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Crónica
Texto informativo con interpretación

Sin rumbo ni destino

La animosidad contra Cataluña contribuye a crear un ambiente propicio a la ruptura. El problema no es Cataluña, sino España, que no es capaz de proponer un proyecto atractivo para todos

La España de charanga y pandereta”, como escribió Antonio Machado, ha llegado a la Academia muy real y española, la RAE, de la mano de dos escritores, el receptor, Mario Vargas Llosa y el recién llegado, Félix de Azúa. Buenos literatos, discutibles ensayistas y profesionales del españolismo ancien régime. Afirmar los valores de un país es muy aceptable, pero hacerlo con menosprecio y rabia hacia la gente que no se siente miembro del mismo país no es propio del talante liberal del que presumen. Más bien forma parte de la “España inferior…, esa España que ora y embiste cuando se digna de usar la cabeza”. Machado es mucho más moderno.

Cuando los señores académicos se explayaban encantados con su show, un servidor estaba en México, por razones académicas más discretas. Al regresar y revisar la prensa de las semanas anteriores me sorprendió que un acto de ingreso en la Real Academia sirviera para una nueva cruzada contra un país pacífico como Catalunya, en la que la gran mayoría de la ciudadanía simplemente reclama que se la consulte. Así sabremos si hay o no una voluntad colectiva de independencia.

Muchos españoles, por razones más o menos dignas, no quieren o no conciben una Catalunya independiente. Un intelectual castellano declaró que “es probable que los catalanes no sean españoles, pero no entienden que Cataluña es de España”. También los hay que aprecian convivir con los catalanes, no desean que se separen pero reconocen que es su derecho expresar si lo quieren o no. Lo que resulta incomprensible es la agresividad a lo catalán por parte de responsables políticos, como vienen haciendo los del partido gobernante desde hace años o la demagogia que exhibe la líder socialista andaluza. La supuesta fractura de la convivencia en Cataluña no se respira ni por asomo, tampoco en los barrios de las ciudades donde el catalán se mezcla con el castellano.

En el acto solemne celebrado en la Real Academia y en otras ocasiones recientes, los dos protagonistas contribuyen con su animadversión a crear un ambiente que puede acabar con una ruptura que aún ahora es perfectamente evitable. El premio Nobel no duda en considerar el nacionalismo catalán contrario a los derechos humanos y lo asimila al nazismo, al terrorismo y al fanatismo. Lo califica de “ficción maligna, irracional y tribal”, que se alimenta de “mentiras, falsedades y resentimientos”.

El nuevo académico, por su parte, declara invivibles a Catalunya y el País Vasco pues, sostiene, “vives rodeados de canallas o de gente que simula que no los ve”. Considera que “la educación en Cataluña consiste en enseñar el odio a España y lo español”. Y recupera su vena poética cuando amalgama separatismo, comunismo, totalitarismo, drogas, comunas, mayo del 68 y olé. Tampoco desaprovecha para menospreciar a dos líderes políticos jóvenes que se han ganado a pulso la popularidad. A Pablo Iglesias lo califica de “ignorante”, no se sabe por qué pues aparece como un brillante intelectual en comparación con sus adversarios políticos. Y tratar a Ada Colau de “pobre mujer” es de pésimo mal gusto además de solemne tontería. Lo último que se me ocurriría es considerarla “pobre mujer”. Lo que ha conseguido Colau es empoderar a muchas mujeres y hombres. Y no son independentistas, aunque tal como van las cosas, acabaremos siéndolo todos. Incluso los españoles querrán marcharse de España, o de su Estado.

El problema no es Catalunya, es España, un Estado que nació antes de que fuera nación y que tampoco supo integrarla a lo largo de tres siglos. Es una nación a medias en la que conviven pueblos y naciones. Existe un pueblo catalán que ha salido a la calle y que ha demostrado ser una nación en la que tres cuartas partes de la ciudadanía exigen el derecho a decidir. Los movimientos sociales y nuevos actores políticos surgidos en las diversas tierras de la península no son fuerzas disgregadoras. Son el modelo de Estado y la incompetencia y arrogancia de la clase política dominante los que nos han llevado a una no deseable disgregación. Su españolismo patriotero, anacrónico y presuntuoso no posee un proyecto nacional, ni para dentro ni para fuera. Son incapaces de marcar un rumbo, por incompetentes y por no tener otro destino que sobrevivir en las olas del presupuesto. Si no son capaces de proponer nada a Catalunya es que no tienen nada que proponer a nadie.

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Jordi Borja es urbanista.

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