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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Epopeya ártica

Pese a no contar con la intensidad telúrica de Björk o Sigur Rós, la banda islandesa hechiza en La Riviera con sus partituras de confraternidad y redención

Asombraba contemplar anoche la estampa de La Riviera, abarrotada y entusiasta: si hace poco alguien hubiera pronosticado semejante éxito de una ignota banda islandesa, le habrían registrado los bolsillos en busca de psicotrópicos. Of Monsters and Men han conseguido el milagro del reconocimiento global desde unas maneras casi bucólicas. No hay en ellos esa intensidad telúrica de sus paisanos más ilustres (Björk, Sigur Rós, Múm), sino una pasmosa habilidad para cantarle al mundo como si, reunidos en torno a una fogata, se dispusieran a contar estrellas e intercambiar fábulas de pájaros y abejas, árboles encantados y ballenas migratorias. Ese punto entre cándido y hechicero se traduce en unas partituras de confraternidad y redención, valores tan en alza que ayer entraban ganas de afiliarse a alguna ONG, multiplicar las visitas familiares y convertirnos, en general, en mejores personas.

Son recurrentes las comparaciones entre Of Monsters y Arcade Fire, por el componente épico, y Mumford & Sons, los más despabilados a la hora de arrimar el folk a los estadios. Pero la fórmula magistral no estaría completa sin la serena sensualidad nórdica de The Cardigans, el fulgor acústico de The Lumineers o la alternancia de voz masculina y femenina en Angus & Julia Stone. El sexteto islandés domina las pausas enfáticas, las travesuras rítmicas o unas guitarras ambientales (Slow and steady) que con gusto habría producido nuestro Suso Saiz. Y, sobre todo, recurre sin complejos a todos los lalalás, nananás, yeyeyés y demás onomatopeyas para corear unos estribillos (Lakehouse, Mountain sound) con los que parece imposible no desgañitarse.

La suma tiene efectos sencillamente euforizantes. OMAM resultan idóneos incluso como símbolo de diversidad, con una bella vikinga morena y un socio zurdo y gordito al frente de las operaciones. Fueron 70 minutos fulminantes y sucintos, una estupenda epopeya ártica que sirvió como destello luminoso en medio de tanta apoplejía.

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