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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Del Bosque, un semáforo y Peridis

El Hombre Brújula: Se aplica a la persona que, como bien dice su apellido, parece llevar ese instrumento dentro de sí. Así las cosas, en todas y cada una de las encrucijadas y disyuntivas con las que se va a ir topando en el curso de su vida, siempre tomará el rumbo más propicio para él y los suyos. Y lo hará de un modo tan sencillo y natural, sotto voce y ayuno de aspavientos, que diríase que la decisión tomada era la única posible. Como escribe Mikel Azurmendi de Tomás —el personaje de una de sus novelas—, decidirá su futuro como si fuera algo tan sencillo como ponerse un chándal y salir a un frontón. Véase, por ejemplo, Vicente del Bosque. ¡Cuántos ojos ha abierto el batacazo del fútbol olímpico! ¿No era tan fácil ganar y, sobre todo, saber ganar?

El Hombre Semáforo: Se aplica a la persona que con su actitud y su comportamiento nos lleva a replantearnos los nuestros. Al cruzarnos con ella, con sus luces rojas y verdes, hace que nuestra luz se ponga en ámbar. Qué son si no todos esos que con la luz verde de su aprobación y su gratitud nos indican que vamos por un buen camino. O esos otros que encienden frente a nosotros una luz roja que nos hace detenernos y avergonzarnos de nuestros pequeños pesares, de nuestra infelicidad no ganada, esos enfermos a los que los médicos les han puesto, como a los yogures, una fecha de caducidad y que, pese a ello, siguen trazando, como si nada, planes para ese futuro caducado. Véase, pongamos por caso, el politólogo Rafael del Águila que, sabiéndose enfermo e incluyendo a sus médicos en los agradecimientos, finalizaba el que sería su último libro: “Tenemos mucho trabajo por hacer. Por esta razón creo poder decirles que este libro es en realidad dos libros, y el más interesante está aún por escribir”.

El Hombre De Hoja Perenne: Se aplica a la persona con la que siempre se puede contar, que siempre está ahí. Y que, por eso mismo, porque no muda su hoja, porque es de lealtad perenne, terminamos por no verla y valorarla, dándola por descontada. “La costumbre devora las obras, la ropa, los muebles, la propia esposa y el miedo a la guerra”, anotaba el ruso Shklovsky. Por eso, porque la costumbre lo devora todo es por lo que tendemos a estimar más al que sólo echa una mano de Pascuas a Ramos que a quien de siempre podemos echar mano. Véase, para qué ir más lejos, a Peridis. Día tras día y sin una jornada de vacación, dibujando un editorial para EL PAÍS. Sólo el día en el que el periódico amanezca huérfano de su firma, caeremos en la cuenta de todas sus tiras perennes. Como es natural, es más sencillo encontrar ejemplares de estos tres tipos ideales en la esfera privada e íntima que en la escena pública. Las primeras páginas, como es sabido, se pirran por lo huero y lo grandilocuente. Pero tengan por seguro que son esas personas las que hacen que la vida valga la pena. Nuestro invisible cemento social.

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