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Mascarell, el catalanismo de Estado

Desde el Departamento de Cultura ha dibujado un discurso independentista basado en las oportunidades de futuro para Cataluña

Ferran Mascarell.
Ferran Mascarell.Joan Sánchez

Muchos soberanistas han proclamado la muerte del catalanismo político; Ferran Mascarell también, pero él ha formulado una nueva definición de la vieja doctrina sustentada en la apuesta por un Estado propio y en la sustitución de la implicación catalana en la modernización de España por la cooperación entre los Estados de la península ibérica. Le ha dado por nombre deucentisme. “Por primera vez en la historia, el catalanismo que no es nacionalista se ha hecho estatista; hemos visto que sin Estado, la crisis hundirá el país”. Fue el último conseller de Cultura de Maragall y el primero de Mas, en cuyo discurso se percibe la estela de las ideas de Mascarell. Robert Musil preside su web: “Si existe el sentido de la realidad también debe existir el sentido de la posibilidad”.

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A finales de 2008, empezó su búsqueda de una nueva posibilidad alternativa a la realidad del catalanismo, pendiente de una sentencia previsiblemente funesta, y superado por la constatación de la falta de instrumentos propios de la Generalitat para hacer frente a una crisis que se revelaba imponente. Por un tiempo, siguió pensando en parámetros federalistas, esperando una reacción de los suyos. Escribía entonces: “La sociedad catalana debe reinventar el país y afinar en la configuración del catalanismo. De un lado, se consolidará un catalanismo independentista... Del otro, se desplegará un catalanismo constitucionalista de espíritu federal… Por un lado, el derecho a que el Estado sea también su Estado, adecuado a sus derechos…Del otro, el derecho a la independencia, si así lo reclama una mayoría suficiente de ciudadanos…El futuro dirá: pero parece obvio que si España no acepta su carácter plurinacional a nadie podrá extrañar que en términos democráticos una mayoría de catalanes se inclinen por la independencia”.

Pronto se convence de la necesidad de tener un Estado propio, sea este exclusivo o compartido, en función del carácter inclusivo o no del Estado español. Aunque para ello haya que superar el prejuicio catalán a la concepción de un Estado, lo que él denomina, la médula ácrata del país, cuyo origen sitúa en el desapego a un poder centralizado, impropio e incomodo desde 1714; hasta el punto que en la Transición los políticos mayoritarios aún exclamaban “Dios nos libre de tener que cobrar impuestos y hacer uso de la fuerza”.

"Por primera vez, el catalanismo que no es nacionalista, se ha hecho estatista"

Mascarell no procede del nacionalismo, ni del independentismo, sino del trotskismo, de la necesidad de toda sociedad de disponer de un Estado, pero no como una imposición divina o una abstracción romántica, sino como un instrumento para organizar la vida en común. En la universidad ingresó, en 1972, en Bandera Roja, liderada por Marina Subirats, Jordi Borja i Jordi Solé Tura. Militó en el PSUC lo justo para asistir a un par de reuniones y ver que no era lo suyo. Hasta mediados los 80 no entró en el PSC y a primeros de los 90 impulsó Homes i Dones d’Esquerra, un intento de atraer al socialismo, más exactamente al maragallismo, a sus viejos camaradas de Bandera, ya convertidos en progres y en profesionales urbanos de éxito. Durante años, fue el referente socialista en el mundo de la cultura, primero en el Ayuntamiento de Barcelona y después en la Generalitat, hasta que llegó Montilla y lo envió de diputado de a pie al Parlament, donde resistió solo unos meses. Su proceso de reflexión personal se desarrolló en dos frentes inseparables el uno del otro: el sentido de su militancia en el PSC anclado en el PSOE y el papel del Estado español respecto de Cataluña.

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“Sigo pensando en clave socialdemócrata y esto no es incompatible con ser soberanista, ni con ser federalista, a pesar de todo; pero la frustración de lo vivido me hace decir: si todos los países necesitan un Estado y nosotros no lo podemos compartir, lo siento mucho pero no tenemos más remedio que inventar el nuestro”. Hasta esta frontera llegó empujado por la falta de una respuesta de Madrid a la decepción generada por el proceso estatutario y por los efectos de la crisis que “desnuda al Estado español y vemos que está en manos de unas elites excluyentes que se refugian en el subterfugio de la unidad para no tocar nada y de las que no podemos esperar nada”.

En su viaje hacia el soberanismo coincidió con Artur Mas, en aquellos momentos en la oposición y construyendo la Casa Gran del Catalanisme a partir de la nueva divisa de CDC, el derecho a decidir. Visitó en alguna ocasión la casa para exponer sus ideas y tras la victoria electoral, Mas le ofreció la conselleria de Cultura. El exdiputado, partidario de apoyar al nuevo Gobierno durante 18 meses para hacer frente a la emergencia de la crisis y de refundar el partido, llamó al primer secretario para contarle la oferta y exponerle su tesis. Después de tres minutos de conversación con Montilla ya intuyó que tenían poco más de qué hablar. A los pocos días, le reclamaron la devolución del carnet.

No se hizo militante de Convergència, aunque sus ideas se leen en la literatura oficial del partido, como el concepto de las estructuras de Estado, apuntado por Prat de la Riba, pero desarrollado por el conseller de Cultura. Hace poco fundó Soberanistes d’Esquerra, una plataforma socialdemócrata que apoya al presidente Mas. Su tránsito al independentismo por desistimiento de las obligaciones por parte del Estado español culminó hace un par de años y lo cubrió con la misma seguridad como lo cuenta, sin sobresaltos, hablando pausadamente mientras dibuja esquemas para no perder el hilo del relato en un folio en blanco que siempre tiene en la mesa.

No se hizo militante de Convergència, pero sus ideas se leen en la literatura del partido

Ahora, está plenamente integrado en el discurso de la rebelión democrática de las clases medias y trabajadoras “en una explosión de conciencia histórica: o espabilamos o retrocederemos; es el momento de plantearnos un proyecto de futuro porqué nadie nos lo va a regalar”. “No soy un independentista historicista. Lo que estamos viviendo tiene más a ver con los próximos 30 años que con los últimos 300; es un proceso mucho más racional de lo que dicen desde fuera. La política de celebraciones es una anécdota; cuando preguntas a la gente porqué está en el proceso te hablan de sus hijos. Lo que es relevante es lo que queremos que pase en este país y no solo lo que sucedió”.

Mascarell está cómodo en el discurso del ideal de país, pero es consciente que el momento de este debate todavía no ha llegado. Es la gran cuestión pendiente, siempre aplazada por los altibajos del proceso, primero la etapa de las consultas; en adelante, la creación de las estructuras de Estado con las correspondientes micro rupturas de la legalidad vigente y las subsiguientes respuestas del Gobierno central. “Es posible que estemos cansados de hablar del proceso, pero de imaginar el país que queremos, no, porque todavía no hemos empezado”

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