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Cine minimalista a la fuerza

El coruñés Roberto Castón estrena su segunda película tras pasar por San Sebastián

Roberto Castón, con una de las actrices durante el rodaje
Roberto Castón, con una de las actrices durante el rodaje

 La historia de algunas películas sería merecedora muchas veces de contarla con otras películas en paralelo, o por lo menos de dejarla plasmada en algún documental. La película Los tontos y los estúpidos de Roberto Castón, que este viernes llega con 16 copias a los cines de varias ciudades españolas, entre ellas A Coruña, es uno de esos ejemplos. No solo la historia de esta película, que acaba de pasar con éxito de crítica en la sección de nuevos realizadores del Festival de San Sebastián, sino todas las vicisitudes que vivió desde que debutó en 2009 con su primer largometraje Ander, que se estrenó en varios países pero que nunca se distribuyó en los cines españoles. Con esta obra, considerada la primera película de temática abiertamente gay rodada en euskera, empezó su trayectoria como cineasta Roberto Castón, realizador coruñés que reparte desde hace años su vida entre Bilbao y Barcelona. Castón (A Coruña, 1973), es un buen ejemplo de lo que cuesta abrirse camino a un cineasta debutante, aunque tenga reconocimiento internacional.

Ander llevó en su día en Berlín el premio Cicae, que concede al Confederación Internacional de Cine de Arte y Ensayo y multitud de premios en festivales como la Violeta de Oro en Toulouse o el premio del jurado en Cinehorizontes de Marsella. Los premios le valieron para tener distribución en cines en países como Italia, Alemania o Francia, donde llegaron a verla 25.000 espectadores. Sin embargo, la estrategia de la distribuidora no pasó por el mercado español donde ni se estrenó en cines. “No le prestaron demasiada atención y acabó en un cajón”, dice lacónico Castón.

A pesar de esta decepción, el director no se arrugó y continuó trabajando con su siguiente película que ahora se estrena, Los tontos y los estúpidos, donde otra serie de complicaciones le obligaron de nuevo a variar la hoja de ruta prevista. “Lo pasamos fatal porque en 2010 teníamos todas las ayudas en marcha pero cuando íbamos a empezar a producirla nos pilló la crisis en medio y quedamos a las puertas”, rememora Castón, que también es coproductor de la película. A partir de ahí, el cineasta empezó a estudiar con su equipo las opciones de llevar adelante o no la producción. “Entramos en un proceso de reflexión para ver que hacíamos. O no hacíamos la película o hacíamos otra diferente y la adaptábamos casi sin recursos. Y así fue, contamos la historia de otra forma y pasó a ser minimalista a nuestro pesar” , desgrana el cineasta coruñés alrededor de Los tontos y los estúpidos, una obra donde el equipo se volcó a pesar de las adversidades. “Como no teníamos presupuesto por lo menos podíamos experimentar cosas. Los actores y el equipo técnico creo que todavía se tomaron el proyecto con más entusiasmo”, confiesa Roberto Castón.

Desde luego el resultado es una película singular, donde los actores entran en un estudio y van leyendo, casi siempre sentados con el guión delante, las secuencias una a una. Siempre guiados por el director, otro personaje, que va marcando las secuencias y leyendo en off las acotaciones pertinentes. Con un reparto de muy buenos actores, entre los que están Roberto Álamo, Josean Bengoetxea, Cuca Escribano, Aitor Beltrán o Vicky Peña, lo que puede parecer de inicio algo que se asemeja más a teatro que a cine, acaba convertido en una historia que atrapa el espectador.

Grabada solo en diez días en jornadas ininterrumpidas de doce horas, la película no tiene exteriores ni apenas atrezzo y trata una temática a priori poco dada a lo amable, donde se cruzan gays seropositivos, drogadictos, cajeras de supermercado, señoras con cáncer en fase terminal y personajes mayoritariamente desquiciados que mezclan el euskera con el castellano, “con comportamientos tontos y estúpidos como tiene cualquier persona“ matiza el director. Contado así, todo podría parecer un absoluto disparate, pero no es esa la sensación que queda al final de la película. Sobre todo porque se sustenta en unos diálogos muy sólidos, en las interpretaciones contenidas de los actores y en un humor muy fino que flota todo el tiempo en el ambiente, como los momentos en los que se rompe el hilo de la narración y los actores vuelven a ser personas reales para comer el bocadillo, despojados de sus personajes y comentando con naturalidad la secuencia que acaban de rodar.

“En realidad, la película trata de la aceptación de uno mismo. De gente que no se acepta a si mismo, desde la identidad sexual a una enfermedad. No se aceptan y esto les lleva a vivir en soledad y a vivir en una permanente insatisfacción”, explica Castón sobre los personajes que creó y que se mueven constantemente saltando en zigzag de un lado al otro la raya que delimita ficción de realidad. Además de la ruptura de esta delimitación, el director tiene claro la finalidad de su película: “es una crítica a la familia patriarcal y heterosexista como único modelo de familia”.

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Tal como había empezado el proceso de la película y como concluyó, Roberto Castón se da por satisfecho. “Los cambios también forman parte del proceso de creación e igual todo este proceso accidentado le sentó mejor a la película, quien sabe”, concluye mientras aguarda ilusionado el estreno, por fin, de una película suya en los cines y que se pueda ver en A Coruña, su ciudad.

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