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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

A propósito de Ellsworth

Fue uno de los escultores que cedió obras de gran formato a Barcelona a mediados de los años ochenta

Escultura del artista Ellsworth Kelly en la Plaza General Moragas del barrio de la Sagrera.
Escultura del artista Ellsworth Kelly en la Plaza General Moragas del barrio de la Sagrera.Massimiliano Minocri

La reciente muerte de Ellsworth Kelly, escultor norteamericano que tiene una obra destacada en Barcelona, apenas ha tenido repercusión en nuestra ciudad. Es, quizás, un signo de los tiempos. El hecho es que el suceso ha merecido una escasa atención de los medios —en realidad, de uno solo de los grandes diarios— y ni la más mínima reacción de las autoridades municipales.

Kelly es uno de los escultores, en su mayoría norteamericanos, que cedieron gratuitamente obras de gran formato a Barcelona en la segunda mitad de la década de los ochenta cuando la ciudad estaba prácticamente patas arriba preparándose para la gran oportunidad olímpica.

La obra de Kelly se instaló en La Sagrera, en la plaza del General Moragues, junto al puente de Bac de Roda.Formaba parte de un programa de arte público imaginativo y ambicioso que coordinó Josep Anton Acebillo como director de Proyectos Urbanos del Ayuntamiento y que impulsaban desde Nueva York el galerista Joe Helman y el escultor Xavier Corberó.

Se trata de un programa que sobrecoge si lo medimos desde las modestas coordenadas de la actual aspiración cultural barcelonesa. Integraba nada menos que figuras como Roy Lichtenstein, junto a Warhol uno de los más destacados representantes del Pop Art, Claes Oldenburg/Coojse Van Bruggen, Beverly Pepper, Richard Serra, Bryan Hunt o el británico Anthony Caro, todos ellos referencias mundiales de primera fila.

Eran unos años en que el alcalde de Barcelona era recibido como un personaje internacional en el MOMA, el Whitney Museum o en las recepciones de los galeristas más prominentes de Nueva York. Pero tan relevante es evocar la influencia que Barcelona llegó a tener en el mundo, en este caso en el universo artístico norteamericano, como dejar escrito que esa operación, como tantas otras en una gran diversidad de terrenos, era esencialmente un instrumento para la aplicación de unas determinadas políticas urbanas.

Monumentalización de la periferia, la consigna-slogan de Oriol Bohigas, implicaba, además, la dotación de los mismos niveles de calidad urbana en todos los barrios de la ciudad. En este marco, esa inserción de piezas potentes de gran dimensión era una herramienta más para la promoción de la metástasis positiva de la que también hablaba el arquitecto, es decir, el estímulo de gestos de emulación o mimetismo en el tejido urbano no central.

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Es significativa la disposición territorial de les esculturas a las que nos estamos refiriendo: la entrada de la Barceloneta (Correos) en el caso de Barcelona Head de Liechtenstein, la Plaça de la Palmera, en la Verneda para Richard Serra, Beverly Pepper en el Parc de l'Estació del Nord, Claes Oldenburg junto al Pavelló de la República, en Vall d’Hebron, Bryan Hunt en el Parc de Sant Martí, Kelly en La Sagrera, y Anthony Caro, excepcionalmente, en el campus de la UAB.

Es una disposición territorial que ilustra perfectamente sobre la orientación equilibradora de una política.

Se trataba de extender calidad urbana, de dar a conocer la ciudad en todo el mundo y de identificar y seleccionar unos interlocutores internacionales que comprendieran la nueva Barcelona y se convirtieran en sus propagadores. Eran políticas que respondían a una estrategia, al objetivo de promover equilibrio urbano, cohesión ciudadana y promoción internacional.

No hace muchas semanas, en su discurso de recepción de la Medalla d’Or al Mèrit Esportiu, el ex regidor Enric Truñó recordaba a los amigos que llenaban el Saló de Cent y muy especialmente a los integrantes del actual Gobierno de la ciudad que la inversión en la promoción de la práctica deportiva se había hecho también con un propósito igualador y de mejora de las condiciones de vida de los habitantes de todos los barrios de Barcelona.

En definitiva, se trataba de políticas que, además de proyectar la ciudad en el mundo, se basaban en la convicción de que un territorio más comprensible y mejor cohesionado tenía unos beneficios directos para sus habitantes en términos de bienestar, autoestima, calidad de vida y capacidad creativa. Y, en definitiva, en la apuesta por una visión no excluyente de las políticas urbanas y sus objetivos que se proponía aunar las necesidades expresadas por los ciudadanos con la permanente aspiración de Barcelona a tener un lugar protagonista en el mundo.

Nada explica mejor la realidad de esa conjunción que el asombro de Richard Serra, abrumado, porque era la primera vez que una masiva concentración de vecinos le había aplaudido como a una celebridad. Fue en la inauguración de su obra El Mur en la Plaça de la Palmera, de la Verneda.

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