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Crónica
Texto informativo con interpretación

Al pleno con palomitas

Nadie sabía que Puigdemont era un presidenciable, como tampoco sabía nadie que Ballesta, el número 19 de CiU en Girona, podía ser alcalde

Cristian Segura

Albert Ballesta fue nombrado ayer alcalde de Girona por segunda vez en cuatro días. El nuevo jefe del Gobierno municipal se lo pasaba en grande sentado en la bancada de invitados; reía y saludaba a las cámaras mientras esperaba a que le llegara el turno para ser nombrado concejal y luego, alcalde. Se tuvo que repetir la votación y el ceremonial del pasado viernes porque Ballesta olvidó prometer el cargo. Lo primero que hizo ayer tras asumir la alcaldía fue “reivindicar el derecho como persona a equivocarme”. Suerte que lo reivindicó como persona y no como mamífero porque quizá habría dado pie a repetir una segunda vez lo que toda la oposición, salvo ERC, calificó de “ridículo”.

El procés tiene algo de circo. En la sala de plenos, en las filas de los ciudadanos asistentes, cuatro jóvenes seguían la investidura comiendo palomitas. “Es un gesto simbólico para denunciar que el pleno de Girona se ha convertido en un circo. He dejado de creer en la meritocracia”, aseguró uno de los zampa-palomitas, Xavier Villarreal, representante del partido alternativo Compromís amb Girona —700 votos en las municipales de 2015—. El sainete empezó cuando Carles Puigdemont dimitió a principios de enero para ser ungido por Artur Mas como presidente de la Generalitat.

Nadie sabía que Puigdemont era un presidenciable, como tampoco sabía nadie que Ballesta, el número 19 de CiU en Girona, podía ser alcalde. Para serlo, los ocho candidatos que le precedían en la lista tuvieron que renunciar a ser concejales. Ninguno de los ocho asistió al pleno. Tampoco aplaudieron los concejales del Gobierno municipal cuando Ballesta prometió el cargo. “Creo que es la primera vez en la historia de Cataluña que un alcalde asume el cargo y nadie le aplaude”, aseguró Xavier Corominas, quien fue alcalde de Salt. Corominas, que estaba sentado detrás de Ballesta en la zona de invitados, aprovechaba para promover antes las televisiones su asociación de usuarios de la bicicleta.

El sainete provocó una atención inusual de los medios, pero no de la ciudadanía. Los vecinos de Girona consultados para esta crónica preferían no opinar o mantenerse en el anonimato. A modo de ejemplo, el propietario del histórico Colmado Moriscot excusó su participación “porque si digo lo que opino, igual me meten en prisión”. Todos los interrogados, incluso los jubilados que se personaron en la sala de plenos, admitían que hasta el viernes no tenían ni idea de quién era Ballesta.

El alcalde se estrenó presidiendo el pleno ordinario de enero. Estuvo a la altura del evento, sin equivocarse en ningún momento. Ballesta parecía especialmente satisfecho con la moción de ERC y CUP para que el Ayuntamiento se oponga al Plan Hidrológico del Ebro. Asentía con la cabeza, sobre todo cuando la CUP apuntó que el tema del Ebro era un conflicto entre dos Estados. Concepció Veray, del PP, era la concejal que hacía reír más a Ballesta y a sus acólitos: “Es que, señor alcalde, el otro día vino aquí tan emocionado con lo de la AMI que nos convertimos en el hazmerreír de Cataluña. El problema es que ustedes aplauden al presidente Puigdemont hasta con las orejas”.

El pleno acabó aprobando desvincularse de la Fundación Princesa de Girona, en consonancia con todos los gestos que se le presuponen al procés. Mientras se desarrollaba el debate me fijé en la placa que hay en la sala de plenos dedicada “al invicto General Prim, héroe de Castillejos y Tetuán. Celoso guardador de la honra de España en Méjico. Defensor constante de los derechos y franquicias populares”. La inscripción lleva ahí desde 1870. A ver cuánto dura.

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Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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