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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El silencio de París

Como dice Bauman, la ciudad es el lugar donde puede disolverse la hipotética guerra de civilizaciones. Es un laboratorio para el arte de convivir con la diferencia

París es una ciudad silenciosa. La vida en sus calles, restaurantes y metros transmite una calma impropia de una gran metrópolis. Con la ayuda de un clima adverso, y a diferencia de ciudades bulliciosas como Barcelona, París invita al recogimiento, la reflexión y la nostalgia. Su serenidad y elegancia son el reflejo de una ciudad segura de sí misma que se sabe portadora de los valores de una civilización. París es una ciudad orgullosa de su contribución a la historia mundial de la filosofía, el arte y la cultura.

Con la apuesta decidida de un Estado en mayúsculas, el nivel cultural y educativo de la ciudad sigue siendo envidiable. El cartesianismo francés marca el pulso de una sociedad que lo somete todo al juicio de la razón. El espíritu crítico y el inconformismo, tan importantes en democracia, tienen en Francia una traducción en el lenguaje. Avoir le droit, en francés, es una expresión muy común que sirve para reivindicar desde el gesto más cotidiano en una boulangerie hasta el derecho político más fundamental.

Esta cultura del tener derecho está muy arraigada. A veces, la reivindicación permanente convierte París en una ciudad enfadada. La queja constante, cuando se apoya en una retórica vacía y circular, puede alcanzar en Francia extremos patológicos que, lejos de tener capacidad transformadora, acaba llevando el país a la parálisis. Y, sin embargo, la consciencia de que los derechos se ganan cada día tiene en París un peso simbólico muy importante. La Revolución Francesa representa la conquista de los derechos sociales y políticos en Europa. En diálogo con instituciones democráticas bien arraigadas, los franceses siguen defendiendo la democracia en las calles. Las cifras son remarcables: en París se celebra de media una manifestación diaria todos los días del año.

En el comunicado de reivindicación de los atentados, el Estado Islámico justificaba los ataques a París por ser la “capital de la prostitución y del vicio”

Este derecho tan básico, este rasgo tan fundamental de la cultura francesa, es el que ha quedado suspendido tras los terribles atentados del pasado 13 de noviembre. La prohibición de manifestarse se ha alargado hasta finales de mes como medida de seguridad preventiva ante la cumbre del clima, en el marco del estado de emergencia decretado por el presidente Hollande. Extraño silencio impuesto en las calles de París, en unos días en los que se juega el difícil equilibrio entre los valores de seguridad y libertad.

En el comunicado de reivindicación de los atentados, el Estado Islámico justificaba los ataques a París por ser la “capital de la prostitución y del vicio”. Si es que hubiera alguna razón, París fue atacada pues por lo que representa. Como en el caso de Charlie Hebdo, también aquí el objetivo era simbólico. Se atacaba la libertad, la mezcla y los jóvenes de las ciudades europeas. Los atentados yihadistas posteriores en Mali, Nigeria y Camerún confirman el sinsentido de un terrorismo que no apunta exclusivamente a Occidente, pero los atentados de París demuestran que, como en tantos casos en la historia, la ciudad era objetivo y no simplemente campo de batalla.

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Y, sin embargo, como dice Zygmunt Bauman, la ciudad es el lugar donde puede disolverse la hipotética guerra de civilizaciones. Es un laboratorio en el que se aprende y se practica el arte de convivir con la diferencia. En ella, las categorías abstractas de civilizaciones extranjeras se convierten en seres humanos individuales con los que interactuamos diariamente: el taxista, el vecino, el padre de la escuela, el vendedor de flores, el compañero de trabajo o el propietario del súper del barrio. En la ciudad, la idea abstracta de lo desconocido se encarna en personas como nosotros, disipándose así los temores a lo diferente. Lejos de ser el problema, la ciudad puede ser entonces parte de la solución. Con los atentados, los terroristas buscan atacar este espíritu y provocar una sobrerreacción que lleve al corazón de Europa un choque entre Occidente y el Islam que los justifique.

En París, como en la mayoría de las ciudades europeas, las diferencias culturales conviven en un delicado equilibrio. Una creciente clase media de origen árabe y africano se mezcla con el resto de la población y contribuye con sus prácticas diarias a redefinir los contornos de la ciudadanía francesa. Y, sin embargo, una minoría significativa de sus antiguas colonias sigue viviendo relegada en las periferias, víctima de la discriminación social y policial. Hoy, el principal silencio de Francia sigue siendo la negación de la raza como factor constitutivo de su condición poscolonial.

Judit Carrera es politóloga

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