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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Despecho

la palma de los odios se la lleva Pablo Iglesias, ese chaval que ni se inmuta cuando habla

A veces el odio une más que el amor, por eso las relaciones imposibles son más intensas que las posibles. Dante se enamoró perdidamente de Beatriz cuando era una niña de nueve años que jugaba con un aro en la plaza de la Signoria. Si se hubiera casado con ella, tal vez hubiera sido más feliz, pero nosotros nos habríamos quedado sin la Divina Comedia.

Si Shakespeare hubiera sido un honrado padre de familia, jamás se le habría ocurrido el personaje de lady Macbeth. Uno tiene que estar muy cabreado con el mundo o consigo mismo, para escribir una historia como esa. Quiero decir que los buenos sentimientos no son garantía de nada ni en la Literatura ni en la vida. Normalmente, el amor y el odio van juntos de manera perfecta y peligrosa, por eso todo es tan complicado.

En este país tenemos una gran escuela de odiadores profesionales. Los odiadores son como los médicos. Los hay generalistas y especializados. Por ejemplo Javier Marías tiene un odiador para él solo, pero para eso hace falta un nivel.

Miguel Mihura cada vez que tenía un gran éxito en un estreno, entraba en el Café Gijón arrastrando una pierna y quejándose de grandes dolores para no levantar envidias, porque en el teatro el triunfo sólo se perdona si estás fatal de salud.

El odio es como una espina atravesada en la garganta. La espina de Quevedo se llamaba Góngora, la del capitán Ahab, Moby Dick, la de Anna Karenina, el conde Bronsky, la de Cotino, Mònica Oltra, y así sucesivamente.

Tarde o temprano cada cual tiene que enfrentarse a sus odiadores en cualquier ámbito de la vida: un periódico, un hospital, una cena de cuñados, la universidad, un patio de vecinos…

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Hay odios poéticos, africanos, teológicos, eruditos, eternos… y también hay odios menores de andar por casa, como el que se le tiene a la gente que hace las comillas con dos dedos en el aire, por ejemplo. Pero a día de hoy está claro que la palma de los odios se la lleva Pablo Iglesias, ese chaval que ni se inmuta cuando habla.

A este chico lo odian en el PP, en el PSOE, en La Razón, en El Mundo, en Intereconomía. Lo odia la casta. Lo odia Felipe González, lo odia sobre todo Eduardo Inda que, cuando lo tiene delante, se pone a salivar como el perro de Paulov. Por favor. Ya sabemos todos que al líder de Podemos le gusta comerse a los niños crudos para desayunar, pero tampoco es para tanto… Jack el Destripador también era un serial killer y nadie se metía con él. Nos hacemos cargo del peligro que tienen sus ideas. Está claro que un tipo que ha reconocido abiertamente que su modelo educativo es Finlandia y que su ejemplo de televisión pública es la BBC no puede ser trigo limpio. Pero personalmente no creo que el chaval haya tenido nada que ver con el asesinato de Calvo Sotelo en el 36.

Como les decía, el odio es sinónimo de pasión, despecho, noches de blanco satén, desenfreno y locura, igual que el amor. Pero a diferencia de éste carece por completo de sentido del humor. En Pasión de los fuertes, John Ford construye uno de los mejores diálogos de la historia del cine. Henry Fonda entra en un bar del Oeste y con la mirada perdida se pone a apilar monedas en la barra delante de un güisqui. Después de un silencio melancólico le pregunta al barman.

— Y tú, Mac, ¿has estado alguna vez enamorado?

A lo que éste responde.

— No, sheriff. Yo siempre he sido camarero.

Ya ven, la política es muy complicada.

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