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LA CRÓNICA DE BALEARES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Encuentros de poder en Valldemossa

Apuntes de citas con Gerhard Schröder, Fèlix Pons, Carme Pinós y Vargas Llosa

“¿Hay verdesen el Gobierno? ¿Y viejos comunistas? Estos tienen costumbre de disciplina y orden, te puedes fiar, no romperán”. Gerhard Schröder, en agosto de 2000 cuando era canciller socialdemócrata de Alemania, después de comer, fumaba y jugaba con un robusto cigarro de La Habana.

Político poderoso, listo y populista decía evitar los restaurantes “donde todos los alemanes llevan rolex. Tenía delante un paisaje montañoso y marino, una coreografía encantadora de Mallorca. En su mesa, frente a frente, se encontraba quien era entonces un novel presidente de Baleares, el socialista Francesc Antich. Comieron el pescado y la hortaliza adecuados en el verano mallorquín. A la hora del café, Shröder invitó a Werner Perger de Die Zeit, y al correponsal de EL PAÍS. El político alemán estaba de alquiler en una casa rural compartida.

En el lugar del encuentro, Vistamar de Valldemossa, se apreciaba la sombra de un árbol raro, pirenaico, triangular, alto como una torre de campanario, arraigado en las peñas. En 2003 lo mataron las tormentas y algún descuido. Fue en la época en que acabó la gestión del negocio por los hermanos Coll, de son Bordils. Schröder fue un político rosa entre dos moles conservadoras, Helmut Kohl y Ángela Merkel.

La arquitecta Carme Pinós, “madona” de una caseta mínima, como un camarote, invisible en los bancales de Banyalbufar. celebró en el espacio aislado, desierto, deshecho, de Vistamar una fiesta coral de aniversario.

Una noche de invierno, a finales del 80, cuando Fèlix Pons era ministro e iba a ser presidente de las Cortes convocó una cena con un grupo de conocidos, periodistas, y les regaló el librito de Woody Allen, Como acabar de una vez por todas con la cultura, relatos de los 70 de The New Yorker. Pons era goloso, nunca fumó y disfrutaba del pescado y de los arroces. Era bisnieto del poeta Josep Lluís Pons i Gallarza y sobrino del escritor Joan Pons y Marqués.

En invernadero de Vistamar, en otras fechas lejanas, entre los 80 los 90 también era el lugar de encuentro para los poetas Guiem Soler y Biel Mesquida, tan cercanos y distintos en la vida y las letras. Mesquida honró el Festival Chopin de Valldemossa. Soler habla y pregunta. Una noche coincidió con el que sería señor de Son Moragues, antes del Archiduque- Bruno Entrecanales, que ahora abraza la propiedad de Vistamar para rescatarlo del olvido. El primer precio, 13 millones.

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El gran árbol simbólico de Vistamar creció para proteger a la familia de Adelaida Oliver de Sóller, que fijó un espacio propio entre los acantilados de y un encinar de montaña. El árbol gigante y bello, el cedro del Líbano, tenía pocas hojas, superaba fríos norteños, sol africano y el polvillo salado de poniente.

Mario Vargas Llosa estaba en Vistamar el 2 de julio de 1993, cuando el Consejo de Ministros de Felipe González le dio la ciudadanía española. Iba a ser desposeído del pasaporte de su Perú. Tomàs Delclòs, desde la redacción de Barcelona, lanzó el anzuelo que siempre espera un cronista aislado: localizarle. El escritor comía con sus anfitriones, la familia Serra de Última Hora. Un periodista de la competencia incomodaba. Una nota en un tarjetón del diario que le pasó el camarero surtió efecto. Vargas Llosa dejó la mesa y espléndido, inició una charla de dos. “Corría el peligro de convertirme en un paria”, apuntó

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