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LA CRÓNICA DE BALEARES
Crónica
Texto informativo con interpretación

Un corruptor que calla

Protagonista oculto en las tramas de aquello que carcome e indigna a la sociedad, el que paga es uno más, pero relevante, del sistema de poder

Los implicados en el sistema solo temen la aparición de arrepentidos.
Los implicados en el sistema solo temen la aparición de arrepentidos. TOLO RAMON

El hombre que comparece es un protagonista oculto en las tramas de aquello que carcome e indigna a la sociedad. Es uno más —relevante— del sistema de poder de la corrupción, con tradición de impunidad. En décadas, ha sido un corruptor, el otro lado de la autoridad.

Con algún riesgo y bastantes favores hizo su fortuna. Su ascenso fue gracias a los privilegios y su negocio existe fruto de sus contribuciones con pagos en negro, comisiones, dádivas, empleos. Engrasó la sucia máquina de cierta política y llenó bolsillos de cargos públicos y de altos funcionarios.

Se estableció y creció en la dictadura y siguió hinchándose con el desarrollismo y las crisis en la democracia. Una narración periodística o judicial suya sin velos, aun parcial, sobre los episodios de los que ha sido actor, —y productor— haría temblar las estructuras.

El conocimiento de la realidad, las explicaciones sobre pagos, contratos amañados y sobornos sería una bomba de racimo. La luz de su verdad fundiría los pies embarrados de esos titanes de bronce, imprescindibles, que permanecen atentos en todas las etapas, ajenos a las sospechas y versiones que adornan su leyenda negra, real.

Lo que sabe y calla es la fuerza del corruptor. Con media sonrisa y una carcajada reprimida, se reconoce en la omertá, bajo el paraguas del pacto explícito de protección y temor. Es su sangre, la batería que le mantiene activo e interesante ante el poder. No explica la suciedad y los socios tapados tras un muro ciego para las noticias.

Su negocio creció con privilegios públicos, fruto de sus contribuciones

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Farda y quiere ser contenido, alterna sobreentendidos con gesticulaciones, hunde su cabeza entre los hombros y abre los brazos. Se acerca y toca al interlocutor mostrando confianza, otro vicio nativo. Un punto histrión, su figura —no muy grande— se empequeñece. Es una tumba con forro de cifras, hechos, nombres, un recuerdo insondable.

Se expresa vivaz, con un punto de inquietud y nervios. Locuaz, su discurso sincopado tiene aire de autosuficiencia, no en vano lleva décadas siendo un ganador. Su compañía es una potencia local con extensiones en el continente, más allá de los mares y en el trópico. Aun así, nunca desdeña licencias y concesiones menores.

Al igual que otros millonarios de su generación que aparecen como triunfadores, pioneros en el comercio, el turismo, la construcción, cierta industria, él se hizo a sí mismo. Progresó en un entorno fácil, contaminado por una arbitrariedad retribuida y, a la vez, sin libre concurrencia. Gestionó su preponderancia sin currículo académico. No tiene rivales y procura que no aparezcan y crezcan más allá de la mera supervivencia secundaria.

La voluntad hegemónica, marginar a la competencia y tener un mercado cautivo para un solo autor, es un rasgo característico de la biografía de los hombres de negocio autóctonos. Es imposible aspirar a los monopolios pero sí manipular con sobornos las adjudicaciones de la Administración. Las arcas empresariales crecen y se compensa a los socios del sistema.

Abordar a alguien prácticamente desconocido y plantear, de inmediato, el tema de su negocio clandestino es una fórmula arriesgada, casi un salto en el vacío. Preguntar es intentar hurgar sobre las reglas del juego familiar (mafioso), querer ver las claves de los secretos de la ideología y el método que envuelven este comercio invisible. Las normas de vida imponen el asociacionismo para delinquir, en definitiva.

Tiene la clave de los secretos de la idea y el método del comercio invisible

Pero una interpelación espontánea quiebra, en ocasiones, el sentimiento curtido en las bregas y pugnas, la complicidad empresario/autoridad, la práctica del chanchullo y la corruptela, del enchufismo y la demanda retribuida de favores, los sobornos sistemáticos.

La escena con el personaje fue un anochecer de agosto en el aparcamiento de un hotel de lujo. Eran días de detenciones, primeras condenas y encarcelados. Los implicados en el sistema, en el vacío que deja el Estado que es la corrupción, solo temen la aparición de arrepentidos, las confesiones. Pero los pagos son entre quienes están hermanados en sus delitos. Sin hallar el rastro del dinero, la pista que se borra, los hechos y delitos se esfuman casi siempre.

—Perdió la gran concesión E. ¿Cree que sus adversarios han pagado más comisión?

—No lo sé. Pero yo habría pasado por taquilla, seguro.

[“Cuidado con este, a veces, traiciona al socio”, confió uno que se declaró escaldado].

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