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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La repesca

Si el objetivo es abordar reformas de calado, habrá que tener muy en cuenta que éstas no son posibles sin la confluencia de los partidos mayoritarios

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Los políticos tienen que volverse a examinar. En la primera vuelta han suspendido todos. Décimas arriba, décimas abajo, ningún partido merece el aprobado. Si las nuevas elecciones, como todos auguran, dan un resultado parecido a las últimas, los candidatos tienen que ponerse a estudiar intensamente para aprender a negociar, corregir los errores cometidos y evitar un nuevo fracaso.

Lo primera idea a corregir sería la de que la obligación prioritaria de un político es legitimarse ante sus votantes. Si éstos, los votantes de cualquiera de los partidos en liza, ya no son suficientes para configurar una nueva mayoría absoluta, no tiene sentido que los electos sigan pensando en ellos. Deben desviar la mirada hacia el interés general. La democracia es un valor incuestionable, pero tiene sus defectos. Los vio magistralmente Tocqueville al constatar que la democracia consistía en sustituir el dominio de las minorías por el de las mayorías, lo cual complicaba las cosas en lugar de allanarlas.

Es difícil, por no decir imposible, saber lo que quiere “la gente”, porque ésta se compone de individuos cuyas preferencias no son sumables. Mientras eran sólo dos las fuerzas políticas que se iban alternando en el poder era más sencillo interpretar lo que la mayoría quería. Pero eso es agua pasada. Ahora al votante se le ofrece un abanico de posibilidades diverso y duda más a quién votar en cada contienda. Los políticos se encuentran ante un rompecabezas que exige dos cosas: imaginación y ganas de entenderse.

No sabemos si los políticos serán capaces de hacer lo que ellos mismos dicen que deben hacer. A saber, no enzarzarse en disputas sobre quien es más culpable ni plantear de entrada vetos que excluyan a uno u otro de posibles pactos. En principio, todo debería estar abierto en función de lo que se persigue. Si el objetivo es abordar reformas de calado, habrá que tener muy en cuenta que éstas no son posibles sin la confluencia de todos los partidos mayoritarios. Es absurdo prometer una reforma a fondo de la estructura territorial del Estado, de la ley electoral, del modelo educativo, de la administración pública o del modelo tributario, por citar sólo algunos ejemplos, sin contar de antemano con el consentimiento de la mayoría de grupos políticos, que asegure que las reformas propuestas serán aprobadas por las dos cámaras. Negociar es el esfuerzo de construir el mínimo común denominador para la reforma a emprender. Ello implica renunciar a vetos y líneas rojas como una cuestión de principio. Las grandes reformas sólo son viables desde la moderación, lo que supone muchas veces sacrificar precisamente aquello que atrae al electorado como rasgo diferencial de las distintas fuerzas políticas.

Al votante se le ofrece un abanico de posibilidades diverso y duda más a quién votar. Los políticos se encuentran ante un rompecabezas que exige dos cosas: imaginación y ganas de entenderse.
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Otra opción es abandonar las grandes reformas y configurar un gobierno minoritario que gestione el día a día con buen tino y habilidad. Esa opción no es moderada sino cobarde, más cercana al inmovilismo y dejar hacer, que a un cambio que pueda ser percibido como tal. En cualquier caso, una vez hechas las nuevas elecciones, son las fuerzas más votadas las responsables de formar gobierno. Estamos en una democracia representativa, no asamblearia.

La ponderación del voto de la ciudadanía es importante en el nuevo examen electoral. Ahora conocemos, además de los programas de cada partido, la disposición o entorpecimiento mostrados por cada uno de ellos ante intentos de acuerdo. Pero sobre todo será decisivo el papel que jueguen los medios de comunicación. El reproche de que la agenda de los políticos la determinan los periodistas no es una falsedad. Es así hasta el punto de que los candidatos piensan y hablan más para los medios que para el resto de la ciudadanía. Lo cual lo distorsiona todo cuando el medio cede a la tentación de mostrar el enfrentamiento y no lo que lleva a la conciliación entre las partes. Los medios deberían hacer oídos sordos y dejar de potenciar las confrontaciones para forzar a los candidatos a discutir pactos en torno a reformas bien explicadas, con una cierta concreción y con argumentos. En una democracia no se puede excluir al otro por principio. Siempre es posible buscar y encontrar algo que una y propicie un punto de partida común.

En los ámbitos docentes la repesca es el intento de salvar al alumno suspendido con un segundo examen. Nuestro sistema electoral no tiene previstas las segundas vueltas, pero sería una buena idea, más eficaz que otra cosa cuando falta el hábito negociador. Que los partidos fueran capaces de pactar una reforma electoral que corrigiera todos los defectos del actual modelo bastaría para justificar una nueva legislatura.

Victòria Camps es filósofa.

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