuches Happy Pills, pero sin dinero y con prisa, hay que seguir. Se habían escapado de la hora del patio de su colegio, donde se quedan a comer normalmente, para llegar a casa de él, en Valldoreix, adonde quería llevar a su amiga.

En el camino, por la calle más comercial y cara de Barcelona, se cruzaron también con una furgoneta de limpieza, casi seguro. Y con turistas, jovencitas haciéndose selfies, japonesas con gorros de color rosa... Pero todos ellos siguieron ajenos a los niños, y los niños ajenos a todos ellos, metidos en su aventis. Cruzaron el paso de peatones, bordearon la plaza de Cataluña, dejaron la cafetería del Zurich a sus espaldas (donde están muy enfadados porque les quieren recortar la terraza) y se zambulleron en las entrañas del suburbano donde, según la leyenda, viven las Tortuga Ninja.

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Allí resulta imposible comprender cómo, pero cruzaron la entrada de los Ferrocarriles Catalanes, que no tiene torno, sino dos puertas correderas y automáticas. Quizá con cinco años (casi cuatro) aún se cabe por debajo. Habían salido del colegio a las 13.30. La ruta que siguieron no está clara, pero pasadas las 14 ya estaban sentados en los Ferrocarriles, seguramente uno enfrente del otro, ya sea en el S1, el S2, el S5 o el S55. Los dos con los nervios perennes de un niño que sale del cole y llega a casa, pero sin un adulto diciéndole que esté tranquilo, como si eso fuese posible cuando eres un niño; como si estar tranquilo fuese una virtud.

Pero a los 10 minutos del recorrido, alguien llamó al 112. Fue el principio del fin: “Hay dos niños muy pequeños solos en los Ferrocarriles”. Paralelamente, los maestros del colegio se habían dado cuenta de que se habían escapado y les buscaban muy preocupados. Al llegar a Valldoreix, a las 14.45, tras un recorrido a pie y en tren de más de una hora, unos mossos les esperaban para llevarlos a comisaría, hasta que les recogiesen sus padres. La quiosquera que hay en la pequeña plaza de delante de la estación les vio sentados en un banco, juntos, de espaldas. Hablaban con los policías. Quizá les contaban su peligrosa aventis.

Los padres están enfadadísimos. En el sueño, una aventis pasa siempre en verano, luce el sol y todo sale bien. La realidad es mucho menos bucólica. La aventis podría haber acabado en un atropello, en un niño perdido o en algo mucho peor... Uno de los padres ha denunciado a la escuela a los Mossos por el descuido. Ahora la policía catalana deberá investigar qué pasó. Una investigación, esta sí, que valdrá la pena. Las aventis, como otras muchas cosas, son mejores si se quedan solo en nuestra imaginación.

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Sobre la firma

Rebeca Carranco
Reportera especializada en temas de seguridad y sucesos. Ha trabajado en las redacciones de Madrid, Málaga y Girona, y actualmente desempeña su trabajo en Barcelona. Como colaboradora, ha contado con secciones en la SER, TV3 y en Catalunya Ràdio. Ha sido premiada por la Asociación de Dones Periodistes por su tratamiento de la violencia machista.

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